Tito Zegarra Marín
Cuando vamos a bordear los 70 años de existencia, no
es difícil advertir que las energías corporales y anímicas comienzan
irremediablemente a languidecer. Quizá por eso, entre otras cosas, nos separan formalmente
del trabajo y, en nuestro caso, nos vemos obligados a moderar las incansables caminatas
(varias de estudio) por disímiles territorios.
En efecto, al ingresar a una nueva etapa de la vida que
es impuesta por el paso del tiempo y la frágil naturaleza del hombre, las
capacidades humanas, en especial las corporales, comienzan a disminuir y agotarse;
y las facultades anímicas, tienden a ser cada vez más reflexivas y
equilibradas.
Tal situación, sin duda, restringirá nuestras posibilidades
para seguir recorriendo tantos lugares llenos de encanto e historia que
permanecen casi ocultos, pues ya no será tan fácil cargar mochilas, abrir
caminos, trepar montañas, soportar severos climas y dormir en carpas caseras y
en tambos reconstruidos (entre Atuén y La Morada).
Como consecuencia de ello, y a pesar de la
experiencia acumulada que nos hace creer que aún somos fuertes, varios
proyectos quedarán en el camino: El Gran Pajatén, en las altas montañas de San
Martín; la ciudadela preinka Cajamarquilla, en Bolívar; el Apu Condorsamana, en la cima del Calla-Calla,
Chachapoyas; la llacta histórica Papamarca, en Bolívar; el puente ancestral Diablocantana, en Celendín; y Jecumbuy y Playa
del Inka en el Marañón.
Pero no cederemos tan fácilmente, aunque cada vez
menos, seguiremos perseverando y desafiando al peso de los años y sus barreras
ineludibles. Es cierto sí, que en el transcurrir de esa nueva etapa cronológica,
extrañaremos las fortalezas y el entusiasmo del ayer, evocaremos con nostalgia
a la juventud y adultez tan fugazmente alejadas y, al mismo tiempo, tomaremos
conciencia que transitamos por el último ciclo de la vida, la senectud, que llegó sin desearla, pero que exige asimilarla.
Pero llegar a los 70, motiva también, cierta alegría por haber vivido
y alcanzado algunos logros, y tristeza por los errores cometidos y las cosas no
realizadas. Al mirar atrás, esos recuerdos reconfortan e interrogan, pero al mirar
hacia adelante, pareciera que nos esperan escondidos los primeros zarpazos de
la vejez.
Frente a ello, creo también, que algo de fuerzas deben
quedarnos para resistir esos tiempos
finales. Como dice M. Benedetti: “No te rindas, por favor no cedas aunque el frío
queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento. Aún
hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños”
*Publicado
el 7 de julio 2016, en el diario “Panorama Cajamarquino”
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