Por Tito Zegarra Marín
Creo que la naturaleza y el hombre se
han confabulado para generar una de las catástrofes más severas de las últimas
décadas. La naturaleza con su fuerza y elementos inmanejables, arremetió sin
piedad y sin dar tregua para evitarlo, y el hombre (sociedad, Estado e
instituciones), muy poco hicieron para prevenirlo y librarse de sus
consecuencias.
Bien sabemos que los ríos y quebradas,
tarde o temprano se colman de agua y se desbordan arrasando viviendas,
sembríos, carreteras, puentes e inundando poblaciones. Lo sabe el Estado y sus
dependencias, pero también lo saben las familias instaladas en sus riberas
indefensas y espacios cercanos. En el presente caso, ningunos lo tuvieron en
cuenta y de allí, los lamentables resultados.
Sin embargo, vale precisar algunas
cosas. La mayoría de esas familias que con sus hijos en brazos han perdido todo
o casi todo, son gente venida de las comunidades andinas o salida de la
densidad de los sectores urbanos, gente que vio que sus espacios se achicaban,
su familia se incrementaba, las necesidades apremiaban y les urgía tener un
techo propio.
También son familias que se metieron al valle,
la chacra y los arenales para hacerla producir y ganar el pan de cada día, o
dedicadas a los pequeños negocios, al transporte local y a trabajos informales,
gente trabajadora y emprendedora que, como las anteriores, fueron empujadas a
vivir allí, esperanzadas en tener algo mejor para los suyos.
Pero tales familias han ido a ocupar esos
lugares no porque son temerarias, obstinadas o provocadoras. Han ido, por necesidad
y porque su situación socioeconómica les exigía: gente pobre, mínima educación, sin hogar
estable y llenas de hijos, A ellas, aun sabiendo de esos riesgos, les ha
castigado la furia de la naturaleza y el Estado, que nada hizo para prevenirlo.
En el Tahuantinsuyo, hace 500 años, esos riesgos hidráulicos fueron sabiamente
regulados y controlados.
La solidaridad de muchísima gente ha
sido grande. Sin embargo, desagrada las justificaciones que predican voceros
evangélicos. Dicen: es una prueba divina ante la cual solo nos queda
resignarnos ya que el disfrute celestial llegará pronto. Son tiempos de dolor y
más dolor vendrá y hay que soportarlo para salvarnos. O aquellas barbaridades de
un regidor y un congresista cuando afirman que lo sucedido es un castigo divino
por incluir temas de sexo e ideología de género en el currículum educativo.
Al margen de estos despropósitos, sería
lindo y justo que el Señor que todo lo puede, de la mano de verdad aquí en la tierra a esa gente que sufre, que es
la misma por la que murió Jesús.
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