Tito Zegarra Marín
Hemos vuelto a visitar a ese
colosal patrimonio histórico, pero, esta vez, para satisfacción nuestra y como
así lo decidimos con antelación, montados sobre telecabinas de ese novísimo y
único sistema teleférico que existe en el país.
A Kuélap, subimos por
primera vez desde las riberas del río Utcubamba, a pie, con alumnos del colegio
Blas Valera (Lámud), poco después, atravesando una larga trocha de carreteraen
compañía de alumnos de la UNC y, en los años que van del presente siglo, por
varias veces, dentro de mis afanes por conocer y estudiar la realidad histórica
y socio cultural de esa región.
Kuélap, es una de las más hermosas
maravillas creadas por los primitivos pobladores del norte del Perú. Una singular
urbe apostada entre paredes de piedra labrada con hasta 20 m de altura y
espectaculares abismos que la convierten en un centro inexpugnable (defensivo o
administrativo), a cuyo interior solo se ingresa por tres pasajes escalonados
cuya entrada va reduciéndose hasta dar paso a una sola persona.
Son alrededor de 400 restos
de habitaciones en los dos niveles, un torreón que hace de infinito mirador,
pequeñas plazuelas de piedra tallada, un ambiente mayor llamado El Castillo y
un centro ceremonial con forma de embudo conocido como El Tintero, entre otros.
En varios de sus parapetos se exhiben sus atípicos y elegantes frisos y algunos
petroglifos.
Es una suerte que a esta
reliquia se haya sumado, sin afectar en lo mínimo su esencia histórica y
cultural, uno de los avances de la modernidad (el teleférico),
que no solo propicia visitarla con más facilidad y en menor tiempo, sino que,
posibilita apreciar desde las nubes aquello que los chachapoya cuidaron y
veneraron: sus valles, quebradas y montañas.
Son alrededor de 20 minutos
que nos sentimos suspendidos entre los frígidos aires andinos y los duros cables
de acero, donde emoción, temor y placer se juntan hasta ponernos en la valla de
la plenitud y lo increíble. Una experiencia extraordinaria que vale la pena vivir.
Kuélap, con las telecabinas,
ingresa a una nueva y promisoria etapa: mayor interés para visitarla desde dentro
y fuera del país, generación de interesantes efectos económicos y necesarios
desafíos en lo social y cultural. El antiguo camino (ramal del Qhapaq Ñan) que lo
conecta desde El Tingo yal que recorrimos varias veces, creo pervivirá, bajo la
sombra del teleférico.
Chachapoyas, cada vez más
pulcramente remozada y tradicional, se enorgullece y favorece con ese logro.
Celendín y Cajamarca deberían hacer lo mismo, pero primero, sus autoridades y burócratas
deben visitarla y aprender lo bueno que se hace.
*Artículo
preparado para el diario Panorama Cajamarquino
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