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jueves, 21 de octubre de 2021

CELENDÍN Y LOS ANTIGUOS NEGOCIANTES DE SOMBREROS

 Por Tito Zegarra Marín.

Entre los años 20 y 60 del siglo pasado, la actividad artesanal del sombrero de paja bombonaje (toquilla) en Celendín, pasó por su mejor momento en lo referente a su producción, uso masificado y comercialización. Alentados por esa favorable situación, muchos ciudadanos celendinos llevaron el sombrero a nuevos mercados provinciales de la sierra norte y centro del país.

Por esos tiempos, efectivamente, alrededor del 80 % de pobladores del campo y la ciudad de Celendín llevaban sobre su cabeza el sombrero. Hecho este, que explicaría la interesante producción y venta que se dio en el ámbito provincial, y la decisión tomada para explorar e incursionar a otros lugares. Lo cual fue asumido por más de un centenar de celendinos, a la sazón, negociantes de sombreros.

Pero por ese entonces no se contaba con carreteras o estaban en construcción, por lo cual tuvieron que viajar a pie, caballo y mula, mayormente siguiendo las huellas y ramales del antiguo Qhapaq Ñan y pernoctando en tambos y pueblos desconocidos. Estos viajes demoraban entre dos y más meses, mucho tiempo en realidad, pero era soportado sin desánimo Por fortuna, en todos los pueblos visitados, medianos y pequeños (52 provincias y alrededor de 60 distritos) el sombrero tuvo acogida y hubo receptividad y aprecio de muchas familias lugareñas.

Algunos de esos negociantes viajeros lo hacían como arrieros, a los que hace referencia el amazonense Arturo Mori Hidalgo (2008), cuando anota “que las páginas más célebres de la arriería las escribieron los shilicos, los judíos peruanos como hasta hoy se les conoce; no fueron improvisados, sino profesionales del oficio que hicieron de la arriería una técnica y un arte”. Una clara alusión, de la que no se tiene duda.

Los negociantes celendinos, en efecto, iban organizados: grupos con dos o tres acémilas, carga de 10 a 20 docenas de sombreros, fiambre para rutas largas, ponchos de lana y jebe, algunas ollas para cocinar y ocasionales armas de fuego para seguridad. Primero fueron a Cajamarca, San Marcos, Cajabamba y Huamachuco; luego, por los logros alcanzados, continuaron sierra adentro: provincias andinas de la Libertad, Ancash, Cerro de Pasco, Junín y Huánuco; a estos últimos, pasando por Lima y utilizando movilidad restringida.

Varios de esos negociantes, conocidos también como comerciantes o mercaderes, sintiéndose a gusto y con relativo éxito económico se quedaron para siempre en esas lejanías, formaron sus familias y prosiguieron en ese oficio. Aún subsisten algunos descendientes de esas familias: Chávez en Cajabamba, Rodríguez en Huamachuco, Aliaga y Araujo en Huaraz, Aliaga en Huancayo, Díaz y Mariñas en Huánuco, y otros.

Mi entrañable abuelo materno Agustín Marín Chávez fue negociante de sombreros por algunos años, como tal, nos contaba que un grupo de ellos al estar de retorno por el camino La Quintilla, ya cerca al Huauco (Sucre), dispararon algunos balazos como anuncio de su llegada, lamentablemente una bala perdida mató a uno de sus integrantes. Desde entonces ese sitio es conocido como “La Mala Muerte”, donde una pequeña hornacina de piedra con una cruz de madera y huellas de velas derretidas, perennizan ese accidente y a esos negociantes. Y cómo no, es motivo de meditación y visitas.



Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca el 20/10/2021

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