Por Tito Zegarra Marín.
Entre los años 20 y 60 del siglo pasado,
la actividad artesanal del sombrero de paja bombonaje (toquilla) en Celendín,
pasó por su mejor momento en lo referente a su producción, uso masificado y
comercialización. Alentados por esa favorable situación, muchos ciudadanos celendinos
llevaron el sombrero a nuevos mercados provinciales de la sierra norte y centro
del país.
Por esos tiempos, efectivamente, alrededor
del 80 % de pobladores del campo y la ciudad de Celendín llevaban sobre su
cabeza el sombrero. Hecho este, que explicaría la interesante producción y
venta que se dio en el ámbito provincial, y la decisión tomada para explorar e incursionar
a otros lugares. Lo cual fue asumido por más de un centenar de celendinos, a la
sazón, negociantes de sombreros.
Pero por ese entonces no se contaba con
carreteras o estaban en construcción, por lo cual tuvieron que viajar a pie,
caballo y mula, mayormente siguiendo las huellas y ramales del antiguo Qhapaq
Ñan y pernoctando en tambos y pueblos desconocidos. Estos viajes demoraban
entre dos y más meses, mucho tiempo en realidad, pero era soportado sin
desánimo Por fortuna, en todos los pueblos visitados, medianos y pequeños (52
provincias y alrededor de 60 distritos) el sombrero tuvo acogida y hubo
receptividad y aprecio de muchas familias lugareñas.
Algunos de esos negociantes viajeros lo hacían
como arrieros, a los que hace referencia el amazonense Arturo Mori Hidalgo
(2008), cuando anota “que las páginas más célebres de la arriería las
escribieron los shilicos, los judíos peruanos como hasta hoy se les conoce; no
fueron improvisados, sino profesionales del oficio que hicieron de la arriería
una técnica y un arte”. Una clara alusión, de la que no se tiene duda.
Los negociantes celendinos, en efecto,
iban organizados: grupos con dos o tres acémilas, carga de 10 a 20 docenas de
sombreros, fiambre para rutas largas, ponchos de lana y jebe, algunas ollas
para cocinar y ocasionales armas de fuego para seguridad. Primero fueron a Cajamarca,
San Marcos, Cajabamba y Huamachuco; luego, por los logros alcanzados, continuaron
sierra adentro: provincias andinas de la Libertad, Ancash, Cerro de Pasco, Junín
y Huánuco; a estos últimos, pasando por Lima y utilizando movilidad restringida.
Varios de esos negociantes, conocidos
también como comerciantes o mercaderes, sintiéndose a gusto y con relativo
éxito económico se quedaron para siempre en esas lejanías, formaron sus
familias y prosiguieron en ese oficio. Aún subsisten algunos descendientes de
esas familias: Chávez en Cajabamba, Rodríguez en Huamachuco, Aliaga y Araujo en
Huaraz, Aliaga en Huancayo, Díaz y Mariñas en Huánuco, y otros.
Mi entrañable abuelo materno Agustín Marín
Chávez fue negociante de sombreros por algunos años, como tal, nos contaba que
un grupo de ellos al estar de retorno por el camino La Quintilla, ya cerca al
Huauco (Sucre), dispararon algunos balazos como anuncio de su llegada,
lamentablemente una bala perdida mató a uno de sus integrantes. Desde entonces
ese sitio es conocido como “La Mala Muerte”, donde una pequeña hornacina de piedra
con una cruz de madera y huellas de velas derretidas, perennizan ese accidente
y a esos negociantes. Y cómo no, es motivo de meditación y visitas.
Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca
el 20/10/2021
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