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sábado, 9 de diciembre de 2023

NUESTROS VALLES, CAMINO AL OCASO

  Tito Zegarra Marín

      El destacado escritor E. Jorge Aliaga Apaéstegui, al presentar su libro “Nueva relación de Celendín” (06-09-2023), hizo especial referencia al pequeño valle celendino: todo un “anachancito” dijo, un lunarcito brillante, una planicie verde, imponente y límpida. Así fue, en efecto, cuando se fundó Celendín, pero pasado el tiempo y tantas cosas no queda casi nada de ese lunarcito.

     El amigo Aliaga, que vive en Ayacucho, no tuvo tiempo para darle una mirada o recorrerlo de a pocos, pues habría sentido tanta pena y rabia como la que sentimos quienes vivimos en Celendín (no todos, por cierto). Y no es para menos, el cemento y ladrillo vienen carcomiendo, año a año y a paso imparable al añorado “anachancito”. Muy pocas áreas verdes quedan y quizá, a 30 años, ya no tengamos ninguna.

         Los distritos Sucre y José Gálvez (Celendín) tienen la suerte de estar afincados en los bordes de uno de los más hermosos valles verdes de la región que hasta los años 40 del siglo pasado fue una regular laguna, llamativa y quizá futurista. Pero fue desecada a través de un túnel de 509 m. y con ello, se revitalizó el valle y mejoró la producción agrícola y ganadera, respectivamente. 

      Este cercano valle (a 7 km de Celendín), de pampas verdes y sauzales coposos, donde prima belleza, tranquilidad y frescura de ambiente, con su pequeño parque ecológico, ha devenido en valioso recurso natural y turístico. Será por eso, que mi sueño o utopía es que nunca sea devorado por el cemento, que la vorágine construccionista no lo arrase de extremo a extremo y que, de acá a 100 años, algo quede.  

     La ciudad de Cajamarca, otrora orgullosa de su extenso valle, plano y de espléndido panorama, también está sufriendo los efectos implacables de la siembra de cemento y ladrillo. Cada año, menos espacios verdes y no pasarán muchas décadas en que quedará convertida en una suerte de barriada costeña. Recuerdo al ingeniero Emilio Cacho Gayoso, bregando porque se declare zona intangible a gran parte del valle.    

      Hace unos días, tuve la oportunidad de visitar algunos valles de selva alta un poco más allá de Tingo María (Nuevo Progreso y San Juan de Porongo), inmensos, verdes y llanos que semejan extenderse sin fin. Hasta hace menos de un siglo estuvieron colmados de flora nativa y fauna natural, pero la tala indiscriminada los ha borrado hasta transformarlos en grandes predios privados donde primó la coca y hoy el arroz, palma aceitera y cacao. 

       Estos amplios territorios tienen la ventaja de conservar su verdor y ser altamente productivos, por lo que el cemento tardará en afectarlos, pero ya nunca volverán a tener su flora y fauna natural. 

     Se extraña de verdad políticas y acciones realistas que hagan intangible a lo que queda de nuestros valles, para solo así, evitar su probable ocaso o final. 


       AGREGO: La ejecución de la carretera tipo “bicapa” que va hacia a los pueblos que circundan al valle mencionado, demanda una exhaustiva supervisión de las entidades públicas y ciudadanía. Soplan malos vientos. La municipalidad de José Gálvez tiene mucho que ver en ello.







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