Tito Zegarra Marín
Aunque
parezca increíble o descabellado, un pequeño grupo de celendinos venidos de
distritos del norte intentaron apropiarse de terrenos en la colina San Isidro.
No solo intentaron, sino tomaron posesión, instalaron carpas, trazaron el terreno,
colocaron postes para dividirlos y se plantaron sobre ella bravucones y
amenazantes.
Lamentable
y reprochable noticia que hace pensar que los bienes, propiedades y patrimonios
que corresponden a la Municipalidad provincial están expuestos como para que
cualesquier hijo de vecino, sin un mínimo de vergüenza, los invadan y traten de
hacerse dueños. En un inicio, creí que era gente foránea de esa que pulula y
aterroriza Lima, pero no, por desgracia, eran celendinos.
Ignoran
tales individuos que todos los pueblos cuentan con recursos naturales,
históricos y culturales a los que valoran y conservan, porque de ellos se nutre
nuestra vida, se cimienta nuestro futuro y se gesta nuestra identidad. De allí
su alta importancia y la necesidad de cuidarlos escrupulosamente y preservar su
integridad. La MPC, por historia y derecho, es propietaria de esos recursos.
La hermosa
colina integrada a nuestro espacio urbano es uno de esos recursos. En el pasado
habría sido una suerte de “apu” (cerro sagrado) y quizá también un guardián o
centinela de la pequeña ciudad. Y en los últimos tiempos ha devenido en natural
mirador de nuestra campiña y en asiento de la renovada y bonita capilla San
Isidro Labrador y la monumental efigie a Cristo Redentor, obra del artista
celendino Miguel Ángel Díaz Dávila. En síntesis, un centro ecológico, cultural,
turístico y religioso de inmenso valor para Celendín y la región.
A ese
patrimonio celendino se lo quiso dilapidar o descuartizar para probablemente
transformarlo en un barrio más, caótico e inseguro. Afortunadamente los vecinos
del barrio San Isidro, los siempre presentes ronderos, el alcalde provincial,
los medios de comunicación y sectores de la población, se pusieron al frente y
los hicieron retroceder. Se espera que la instancia judicial haga su trabajo
para que nunca más se repita esta clase de barbaridades.
Nuestra
colina San Isidro, sin embargo, urge de seguir siendo rescatada y mejorada,
esto es, construir graderías de piedra pulida hasta la calle Moquegua,
descansos y accesos internos, arborizarla, con áreas verdes, jardines y otros.
Y algo más, es fundamental preservar su integridad física enrejando sus
linderos para así evitar invasiones y se la utilice como criaderos de asnos,
chanchos y otros.
No olvidemos, que la mencionada colina es
fuente viva y potencial de visitas familiares y turísticas permanentes, debido
a su condición de egregio mirador de la simétrica urbe, de su sugestiva campiña
y del cerro Jelig; y porque al estar sobre ella, sentimos rodearnos de un
ambiente límpido y agradable. Ello y más, obliga a mejorarla y pronto, para de
esa manera, tenerla como un promisorio recurso turístico y de apoyo al
desarrollo de Celendín.
Finalmente, así como vale reconocer y felicitar a todas las
organizaciones e instituciones que intervinieron para evitar el mencionado
atentado, es necesario llamar la atención al sector juvenil, especialmente
alumnos de la universidad local e institutos superiores y al sector magisterial
agrupado en el SUTEP, por estar ausentes en esta y otras movilizaciones de
defensa de los derechos celendinos. Algo hay que hacer.
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