Tito Zegarra Marín
Almuerzo
de carnaval. Quizá el acto más importante en torno al cual las familias se
reunían un día en cada hogar, a fin confraternizar y participar del tradicional
almuerzo, suculento y creo irrepetible: sopa de pan como entrada, caldo de
gallina de corral con leche, cuy con papa picante (o frito de chancho), un
platito de galletas más bizcochuelo, rosquitas y queso como postre, y un buen
vaso de chicha de jora como asentativo. Mi recordado abuelo Agustín Marín,
solía ponerle a su chicha media cucharadita de bicarbonato que lo hacía espumar
y con qué gusto lo tomaba.
Para
solventar este tradicional ágape todas las familias contaban hasta esos años
con un solar (algo de un tercio de hectárea) o más, ubicados en la planicie de
la campiña, donde año a año se sembraba y cosechaba maíz y otros productos
indispensables para alimentar los animalitos domésticos y preparar los dulces
mencionados; hoy, se extraña esa capacidad productiva. La ganadería lechera la
ha desplazado.
Juego con
agua. Por esa época la pequeña urbe tenía sus calles armoniosamente empedradas
con sus acequias por la parte central y algunas piletas públicas que discurrían
agua. De ella se valían grupos de jóvenes (“pachacos”) para mojarse, bañarse,
carnavalear, casi sin frío y corriéndose de un lado a otro. Al encontrarse con
sus pares se enfrentaban a baldazo limpio, no había globos ni pinturas ni
desorden, pero sí mucha camaradería y alegría. Lindo refrescarse o quizá
“purificarse” en el carnaval.
Reinado y
paseo en caballos. Tras la elección de la reina del carnaval que se hacía
mediante venta de votos (10 centavos cada uno) y luego de la ceremonia de
coronación: sencilla, colorida y concurrida, se realizaba el esperado paseo en
caballos de la reina y damas. Muchas familias tenían sus equinos como medios de
locomoción y transporte y no era difícil seleccionar a los más dóciles (mansos)
y garbosos. Sobre esos corceles, el
séquito, elegantemente ataviado recorría la ciudad, paso tras paso, entre
piropos y aplausos y al son de una modesta banda de músicos, nadie lanzaba agua
y nadie participaba entre “copas”. Original, ambientalista y hermoso corso.
Parada de
“bandera”. Costumbre vistosa y de gusto colectivo, por la cual los pobladores
se concentraban en el centro de la plaza de Armas para levantar (parar) la
denominada “bandera”: un delgado madero de alrededor de 7 metros de alto
coronado por una estrella de carrizo de regular tamaño, donde flameaban
pañuelos de colores, juguetes, utensilios y otros. Se bailaba alrededor de
ella, para luego, poco a poco, cortarla o tumbarla a golpe de hachazos en medio
del jolgorio y expectativa de su caída. La muchedumbre, sobresaltaba hacia
ella…
Jalada de
cintas. Expectante actividad por la que un grupo de jóvenes (jinetes)
intervenían con sus respectivos caballos en la jalada de cintas de colores que
lucían colgadas de un cordel extendido en una de las calles de la plaza de
Armas. Los jinetes portaban una pequeña
lanza de madera con la que, desde sus equinos y a toda prisa trataban
introducirlas a las argollas de metal que iban adheridas a las cintas para así,
jalar el mayor número. El premio se daba en especies diferentes cada año. El
autor de esta nota participó animadamente. Ver foto adjunta.
El “rey
momo”. Hasta esos años esta iconografía no era impactante ni atractiva, pero
era esperado su ingreso anunciante del inicio del carnaval. Actualmente, esta
figura, exagerada en sus rasgos faciales para mofarse o divertirse, al igual
que sus acólitos, se han modernizado:
hilarantes, satíricos, caricaturas cuasi perfectas, de gran tamaño y
representativos de personajes públicos, locales y nacionales. Sin embargo, el
“rey momo” de antaño, reconvertido, seguirá siendo símbolo de la fiesta de
carnaval.
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