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lunes, 2 de agosto de 2010

Autobiografía: El Botón Mágico

Por Nazario Chávez Aliaga
Los Edecanes de Palacio de Gobierno son, por lo general, extraordinariamente reservados, no solo en el cumplimiento de sus funciones especificas, sino en las órdenes que reciben del Jefe de Estado. Por algo son militares seleccionados y, como tales, actúan bajo consigna. Lo comprueba el caso que vamos a referir a continuación.

Un día menos revuelto que otro, me llamó el Sr. Presidente a su despacho para darme el encargo de hacer instalar un timbre eléctrico de la sala Presidencial a la oficina de Secretaría, de cuya existencia y funcionamiento sólo sabríamos el Mandatario y yo, aunque supe después que también los sabían los edecanes, pero nunca me dijeron nada, no yo les dije nada.

“Se trata mi querido Nazario – me dijo el Presidente – de ganar tiempo al tiempo, (casi nunca me llamó por mi apellido). Hay que aprovechar el tiempo al máximo – me agregó - . Ahorrar tiempo es como si se tratara de ahorrar energías para poder vivir unos años más”. No figuraba en su calendario la fecha de su desaparición de este mundo. Tenía gran apego a la vida y murió en el momento justo de su historia. Así hay muertes dignas en sabiduría. ¡Cómo hubiera sido a estas horas una vida de tanta pureza, en medio de tanta impureza! ¡Una vida de tanta abundancia moral en medio de tanta inmoralidad! Jehová sabe lo que hace y cuanto él hace, está bien hecho. ¡Palabra de Dios! ¡Te Alabamos Señor!

Objeto primordial del botón mágico, que así llegó a bautizar el mismo señor Presidente, era deshacerse, a tiempo preciso, de la serie de audiencias que él concedía a cuantas personas la solicitaban. Unas con el objeto de alcanzar un favor. Otras, con sus indisposiciones a cuestas. Algunas, con sus alabanzas desmedidas al Gobierno. No pocas con sus proyectos dirigidos. Las más con sus carteras llenas de chismes. Y otros más, con sus narraciones de su historia antigua, media, moderna y contemporánea. Era lo cierto, que cada cual llevaba algo consigo, su cañoncito cargado, dispuesto a disparar en el momento preciso. ¡Cuántos cañoncitos no quedarían por disparar, gracias al Botoncito Mágico!

La idea no era mala, ni era buena, por cierto. Era objetable y discutible. Pero ninguna de las dos cosas podía yo hacer. Se trataba de una orden presidencial y no había nada que objetar.

Palacio de Gobierno Peruano
El mecanismo consistía en lo siguiente: sólo se concedía cinco minutos de audiencia per cápita, pasado este tiempo el señor Presidente, con gran disimulo, por cierto, timbraba el botón mágico que había sido instalado debajo del tablero de su mesa de trabajo, timbrazo que se oía en la Secretaría Presidencial que era la señal para yo bajar al Despacho y decirle: “Señor Presidente, está usted en la hora de acudir a atender una llamada telefónica a larga distancia, a la actuación tal, a la ceremonia cual, a presidir tal o cual rito religioso”. En fin a otras actuaciones que yo me las ingeniaba según los casos.

Por supuesto este anuncio al que yo daba tono de urgencia obligaba al personaje que se encontraba en el despacho a dispararse de cualquier modo, en medio de lamentaciones y disculpas. Cálculos verificados pacientemente demostraron que cada día el Jefe de Estado, con esta singular medida, ahorraba seis horas diarias que las dedicaba exclusivamente al despacho de asuntos relacionados con los diversos ministerios y sobre todo, a estudiar detenidamente proyectos de Ley, Decretos Supremos, y otras Resoluciones conectadas con la vida del Estado. Ningún Decreto Supremo o Resolución Ministerial pasaba sin antes haber sido revisados detenidamente por el señor Presidente. Muchos de los cuales eran observados diciendo: “Sr. Ministro o Sr. Director devuelvo a usted su proyecto, a fin de que lo estudie usted mejor, dignándose traérmelo oportunamente cuando yo lo solicite”. Era una fina manera de rechazar dichos proyectos que el Presidente consideraba lesivos al Estado o disimuladamente elaborados en beneficio de terceros.

Si verdaderamente la idea fue un acierto, en la práctica no lo fue, ya que como dice el adagio: “Contra siete virtudes hay siete vicios”. Los políticos de profesión alzaron el moño. Se dispersaron y se manejaron con más juicio. Palacio de Gobierno quedó saneado en gran parte. Se notaba mayor intensidad de trabajo en las oficinas públicas. Tomó cartas de eficiencia de Administración Pública y se silenció el crujir del armazón del Estado.

Decíamos que no hay virtudes sin vicios. Ni santos sin pecados. Había por allí un político profesional, que se consideraba él mismo, figura de gran envergadura. Después de muchas veces que intentó según su costumbre de tomar cuatro o cinco horas de audiencia con el Despacho Presidencial, seguramente se dio cuenta de que las cosas habían cambiado, pero no se dio cuenta de ningún momento de la trampa que se le había tendido con el botón mágico.

 Generalmente este personaje se hacía acompañar de sus áulicos y capituleros políticos, que como una manada de borregos ingresaban a la sala de edecanes. Su objetivo era demostrarles la influencia que tenía en el Palacio de Gobierno de un lado; y de otro, hacerles entender su validez y la necesidad que tenía el jefe de estado de su sabiduría política y de los privilegios que gozaba.

 Figúrense ustedes que era tanta su majadería que cuando tuvo una audiencia antes de que funcionara el Botón Mágico el tal célebre político se quedó dormido en el despacho presidencial y como efectivamente el Presidente tenía que cumplir una actuación, no quiso interrumpir su sueño y ordenó a los Edecanes que cerraran la puerta del Despacho presidencial cuando él hubiera salido. Después de dos horas que duro la actuación, regresó el mandatario al Palacio y todavía lo encontró durmiendo plácidamente. “Amigo mío – le dijo el Jefe de Estado, después que despertó - . Con que usted había sido trasnochador, vuelva a venir, cuando no trasnoche y haya dormido bien en su camita”. Y lo despidió afablemente.

Así como el Dr. Brand, que así se llamaba, este político, había muchos otros Brandnes, que el Botón Mágico les salió al encuentro.

 Bueno es recordar los valiosos conceptos que el Presidente Prado tenía sobre el arte y ciencia de gobernar, cuando me decía:

“Las naciones no se gobiernan con códigos, no con descargas de Decretos-Leyes a razón de 360 por minuto, mi querido Nazario – me repetía – sino con hechos concretos, evaluados. Vale decir con gentes calificadas de calidad y honestas. Por eso, yo soy avaro y usurero del tiempo. No desconozco que hay muchas mentes lúcidas, pero faltan acciones fecundas, positivas, dirigidas a modificar, mejorando, nuestra cruda realidad. Faltan manos, manos, manos, mi querido Nazario, - me decía -. Se acabaron ya las improvisaciones y los improvisados. Vivimos la hora de los técnicos, de los científicos. Llamémoslos, cuando menos oigámoslos”.
Presidente M. Prado en Estados Unidos
Estas recomendaciones me repetía, con harta frecuencia, el malogrado, Jefe de Estado, Dr. Manuel Prado, que gobernó el Perú durante dos Periodos y pudo gobernar un tercero, si es que la muerte, la desnarigada, no se hubiera cruzado en su camino.

Fuente: Autobiografía, Nazario Chávez Aliaga. Setiembre 1972.

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