Escribe Sergio Llerena
La especie que se luce
en el escudo nacional puede estar en extinción, aunque ni eso puede afirmarse tajantemente,
tal la falta de estudios existentes respecto a la quina. Sin embargo, es
evidente que el árbol que alguna vez ganó fama mundial por paliar las fiebres
mortales del paludismo -y que por ello fue elevado como orgullo mayor del reino
vegetal patrio- está en peligrosa retirada. Un grupo de soñadores está decidido
a sacar a la quina de las sombras, empezando con un proyecto de reforestación
en un bosque perdido de Cajamarca.
Desde hace años, todos
los domingos en la mañana, de manera puntual y ceremoniosa, la bandera peruana
se levanta blanquirroja contra el cielo azul de Cascarilla. El escudo en el
centro se deja ver a ratos entre los pliegues que forma el viento recio de este
pueblo cajamarquino ubicado a 2.700 metros de altura: la cornucopia rebosante,
la vicuña y ese árbol que la gran mayoría de peruanos solo hemos visto en
figuritas, como a los hermanos Ayar o el flotante Naylamp. Por mucho tiempo ese
mismo árbol pudo ser cualquiera de los muchos que crecen en el Bosque de
Huamantanga, vecino de Cascarilla. Sin embargo, hace cinco años al escudo
se le mira de una manera distinta en este pequeño pueblo a una hora de Jaén: ya
se sabe que el árbol de la bandera es el mismo que ha venido creciendo en las
áreas de cultivo circundantes, el mismo que por generaciones ha procurado cura
efectiva contra la fiebre, los resfríos y los males reumáticos. Y también que
se llama quina o cascarilla, igualito al pueblo. Dos nombres distintos para un
solo orgullo.
VIAJE A LA SEMILLA
Al árbol de la quina
nadie lo había identificado como tal en este pueblo hasta que, algo azarosamente,
un grupo de entusiastas trujillanos se propuso preservar esta especie esquiva
en los lugares donde aún se le pudiera encontrar. El tecnólogo médico Roque
Rodríguez es el presidente de lo que se denomina el Instituto Nacional de
Investigación de la Expedición Científica: por la Ruta del Árbol de la Quina, y
hoy por hoy es casi un paisano más, un trujillano convertido en cascarillano
por vocación. Roque Rodríguez alguna vez trabajó en el Servicio de Laboratorio
del Hospital General de Jaén, ahí se encontraría por primera vez con el árbol
que marcaría lo que ha asumido casi como una misión: "En el hospital, los
pacientes con malaria -o paludismo- decían que
se trataban con una planta amarga y que ellos preferían tomar eso en vez de las
cápsulas que les recetaban, tan grandes que parecían hechas para pavos",
cuenta entre risas.
Por curiosidad de
científico, Rodríguez fue en busca del mentado árbol. Era el año 2005 y cuando
estaba rumbo a San Ignacio, en la frontera con Ecuador, donde esperaba encontrar
algún rastro de él, un curandero le comentó de la existencia de un pueblo donde
le vendían una corteza amarga. Rodríguez enrumbó sus pasos y se encontró con el
pueblo de Cascarilla, sin saber todavía que era uno de los pocos lugares en el
Perú donde la escasa quina todavía se podía encontrar en su estado natural.
Cascarilla es el
nombre con el cual los españoles bautizaron a esta planta
medicinal -en quechua se le conoce como ccarachucchu-, que fue un milagro
del Nuevo Mundo. De hecho, su nombre científico de cinchona se debe a la
historia que cuenta que, en el siglo XVII, la esposa del virrey Luis Jerónimo
de Cabrera y Bobadilla, Conde de la Chinchona, fue salvada del paludismo
gracias a la ingestión de un macerado de esta planta. Este mismo brebaje,
obtenido de la maceración de la corteza del árbol en aguardiente, es el que se
sigue tomando en Cascarilla hasta el día de hoy. De hecho, por el nombre mismo
del pueblo, Cascarilla -pueblo cafetalero con calles alfombradas de granos
pelados que se secan al sol-tiene ganado el privilegio de ser una suerte de
capital peruana de un árbol que alguna vez significó la esperanza mundial
frente al otrora letal paludismo, y que se ganó su prestigio de símbolo patrio
por ese mismo motivo, aun cuando ahora se encuentre casi en peligro de
extinción y se le haya refundido en el olvido malamente.
SUEÑOS FEBRILES
La vida de los
cascarillanos ha cambiado desde la llegada de la expedición científica de Trujillo.
Con el descubrimiento de la presencia de la quina en lo que ellos denominan su
Santuario -un bosque pequeño y tupido a dos horas a pie del pueblo-, muchos
proyectos se han animado y algunos pocos logros se han alcanzado. Todo esto
forma parte de un esfuerzo conjunto entre la expedición trujillana y los
pobladores, mezcla de sueño y realidad. Roque
Rodríguez se explaya en los pormenores de un futuro ideal: "En el
Santuario de Cascarilla podemos encontrar hasta siete especies de cinchona, la
mayor variedad que se puede hallar en el Perú en un solo lugar. Las hojas de la
cinchona las queremos secar y pulverizar para hacer un mate filtrante de poderes
antifebriles, también queremos elaborar amargo de angostura con la quina y
llamarlo el Amargo del Inca para ponerlo en nuestro Pisco Sour, y queremos
aprovechar los pequeños troncos de quina -que son tallos huecos- para elaborar
quenas y antaras".
Todos estos proyectos
alucinantes pasan por la implementación de una planta de procesamiento en el
mismo poblado de Cascarilla, donde se pueda producir quinina, el alcaloide
usado en la industria farmacéutica para elaborar medicamentos contra el
paludismo, por ejemplo, o en la elaboración de agua tónica y demás bebidas
amargas similares. Según cálculos de la propia expedición científica, en el
Perú se gastan cerca de 118 millones de soles anuales en el tratamiento de la
malaria y, específicamente en medicamentos, cerca de 80 millones. La inversión
en una planta de procesamiento para la cascarilla tendría un monto mucho menor
y crearía una fuente de ingresos invaluable para la comunidad, además de
significar un ahorro considerable para la economía del país. Todos estos sueños
son los que alimentan los esfuerzos de un grupo de científicos y entusiastas
que no reciben apoyo oficial, unos soñadores solitarios.
QUÉ VERDE ERA MI
BOSQUE
Sin embargo, a pesar
de la importante presencia de quina en las tierras de Cascarilla, la cantidad
de árboles encontrados sigue siendo insuficiente. A decir de Joaquina Albán,
bióloga del Museo de Historia Natural de Lima e investigadora del árbol de la
quina, "aún no se puede decir que la quina esté en peligro de extinción,
pues no se han realizado los estudios de campo necesarios sobre la cinchona.
Pero sí creo que debería ponérsele en un estatus de mayor vigilancia para
evitar la disminución de las poblaciones que ahora podemos encontrar".
Esa escasez, producto
de la depredación y falta de conciencia, es la misma que lamentan los
pobladores de Cascarilla, que han resuelto revertir tal situación con un
incipiente programa de reforestación. Neptalí Fernández es cascarillano, tiene
36 años y con su machete va abriéndose paso entre la espesura del Santuario de
Cascarilla. Allí, en un descanso bajo la sombra de un árbol de quina da 30
metros, dice: "Ahora gracias al
colegio del pueblo algunos saben de la quina, pero la maya parte de los
pobladores no lo conocíamos. Sabíamos que su madera era buena porque nuestros
padres y abuelos la usaban para hacer sus casas, pero no que era una planta tan
valiosa. Imagine cómo nos sentimos de
haber tenido bosques que ahora están depredados por gente que venía de la
ciudad. Ahora tenemos que reforestar". De hecho, la reforestación de
quina en las tierras de Cascarilla ya empezó y se espera que no cese hasta
alcanzar los 100 mil ejemplares, una meta que solo se podrá alcanzar con
constancia y mucha paciencia. Igual, al Santuario de Cascarilla ya algunas
empresas turísticas de Jaén lo están proponiendo como destino para ver en vivo
nuestro símbolo patrio, además de avistar al gallito de las rocas y chapotear
en sus arroyos con el fondo de la Catarata de la Momia, de más de 30 metros de
altura.
Sea como pinte el
futuro, en esta conexión Trujillo-Cascarilla, el Instituto Nacional de
Investigación de la Expedición Científica por la Ruta del Árbol de la Quina, un
conjunto multidisciplinario de 25 profesionales, se la está jugando por rescatar
esta especie. Ya lograron la germinación de su semilla in vitro gracias al
ingeniero Carlos Rodríguez, de la Universidad Nacional de Trujillo, y el ingeniero
Fredy Leyton ha elaborado el primer champú de quina. También se han hecho
plantaciones simbólicas en Trujillo y el Santuario Histórico de Machu Picchu,
todo con la plata del propio bolsillo y sin pedir nada a cambio: "A
Cascarilla vinimos por una planta de quina y eso es lo único que nos hemos llevado,
todo lo que venga será para la gente de Cascarilla", concluye Roque
Rodríguez sujetando un frágil brote de nuestro árbol entre sus broncas manos. *
Fotos Sebastián Castañeda.
Fuente: Semanario Somos.
Fuente: Semanario Somos.
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