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viernes, 29 de octubre de 2010

Relato: El Examen


Con profundo respeto, a la memoria del que en vida fue Mario Collantes Zegarra, fiel amigo e inteligente compañero; de igual modo a Elmer Chávez Rojas y Antenor Chávez Vera, hombres sin par que también, aún muy jóvenes, fueron llamados a la diestra de Dios nuestro Señor...

Escribe: José Luis Aliaga Pereira

Corrían los primeros días del mes de marzo. El carnaval alegraba las calles de nuestro Sucre. Los barrios de Minopampa, El Centro y La Toma abrían sus brazos a bellas damitas y atrevidos muchachos de la capital.

El colegio "San José", lucía, aún sin el portón de fierro, que hoy nos saluda, pintado de verde. Sus aulas de tristes carpetas respondían con ecos los gritos de pequeños traviesos. El colegio se encontraba concurrido. Asistían a él, tanto alumnos con "cargos" como los que gozaban de merecido descanso. Los profesores interrumpían sus días de solaz esparcimiento, para retornar a las aulas y continuar con su noble propósito de educadores. Uno de ellos era, nada menos, que el inteligente y simpático don Julio Aquinodata.

Yo, había cumplido los trece años y cursaba el segundo de educación secundaria. Aunque no era el peor de la clase, figuraba entre los últimos; digamos, por decir, el cuarto empezan­do de atrás. Por supuesto no me hace mucha gracia confiárselos; salí desaprobado en Zoología y Botánica, siendo el único jalado en tal materia. El examen era a las once de la mañana. Esta vez, procuré repasar dicho curso y me encontraba preocupado. La hora se acercaba; el sol promovía orgulloso la alegría de los campos y el humor de los muchachos, mientras con el cuaderno escondido bajo la chompa, tratando de disimular y confundirme con los que gozaban de sus vacaciones, me dirigí al colegio. Bajé la vereda larga del antes empedrado Dardanelos; crucé el puente de la calle Dos de Mayo y, al ingresar, ubiqué al profesor conversando con cinco chicas limeñas que se veían preciosas. Esperé que se le ocurriera ver su reloj pulsera, que se acordase del examen y que se dirigiese al salón de clase, como lo hacían todos. Esperé en vano. El profesor continuaba su amena charla. Pasaron los minutos y obligado por la circunstancias, me presenté al grupo, en la sala de profesores. Era un alboroto. Don Julio al verme, con una seña me indicó tomar asiento. Había tres carpetas unipersonales y un clásico pupitre. Mi rostro enrojeció de repente, y cerrando los ojos recordé mi primer año en el colegio; recordé a Segundo Encinas, al que le decían "el curvo", cuando bajaba y subía, rápidamente la ceja derecha. Recordé que el pro­fesor lo miraba, luego de una pregunta. Nadie aguantaba la risa; más lo miraba, más movía la ceja; parecía que lo estaba enamorando. En cambio yo no subía la ceja, ni tampoco la bajaba, pero me sentía volar, y deseaba que me tragase la tierra. Para remate, las chicas decidieron acudir a mi auxilio:

- ¡Profesor, profesor, hágale preguntas fáciles!

- ¡No sea malito profesor!

El profesor, solterito codiciado, aceptó, complaciendo a las bellezas.

- Hazte la pregunta, hazte la pregunta -me dijo de mala gana.

El profesor, las chicas, el pupitre, las carpetas, ¡el aula entera!, giraban en mi cabeza. Los ruegos, las risas, los coqueteos de las hermosas golpeaban mi cerebro. Sólo hubiese sido diferente si me hubiese preguntado el concepto de Zoología y Botánica. Eso lo sabía de memoria. Pero no. Para demostrar que había estudiado, me hice la pregunta más difícil:

- ¿Qué son las inflorescencias? -anoté con aires de sabihondo.

Luego ya no la pude borrar. ¡Todos miraban mi prueba! ¡Todos miraban mi hoja vacía! Quedé paralizado, como si el profesor me hubiese detenido con invisible "control remoto"; como si me hubiese detenido para que sólo ellos se riesen.

Fueron momentos interminables y, cuando el sudor inundaba mi frente, el profesor hizo una pregunta que me cayó como un baldazo de agua fría:

- ¿Qué pasa, no recuerdas?
- No, no recuerdo profesor -respondí con voz temblorosa.

Las jovencitas, al ver mi situación complicada, suplicaron en coro:

- ¡No lo jale profesor, no lo jale!

El galán asediado, nuevamente, se rindió ante los ruegos de las sinceras chiquillas. Palabra por palabra me dictó la respuesta y aconsejó que estudiara.

No olvidaré esos instantes. Con la cabeza inclinada y el once aprobatorio que me quemaba, salí avergonzado, escondiendo el cuaderno entre mis ropas.

Afuera, junto a un tierno pino de la entrada del colegio, los mejores esperaban con sus caras y sus globos, ver salir a los "jalados".

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Antenor, Elmer, Mario y el autor de este relato, egresaron del Colegio San José de Sucre el año 1976.  

1 comentario:

  1. Extractos cargados de historia y nostalgia,recuerdos que nos llenan el corazón,
    inteligentes y amenas recopilaciones del Director de éste prestigioso Blog...Sigan así y Felicitaciones...

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