Escribe: Mazarino Bazán Zegarra
El agradable son de
una música antañona, que ha rondado por mi mente todo el día, y la relectura de
un poema mío, inconcluso, dedicado a ti, me hacen recordarte en mi calidad de
uno de los mayores beneficiarios de tus dones, que mi gratitud viene pagando
por cuotas diferidas, sin saber cuándo dejaré de ser tu deudor. Estás
fuertemente apegado a mí, tal vez por el paralelismo especial de tu vida y la
mía, somos paisanos, o porque fuiste tributario de mi modo de ser, un poco
querendón, melancólico y aferrado a la tradición, donde siempre te encuentro.
Te forjó la tía
Eusebia en un arrebato de sus sueños visionarios, dotándote de la fuerza de los
titanes, arrancada de las cumbres de Uñigán, y encauzada cual torrente
impetuoso para mover tus entrañas circulares, a fin de que, crujiente y
rezongón, pongas en marcha su industria, triturando el grano limpio, alimento
de tus coterráneos; y sin proponérselo quizás, quien te dio ese soplo vital,
para que sirvas de templo votivo de tanta esperanza juvenil que en tus aguas
residuales refrescó sus inquietudes y aprendió aquel dicho filosófico, verdad
latente de progreso y a la vez de desencanto, «Nadie se baña dos veces en el
mismo río...»
Me han dicho que hasta
ahora sigues allí, enclavado en la parte más hermosa de la campiña de Sucre,
rodeado por el cerro amarillo de las moras, que te protege de los temporales,
conservando tu porte señoril de adulto. Llegábamos a ti franqueando la reja de
maderos paralelos de no sé quién vadeando el río sin puente de la heredad y por
un caminito agreste que nuestras pisadas irreverentes habían abierto a la mala,
estropeando el cultivo inocente de nuestros abuelos, a compartir contigo la
fragancia de tus flores compañeras, la humedad de tus orillas, el aire
vivificante de tu cielo y el aroma sin par de grano molido que esparcías
orgulloso y te ubicó, por así decirlo, en el núcleo de nuestras remembranzas.
Sin embargo, nuestros
diálogos quedaron suspensos. No podían terminar pues éramos niños nosotros y
por consiguiente pocos los temas intercambiables e inmaduros los juicios a
pesar de ser muchas las vivencias. Recién ahora, pasados los años, cuando la
experiencias nos han hecho tocar tantas puertas de este diario vivir, con todos
su matiz de ilusiones y desengaños, te puedo decir que ni tú ni yo somos ya los
mismos, porque la vida nos quita o nos regala, en este juego de toma y daca
permanente, cosas que de buena gana no aceptaríamos, digamos, los musgos
roedores de tus ruedas y la rigidez de mis huesos, que nos han tornado
regañones; la curvatura de mis espaldas y el arqueo de tu techo que dejan al
descubierto nuestra adultez; el gris de mis cabellos y las telarañas de tus
tejas que nos van poniendo en el umbral del más allá; la suplantación
inconsulta de tu poza de agua pura por un tosco relleno de arena y el brusco
despertar de mis sueños frente a la cruda realidad, que es indicio de irnos alejando
cada vez más de la lozanía, vivero de esos atributos.
Ahora sí, Viejo
Molino, tú que vives de las aguas, frente a lo que te digo, dime tú si no será
cierta la frase acuñada por los filósofos que te mencioné antes: «nadie se baña
dos veces en el mismo río», Me dicen que pertenece a Heráclito, maestro del
devenir, quien dijo «todo cambia; nada permanece». Sea de ello lo que fuere.
Pero, es frase de desconsuelo, porque ¿Quien no quiere permanecer? Que nuestros
corazones, que te abrieron sus puertas de par en par, latan como ayer, sin esa
ataduras con que los cubre la complejidad de la medicina; que nuestros ojos,
que percibieron tus encantos, te miren siempre diáfanos sin auxilios extraños;
y en fin sea el mismo ropaje ligero, en lugar del barroco de hoy, con que
acudíamos a tu encuentro, alborozados, a comulgar contigo la hostia consagrada
de nuestra amistad.
No sé que habrá de
cierto en todo esto. Sólo quiero que sepas que lo que hoy escribo no hace sino
traducir mi afán por tu permanencia física, en el mismo sitio de tu tierra
natal, para bien de su tradición.
Aquí te dejo, viejo
amigo, con la esperanza de volveremos a ver. Resulta tan grato.
Revista El Labrador, mayo 1998.
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