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martes, 25 de octubre de 2011

Memoria: MARIO COLLANTES ZEGARRA “MACETA”


Por Tito Zegarra Marín.

Nació en Sucre, en el seno de un hogar humilde. Niño aun, perdió a su padre en la infausta tragedia del Estadio Nacional en 1964. Gracias a la tenacidad y sacrificio de su madre llegó a la Universidad Nacional de Cajamarca para estudiar Ingeniería Civil. Aquí lo encontra­mos. Desde entonces, muchas experiencias compartimos solidaria y fraternalmente, todas ellas engarzadas a la vida académica y a vivencias del diario discurrir.

En medio de ello, descubrimos al estudiante inquieto, apasionado y a veces impetuoso: pero, eso sí, inteligente, siempre dispuesto a superar dificultades, e imbuido de gran calor humano y de sinceridad en lo que decía y hacía.

Dialogante incansable con todos y sin distingos, sus puntos de vista los defendió con ardor e hidalguía. Por eso fue perseverante en la búsqueda de conocimientos y el sentido de las cosas. Nunca prefirió el facilismo.

Amigo entero y comprometido, supieron calar dentro de sus venas el dolor y la nostalgia de su pueblo. Por ello, cuando estudiante, intentó hacer algo: en el replanteamiento de la carretera Loma del Indio, en la mejora de la iglesia matriz: o en la pavimentación del entorno de la Plaza de Armas.

Más pronto que tarde, y después de su exitosa graduación, conjuntamente con Segundo Sánchez, llegó a combinar la vida hogareña, al lado de su esposa e hijos, con su desempeño profesional. Sobre lo último, hay que anotar que siempre evidenció su deseo vehemente de abrirse camino al éxito. Y en eso andaba, sin vacilaciones, seguro de sí mismo.

Por exigencias de trabajo, pocas oportunidades de reencuentro tuvimos. Pero allí estaba: amigable y expresivo, sensible y presto a la crítica. Y en nuestro querido Mayo de 1992, llenos de entusiasmo y alegría, una y otra vez departimos.

Una mañana del domingo deportivo sucrense en Cajamarca. (23 - 10-92) donde seguro que habría estado contagiándonos su contento y vivacidad futbolística, una absurda e injusta noticia heló y paralizó nuestra cita. No lo podíamos creer. Lo traicionaba la muerte en la cima de sus posibilidades, cuando sus sueños familiares y de trabajo germinaban promisoriamente, y cuando sus hijos y el futuro esperaban tanto de él.

Como en ese momento, desde esta revista que la sintió como suya, le decimos: ¡Hasta siempre, amigo Mario! ¡Hasta siempre!

De la revista El Labrador,  mayo1993.



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