Por Tito Zegarra Marín.
Nació en Sucre, en el
seno de un hogar humilde. Niño aun, perdió a su padre en la infausta tragedia
del Estadio Nacional en 1964. Gracias a la tenacidad y sacrificio de su madre
llegó a la Universidad Nacional de Cajamarca para estudiar Ingeniería Civil.
Aquí lo encontramos. Desde entonces, muchas experiencias compartimos solidaria
y fraternalmente, todas ellas engarzadas a la vida académica y a vivencias del
diario discurrir.
En medio de ello,
descubrimos al estudiante inquieto, apasionado y a veces impetuoso: pero, eso sí,
inteligente, siempre dispuesto a superar dificultades, e imbuido de gran calor
humano y de sinceridad en lo que decía y hacía.
Dialogante incansable
con todos y sin distingos, sus puntos de vista los defendió con ardor e
hidalguía. Por eso fue perseverante en la búsqueda de conocimientos y el sentido
de las cosas. Nunca prefirió el facilismo.
Amigo entero y
comprometido, supieron calar dentro de sus venas el dolor y la nostalgia de su
pueblo. Por ello, cuando estudiante, intentó hacer algo: en el replanteamiento
de la carretera Loma del Indio, en la mejora de la iglesia matriz: o en la
pavimentación del entorno de la Plaza de Armas.
Más pronto que tarde,
y después de su exitosa graduación, conjuntamente con Segundo Sánchez, llegó a
combinar la vida hogareña, al lado de su esposa e hijos, con su desempeño
profesional. Sobre lo último, hay que anotar que siempre evidenció su deseo
vehemente de abrirse camino al éxito. Y en eso andaba, sin vacilaciones, seguro
de sí mismo.
Por exigencias de
trabajo, pocas oportunidades de reencuentro tuvimos. Pero allí estaba: amigable
y expresivo, sensible y presto a la crítica. Y en nuestro querido Mayo de 1992,
llenos de entusiasmo y alegría, una y otra vez departimos.
Una mañana del domingo
deportivo sucrense en Cajamarca. (23 - 10-92) donde seguro que habría estado
contagiándonos su contento y vivacidad futbolística, una absurda e injusta
noticia heló y paralizó nuestra cita. No lo podíamos creer. Lo traicionaba la
muerte en la cima de sus posibilidades, cuando sus sueños familiares y de
trabajo germinaban promisoriamente, y cuando sus hijos y el futuro esperaban
tanto de él.
Como en ese momento,
desde esta revista que la sintió como suya, le decimos: ¡Hasta siempre, amigo
Mario! ¡Hasta siempre!
De la revista El Labrador, mayo1993.
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