Así
como el hombre del campo, con movimientos circulares de la mano “ishana” y
selecciona las mejores semillas que fructificarán sus sementeras; así, digo, he
pretendido escoger los poemas que entrego a mis amigos y amigas, con la ilusión
que les brinden posada.
(Jorge Horna)
De mi poemario Llueve
a cántaros (Hipocampo editores. Lima, 1999)
Molinopampa
Color de crepúsculo encendido
senderos de Molinopampa, trigos
Agua hemorragiada de los cerros
paloma vegetal de viento
Concavidad plena, corazón
crecido en el horizonte
Colinas.
Trébol
Flor de los caminos,
sólo los que rumian
tu amor
saben de ti
¡Qué desilusión,
es ajena tu dulzura!
Tridimensionales
tus perfiles en los recodos,
arcos de entrada
a las encantadas riberas
Crecedera de los cercos,
es blando tu forraje
para mi canción.
Astilla rupestre
Aprendiz soy en el astillero
de la música del mar
En la escuela de los puertos,
artesano entre pedernales
En las redes del encanto
voy por laberintos,
ensayando olas
trazos de luz
Perdidos en las travesías
los eslabones de fuego
se ahogan en los faros
Aprendiz soy en la vida
y permaneceré con mi oficio
astilla viva de mi sangre.
Arcilla
En la arcilla está el agua
esperando nuestros sueños
a chorros
Colma sus vasijas el alfarero,
autorretrata su alma
en su taller de la colina
Yuntas de bueyes en el firmamento,
ovejas en la vía láctea
La arcilla se empapa en la lluvia
amanecen sembradores de constelaciones,
mujeres hilan sus cosechas
en el taller de la colina
Modela la arcilla iris
en la niebla el alfarero.
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Del libro Árbol de
atisbos (Arteidea editores. Lima, 2008):
Mujer rural
El camino sin las huellas de tu andar
ha de estar noche y día ondulante,
de día por los puentes viajeros
de noche con la rosa de tus pies
Los domingos de jarabes y añil
en tu canasta pródiga, amantelada,
la ubre recogías en la campiña
tu hermosura, mitigaba las alforjas
Espléndida mujer que escribiste tu nombre
en la trilla y en los troncos de la memoria;
Tu rostro: extraño relampaguear
después de una lluvia de estío
Tu silencio, batalla sin fin contra el olvido
Ríos cual mugidos de almíbar
cerraron tus retornos matutinos
y los cebadales dejaron de rozar
en los portales de mi banco de maguey.
El matiz de los matorrales
Escribo en el primer peldaño
del inmenso y hermoso camino
para convidarte la claridad
del rincón de los rosales
Contigo en esta misión de alas
que se extiende
de los montes incultos a los mares azules
Quiero decirte
que desde el balcón que
elegí
para estar en el llano, veo
que los árboles aún crecen
en el vendaval de sus reclamos,
el paisaje tiene reservado
un hospedaje
para el prisionero
que deslumbró al enemigo
en la derrota del ego y la miseria
Escribo en el matiz de los matorrales
agazapado en el retumbe de
la tierra
en el candor de los epígrafes danzantes
con la música de las
espigas
repletas de humanidad.
Calles
Los semáforos apabullados por el caos
La muerte presente en la subasta de los
remedios
La vejez tomada como pretexto para los
homenajes
Haciendo gala de sus extremos la desdicha
40 grados a la sombra y sin una pizca de brisa
ajena del mar
Los deseos entumecidos en los huesos la
crudeza invernal
Casi todos mis vecinos con su mensaje
Chau/ no estoy/ no sé a que hora llegaré
Ríos ilusorios en la televisión/
estercolero de billeteras y corbatas
Algunos queridos antiguos amigos
Escribiendo para estar y no para ser
Las legumbres con los labiosa abiertos en los
mercados
Los frutos sostenidos por su vigor rotativo
como pan que no se vende
Pero como siempre el asedio
Y la esperanza es lo que nunca debe perderse
Qué vientos han resistido nuestros credos
Los torbellinos separan la paja del trigo
La reincidencia porfiada
Con los símbolos ardientes de la primera
palabra cotidiana.
El viejo molle y las retamas
Por las ramas del viejo molle
fluye la sangre a cada terrón del suelo
La transparencia de los anhelos en las
nervaduras
savia torrencial de sendas nuevas
Mil años, demasiada espera,
el viejo molle y el candil de las retamas
persisten en descombrar cadenas
ahuyentarlas para siempre con el vuelo de los
escarabajos
Desde los confines del viento
y las luciérnagas hortelanas
en los surcos comunales se busca los rumbos,
a la lumbre de los días
se mastica la esperanza de la tierra
Mil años es demasiada espera
El destino, descorrer el tiempo.
(Jorge Horna)
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