Distrito de Sucre en todo el Perú y el mundo.

Buscar en este portal

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Huellas: LA SERENATA



Por: Onésimo Silva Reyna
La serenata es el canto al amor. Al amor platónico y romántico. A ese amor que late en el corazón con pulsaciones de encendida pasión, o con estertores de pájaro agonizante, serenata es el poema escrito sobre las cinco líneas y cuatro espacios de un pentagrama sonriente y picaresco, que luego se convierte en almibarados gorjeos de zorzales y ruiseñores. La serenata es la canción de una esperanza alada; o la de amargos desengaños; la de los celos punzantes y envenenados; la de las postradas súplicas ante el altar de Cupido; es el canto que rinde homenaje a la mujer idolatrada; o es la impostergable despedida, anudada al turbio espejo del alma, que va oprimiendo el angustiado corazón hasta el momento de la partida, en que se deshace en lágrimas atribuladas.

La serenata nos viene desde tiempos remotos.

Desde que los peninsulares llegaron y sentaron sus reales por estos pagos de Dios. Y se convertía, al pie de una ventana amiga, o de un balcón tachonado de flores, en juguetona serpentina que surgía desde las profundas oquedades de un miocardio enamorado y buscaba, filtrándose por una rendija cómplice, el corazón de la bella que dormía plácidamente, tal vez soñando con las ternezas y juramentos del dueño de sus amores, el que, aterido, junto a sus cumpitas del trato, iban todos entrando en calor, al amparo de un par de tragos bien templados de burbujeante y sólido cañazo, para luego saturar de armonías y suspiros las tranquilas sombras de una noche somnolienta y gélida.

En el Huauco de ayer, remontándome a los lejanos años de mi infancia no se supo de noche alguna en que faltara la serenata «enamorada» y persuasiva, especialmente en las noches de plenilunio, como si en ellas se avivara el fuego apasionado de los prendados jóvenes.

Hacia los años veinte fueron consumados serenatistas los mancebos de entonces: Agustín Marín, Alcibíades Horna, Hildebrando Aliaga, Aladino Escalante (que a poco levantara el vuelo hacia escoceses horizontes), Mario Sánchez, Pancho Malaver (del que se decía, no hacía la segunda ni la tercera, sino la sexta, dada la olímpica gravedad de su voz)

Años después, hacia los treinta, endulzaban los apacibles sueños de las adoradas prendas los lamentos melodiosos de una «triste», mezcla de jubilosas esperanzas y hondos suspiros de añoranza, por ese trío que se hizo famoso en los ámbitos huauqueños, consagrado por las damitas, no importaba de qué edad, trío integrado por Celso Silva primera voz José Aliaga, alias «Joseagas», a la segunda, y el morocho Zenobio Rocha, ducho en primera, segunda y contralto.

Esas melodías rendían culto a la belleza de todas las chicas de «La Toma» y «El Centro», para cuyo fin los trovadores, escalando las empinadas breñas, arriba el Huishquimuna, se sentaban cómodos sobre una gran piedra planiza y echaban al vuelo sus romances a través de «Paloma Blanca», «La Flor del Café», «Amor Eterno», «Cuando va muriendo el Día», «Rosa de mi Jardín», «Adiós, mi Amor», etc., etc., yaravíes en boga que culminaban con una marinera o huaino arrebatados, que hacían trizas los corazones de las Evitas romanticonas, quienes, furtivas, salían puerta afuera, dejando su cálido lecho, o el engreído sombrero, que iban tejiendo hasta "altas horas de la noche".

Aquellos versos carecían de fondo instrumentado, pero ese detalle no era óbice para que tuviesen un acento, a cual más bello, acariciante y lisonjero.

Más de una vez se escuchó en el Huauco hender los espacios en sombras las notas de una triste combinada. A la sazón, había damitas de clara y meliflua voz, a quienes invitaban los «canta-tristes» para que acompañasen en la serenata, y ésta saliera como Dios manda. Se acoplaban entonces al grupo las hermanitas Manuelita y Ernestina Reyna, que por su voz parecían ser hijas de una alondra y un jilguero; las hermanitas Rosita y Jesús Chávez, dos jovencitas cuyas voces alcanzaban el Do de pecho, como si nada. Estas chicas parecía que cantaban más con el corazón que con la garganta. También, en contadas ocasiones se sumaba al grupo fraterno la zarquita Hormencinda Sánchez, con su primera que sabía a miel de abejas. Y de la secular primaveral Minopampa destacaron las hermanitas Zelada, que matiza­ban de oro las serenatas de antaño.

Corriendo impasible el tiempo, en las noches silentes de los años 40, regaron de encanto las serenatas del canario Tashungo, Máximo Chávez, el desaparecido Profesor Wilfredo Zegarra Sandoval, amo y señor de la guitarra, con sus bordones de típicas y muy personales octavas, Manuelito Cabanillas, el de la mandolina mágica y el autor de esta nota, el de guitarra compañera, conjunto que turbaba el sueño de las «manitas» del día, con la interpretación de valsecitos criollos, y boleros de moda, como: «Sufrir», «Bésame», «No me vayas a engañar», «Negrita Linda», y... ¡Qué sé yo!.

Estas bellas e inolvidables jornadas se salpicaban con una suerte de atractivas anécdotas, varias de ellas violentas y risibles a la vez, como aquella en que, en Celendín, al pie de una ventana, el austero Profesor Eusebio Horna Torres, guitarra en mano, para complacer a su colega y amigo Hildebrando Rojas, iniciaba un yaraví destinado a pulverizar de amor el corazón de la bella enamorada de éste. Y cuando la canción iba por:

«Por qué me matas, mi vida
con tus gélidos desaires...
No comprendes mi tristeza,
que me muero por tu amor:..»

Horna acababa de entonar el último verso con la más enternecida y ondulada voz, cuando, justo en ese instante, se abre la ventanita de arriba, por la que, asomada a ella la anciana madre de la novia, iracunda hasta el delirio, le grita al enamorado:

¡Qué tristazo que estás,
borracho, desgraciado, balsero!...

Al punto que dejaba caer un enorme chungo, que casi destroza el cráneo del amigo trovador, o por lo menos la melancólica y trémula guitarra.

Hoy siguen las serenatas su ancestral trajín.

Pero: ¡Válgame el Señor! Que me disculpen algunos serenatistas modernos, pero creo y siento que han perdido gran parte, cuando no todo su contenido romántico y emocional. Hoy, casi no se necesita de voces bien timbradas, ni de turnos pacientes y minuciosos ensayos.

Hnos. Cabanillas, buenos
en el arte y la serenata
Con cargar al hombro un tocadiscos, o una grabadora, se soluciona todo y por serenata se tiene todo un huaico de temas altisonantes de chachachás y rocks bullangueros, con un fondo ensordecedor de percusiones afrocubanas que, a la vez, son el trasfondo de chillidos, maullidos, graznidos y relinchos de una constelación de nuevaoleros que, más que romantizar a un femenino corazón, sólo encienden, eso sí, alucinantes llamaradas en los talones y algunas glándulas endocrinas, a la par que alzan los niveles de la bilirrubina.

¡Pido mil perdones por este comentario final, propio de un viejo chapado a la antigua, en quien influyeron y siguen influyendo hondamente los romances de Mariano Melgar, las inspiraciones de Felipe Pinglo, los inmortales boleros de los Panchos y las cautivantes serenatas de Los Calaveras! ¡Por decir lo menos!

De la revista El Labrador, mayo 1995

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

 

©2009 Asociación Movimiento de Unidad Sucrense - "MUS" | Template Blue by TNB