Por Nazario Chávez Aliaga.
Cosas de la tierra y
del hombre. Cosas del ambiente y de la entonación de la vida y de egregia
función del hombre. Es lo cierto, que los destinos políticos de la provincia de
Celendín, habían sido manejados, durante más de media centuria, por una
dinastía clerical, que constituyó una de las más irritantes vergüenzas de
Celendín en el seno del Congreso Nacional. La emprendimos contra ella con
resolución y firmeza, hasta sus últimas consecuencias, y, lo hicimos en el
preciso instante, en que los grupos y partidos políticos se organizaban para
disputarse el predominio electoral. Fueron tres los candidatos que debían
participar en la contienda: dos curas y un candidato civil, hijo de la
provincia, el doctor Rómulo Burga Chávez, abogado de prestigio y de arraigadas
ideas liberales, a tono con las decisiones del momento histórico que vivía el
país.
El éxito del proceso
electoral, en aquel entonces, dependía de la Asamblea de Mayores Contribuyentes,
organismo básico del sistema, ya que de su seno salían elegidas las Juntas
Receptoras de Sufragios y la Junta Escrutadora de Votos, que tenían que ver, en
última instancia, el proceso electoral y la calificación del candidato
triunfante.
Disolver a la Asamblea
de Mayores Contribuyentes era, pues, misión de audacia, de arrojo y valentía.
El doctor Burga Chávez, tuvo esa audacia, ese arrojo y esa valentía. Presentó a
sus afiliados el plan de acción. Plan que consistía en tomar a mano armada, el
local del Concejo donde debían reunirse los Mayores Contribuyentes y los
candidatos, ocupación que debiera producirse por un grupo de adictos
calificados, en el instante preciso en que se escuchara un disparo de revólver,
que debiera hacer el candidato Burga Chávez al calor de las discusiones que él
debería provocar para el efecto.
Producido el disparo,
no se hicieron esperar los hombres designados para la acción. Los veinticinco
rebeldes, fuertemente armados lograron realizar su misión. Los curas fueron los
primeros en ser desalojados del local. Luego los Mayores Contribuyentes y,
finalmente, los partidarios de los curas, quienes salieron despavoridos en una
fuga sin remedio. Los curitas fueron sacados a empellones, con las sotanas que
les volaba sobre el hombro y a paso redoblado.
Los disparos
menudearon en torno del local. Los tres grupos de 25 hombres cada uno salieron
de su emplazamiento a reunirse en el local del Concejo, a fin de respaldar la
acción deflagrante de sus compañeros, consiguiéndolo plenamente. El movimiento
de los asaltantes fue arrollador y técnico. No quedó un sólo adversario en la
Plaza de Armas. Los pocos que quedaron después de la refriega se concentraron
en sus Casas Políticas. El resto de adherentes las emprendieron en distintas
direcciones, haciendo promesa de no volver a meterse en cosas de hombres.
La Fuerza Pública,
integrada por 25 gendarmes, se rindió sin condiciones, ya que consideraba una
imprudencia enfrentar a esas mayorías pujantes de los hombres libres. El mismo
Subprefecto recibió de mi parte y del Jefe de la revuelta, doctor Burga Chávez,
el salvo conducto de su libertad, bajo severas promesas.
Dueños de la situación
precisaba acabar con el último reducto de las fuerzas de la oposición, que lo
conseguimos sin mayores dificultades, así mismo las Casas Políticas que las
convertimos en cuarteles de nuestras fuerzas. Eran las seis y media de la
tarde. Y el silencio reinaba en la ciudad como en un sepulcro, los campanarios
tocaban el Ángelus. Los viejos y las mujeres se encaminaban a las iglesias. Las
herraduras de los caballos sacaban chispas de candela en las baldosas de las
calles, el relincho de las bestias se escuchaba en todo sentido. La ciudad
estaba presa de angustia. Las juventudes recorrían las calles lanzando vivas a
los revolucionarios. La voz de Basilio Cortegana se encarnó en los pechos
libres de los celendinos. Delegados de los curitas candidatos se presentaron
donde nosotros a pedirnos garantías. No sólo se las dimos, sino que compartimos
con ellos el triunfo. El proceso electoral se anuló; y Celendín se sacudió para
siempre, con aquella memorable jornada, del caciquismo político clerical,
gracias al valor y pujanza de la juventud que cumplió así la responsabilidad de
su destino histórico. Así terminó este notable episodio de la Histórica
Política de la provincia y así quedó sellada para siempre su independencia
política, reclamada por el gran pueblo de Celendín y sus valientes hijos. Desde
entonces ni más curas en los escaños del Parlamento Nacional. A Dios gracias.
Empero la venganza y
el odio tomaron cartas de ciudadanía. Se pretendió enlodar el nombre, el valor
y el civismo del líder de este Movimiento de Liberación Cívica de la Provincia
de Celendín, Nazario Chávez Aliaga, sin conseguirlo. Pese a las argucias y a
los métodos indignos de los que se valieron todos aquellos que habían venido
usufructuando los beneficios, que les reportaba la usurpación de los legítimos
derechos de las mayorías ciudadanas.
Para mayor oprobio, me
instauraron no sé cuantas instrucciones criminales, por los delitos de asalto a
mano armada, contra los individuos y las instituciones oficiales, por atentados
contra el orden público, robos, incendios, homicidios y no sé por cuántos
delitos más. ¡Vaya usted a averiguarlo!
Los Heraldos Negros de
Celendín no se detuvieron allí. Me excomulgaron a la criolla. Colocaron
cedulones en las puertas de las iglesias y en las paredes de los edificios
públicos. Se me amenazó de muerte y se puso a buen precio mi pobre cabeza.
Frente a estas innobles
actitudes, yo me mantuve con ejemplar estoicismo, a la altura de mi
imperturbable serenidad, rogando por ellos y por todos los infelices que, como
ellos, pretendieron oponerse a los imperativos de la Historia, y seguía
perdonándoles, porque no sabían lo que hacían. Palabra de Cristo. Te alabamos
Señor.
Vino la justicia
inexorablemente, y cayó por tierra el tinglado de calumnias y de perfidias
humanas.
Y es que la tragedia
de la vida, las grandes convulsiones sociales, políticas y económicas, surgen, como
razón de ser, del estallido de una justicia pasada contra una justicia nueva.
De la enconada, lucha de esas dos fuerzas antagónicas, depende el tremendo
problema de la libertad, es decir, el problema de la justicia.
Se ha dicho y repetido
que cada época de la historia tiene su justicia, buena o mala, pero la tiene.
Depende del grado de sensibilidad de quien o quienes la interpretan, pero la
tienen incuestionablemente.
La justicia no está
aprisionada entre las páginas de los Códigos yertas y frías, ni mucho menos,
entre las diversas y elásticas formas de la Ley. Ella es producto del ambiente
—como lo acabamos de decir más adelante—, del medio social, de la realidad
circundante en que vive el hombre o grupo de hombres.
Por eso, no hay mayor
grandeza espiritual que abominar de la venganza, que los usurpadores que han
organizado la injusticia, para ejercer el celestinaje del destino de los
pueblos.
De ahí que la Libertad
sea la Justicia en función de la historia y, de que un sistema perfecto de
Gobierno, sea aquel que resulte de la expresión de la auténtica Justicia, de su
época.
Por eso, la
Democracia, como realidad histórica, es y debe ser siempre, la fuerza de los
gobiernos prudentes y respetuosos y de las naciones civilizadas.
La serie de calumnias
e instrucciones criminales, que se fraguaron contra mi persona, me recuerdan a
las que se esgrimieron contra el gran poeta César Vallejo, donde sus enemigos
políticos, pretendieron enlodar la gloria de su nombre y la majestad de su
obra.
De Autobiografía, Nazario Chávez Aliaga. Págs.
64 al 68.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario