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martes, 3 de enero de 2012

Huellas: CELENDÍN Y SU EMANCIPACIÓN CLERICAL


Por Nazario Chávez Aliaga.
Cosas de la tierra y del hombre. Cosas del ambiente y de la entonación de la vida y de egregia función del hombre. Es lo cierto, que los destinos políticos de la provincia de Celendín, habían sido manejados, durante más de media centuria, por una dinastía clerical, que constituyó una de las más irritantes vergüenzas de Celendín en el seno del Congreso Nacional. La emprendimos contra ella con resolución y firmeza, hasta sus últimas consecuencias, y, lo hicimos en el preciso instante, en que los grupos y partidos políticos se organizaban para disputarse el predominio electoral. Fueron tres los candidatos que debían participar en la contienda: dos curas y un candidato civil, hijo de la provincia, el doctor Rómulo Burga Chávez, abogado de prestigio y de arraigadas ideas liberales, a tono con las decisiones del momento histórico que vivía el país.

El éxito del proceso electoral, en aquel entonces, dependía de la Asamblea de Mayores Contribuyentes, organismo básico del sistema, ya que de su seno salían elegidas las Juntas Receptoras de Sufragios y la Junta Escrutadora de Votos, que tenían que ver, en última instancia, el proceso electoral y la calificación del candidato triunfante.

Disolver a la Asamblea de Mayores Contribuyentes era, pues, misión de audacia, de arrojo y valentía. El doctor Burga Chávez, tuvo esa audacia, ese arrojo y esa valentía. Presentó a sus afiliados el plan de acción. Plan que consistía en tomar a mano armada, el local del Concejo donde debían reunirse los Mayores Contribuyentes y los candidatos, ocupación que debiera producirse por un grupo de adictos calificados, en el instante preciso en que se escuchara un disparo de revólver, que debiera hacer el candidato Burga Chávez al calor de las discusiones que él debería provo­car para el efecto.

Producido el disparo, no se hicieron esperar los hombres designados para la acción. Los veinticinco rebeldes, fuertemente armados lograron realizar su misión. Los curas fueron los primeros en ser desalojados del local. Luego los Mayores Contribuyentes y, finalmente, los partidarios de los curas, quienes salieron despavoridos en una fuga sin remedio. Los curitas fueron sacados a empellones, con las sotanas que les volaba sobre el hombro y a paso redoblado.

Los disparos menudearon en torno del local. Los tres grupos de 25 hombres cada uno salieron de su emplazamiento a reunirse en el local del Concejo, a fin de respaldar la acción deflagrante de sus compañeros, consiguiéndolo plenamente. El movimiento de los asaltantes fue arrollador y técnico. No quedó un sólo adversario en la Plaza de Armas. Los pocos que quedaron después de la refriega se concentraron en sus Casas Políticas. El resto de adherentes las emprendieron en distintas direcciones, haciendo promesa de no volver a meterse en cosas de hombres.

La Fuerza Pública, integrada por 25 gendarmes, se rindió sin condiciones, ya que consideraba una imprudencia enfrentar a esas mayorías pujantes de los hombres libres. El mismo Subprefecto recibió de mi parte y del Jefe de la revuelta, doctor Burga Chávez, el salvo conducto de su libertad, bajo severas promesas.

Dueños de la situación precisaba acabar con el último reducto de las fuerzas de la oposición, que lo conseguimos sin mayores dificultades, así mismo las Casas Políticas que las convertimos en cuarteles de nuestras fuerzas. Eran las seis y media de la tarde. Y el silencio reinaba en la ciudad como en un sepulcro, los campanarios tocaban el Ángelus. Los viejos y las mujeres se encaminaban a las iglesias. Las herraduras de los caballos sacaban chispas de candela en las baldosas de las calles, el relincho de las bestias se escuchaba en todo sentido. La ciudad estaba presa de angustia. Las juventudes recorrían las calles lanzando vivas a los revolucionarios. La voz de Basilio Cortegana se encarnó en los pechos libres de los celendinos. Delegados de los curitas candidatos se presentaron donde nosotros a pedirnos garantías. No sólo se las dimos, sino que compartimos con ellos el triunfo. El proceso electoral se anuló; y Celendín se sacudió para siempre, con aquella memorable jornada, del caciquismo político clerical, gracias al valor y pujanza de la juventud que cumplió así la responsabilidad de su destino histórico. Así terminó este notable episodio de la Histórica Política de la provincia y así quedó sellada para siempre su independencia política, reclamada por el gran pueblo de Celendín y sus valientes hijos. Desde entonces ni más curas en los escaños del Parlamento Nacional. A Dios gracias.

Empero la venganza y el odio tomaron cartas de ciudadanía. Se pretendió enlodar el nombre, el valor y el civismo del líder de este Movimiento de Liberación Cívica de la Provincia de Celendín, Nazario Chávez Aliaga, sin conseguirlo. Pese a las argucias y a los métodos indignos de los que se valieron todos aquellos que habían venido usufructuando los beneficios, que les reportaba la usurpación de los legítimos derechos de las mayorías ciudadanas.

Para mayor oprobio, me instauraron no sé cuantas instrucciones criminales, por los delitos de asalto a mano armada, contra los individuos y las instituciones oficiales, por atentados contra el orden público, robos, incendios, homicidios y no sé por cuántos delitos más. ¡Vaya usted a averiguarlo!

Los Heraldos Negros de Celendín no se detuvieron allí. Me excomulgaron a la criolla. Colocaron cedulones en las puertas de las iglesias y en las paredes de los edificios públicos. Se me amenazó de muerte y se puso a buen precio mi pobre cabeza.

Frente a estas innobles actitudes, yo me mantuve con ejemplar estoicismo, a la altura de mi imperturbable serenidad, rogando por ellos y por todos los infelices que, como ellos, pretendieron oponerse a los imperativos de la Historia, y seguía perdonándoles, porque no sabían lo que hacían. Palabra de Cristo. Te alabamos Señor.

Vino la justicia inexorablemente, y cayó por tierra el tinglado de calumnias y de perfidias humanas.

Y es que la tragedia de la vida, las grandes convulsiones sociales, políticas y económicas, surgen, como razón de ser, del estallido de una justicia pasada contra una justicia nueva. De la enconada, lucha de esas dos fuerzas antagónicas, depende el tremendo problema de la libertad, es decir, el problema de la justicia.

Se ha dicho y repetido que cada época de la historia tiene su justicia, buena o mala, pero la tiene. Depende del grado de sensibilidad de quien o quienes la interpretan, pero la tienen incuestionablemente.

La justicia no está aprisionada entre las páginas de los Códigos yertas y frías, ni mucho menos, entre las diversas y elásticas formas de la Ley. Ella es producto del ambiente —como lo acabamos de decir más adelante—, del medio social, de la realidad circundante en que vive el hombre o grupo de hombres.

Por eso, no hay mayor grandeza espiritual que abominar de la venganza, que los usurpadores que han organizado la injusticia, para ejercer el celestinaje del destino de los pueblos.

De ahí que la Libertad sea la Justicia en función de la historia y, de que un sistema perfecto de Gobierno, sea aquel que resulte de la expresión de la auténtica Justicia, de su época.

Por eso, la Democracia, como realidad histórica, es y debe ser siempre, la fuerza de los gobiernos prudentes y respetuosos y de las naciones civilizadas.

La serie de calumnias e instrucciones criminales, que se fraguaron contra mi persona, me recuerdan a las que se esgrimieron contra el gran poeta César Vallejo, donde sus enemigos políticos, pretendieron enlodar la gloria de su nombre y la majestad de su obra.

De Autobiografía, Nazario Chávez Aliaga. Págs. 64 al 68.

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