Por José Respaldiza Rojas.
Hace más o menos
treinta años atrás, mi esposa Elvira Chávez Mariñas, hija de Magna Mariñas
Zelada y de Gustavo Chávez Araujo, me invitó a visitar su tierra, Sucre,
durante la fiesta patronal de San Isidro Labrador. Teníamos ya nueve años de
casados, mi hija mayor, Elvira Alionca andaba por los ocho años y mi hija
menor, Cinia estaba en los cinco.
Tenía gran expectativa
por conocer esa parte de nuestra serranía norte. Viajamos directo hasta
Cajamarca y de allí tomamos otro ómnibus para ir a Sucre.
Nos dio posada la tía
Cata - Catalina Zelada Collantes- en una casa muy amplia situada en Minopampa,
cercano a Pencas, en las afueras del pueblo. Mientras el tío Emilio Aliaga
Sánchez atendía una tienda relativamente surtida, ella nos llevó hasta un
cuarto situado luego de pasar por un patio interior.
Llegamos casi por
iniciarse el invierno, pero Elvira me corrige:
-En Mayo está por
comenzar el verano.
-Mujer, en todo el sur
del Continente se deja atrás el otoño y comienza el invierno.
-Eso será en todo el
Continente, pero en Sucre comienza el verano - me corrigió.
-Sucre está dentro del
continente sur que va a entrar al invierno y por ende Sucre también entra al
invierno.
-Qué terco eres Pepe,
verás cómo mañana sale sol.
Efectivamente, al otro
día salió el sol, pero estábamos por dar paso al invierno.
Al día siguiente,
luego de tomar su chocolate de ley con sus cachangas,
la tía Cata me pregunta:
-Don Pepe ¿piensa tener
otro hijo?
-¿Cuántos tiene usted?
-retruqué.
-Vaya anotando y saque
usted su cuenta: Crísfora, José Nieves, Cresila, Laura, Elvira, Víctor,
Vilanoba, Emilio.
-Mama mía, ¿tantos?-
dije Para que aprenda.
A unas cuadras de la
casa, un grupo de trabajadores se ponen a levantar un coso. Vigas, tablas, clavos,
sudor y a los cinco días ya está todo terminado. Desde niño fui a la Plaza de
Acho y vi torear a Manolete, Rovira, Procuna, Armillita, Conchita Cintrón y a
Puga, así que deseaba ver a los toreros en provincias.
Antigua plaza de toros,
en una planicie de las
colinas de Shayuacruz,
El Huauco, Sucre.
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No soy un crítico
taurino mas las tres tardes fueron aceptables, la tercera fue la mejor. Ningún
torero se llevó una oreja ni nadie salió en hombros pero mostraron pundonor y
maestría en las suertes efectuadas. En la puesta de banderillas se lucieron
algo mejor. Lo que me llamó la atención es que arrojaran fruta hacia los
tendidos, además que estos estuvieran repletos de personas y una gran cantidad
de chiquillos agazapados miraban las faenas debajo de los tablones del coso.
También noté que no había picadores, salía el toro y de frente el torero
empezaba a capotear. Tampoco sonaba la corneta para el cambio de tercio.
Entre tarde y tarde
nos llevaron a una chacra con plantas de maíz, que acababan de cosechar, para
arrancar sus tallos y chupar su agradable jugo no tan dulce como el de la caña de
azúcar pero si lo suficiente como para que mi mayor hija me preguntara:
-Papá ¿de dónde saca
azúcar el maíz?
Qué problema tener que
explicar, a una pequeña, los cambios químicos que se dan al interior de algunas
plantas que llevan a la producción de azúcar que lo acumulan en su tallo. Me
perece que salí del problema diciéndole:
- Pregúntale a la
planta.
Ella lo hizo y volteando me dijo:
- La planta no dice
nada.
- Es que guarda de
manera celosa su secreto.
La procesión de San
Isidro labrador no tenía la apoteosis de la del Señor de los Milagros pero su
fe y devoción por él es tanta que llegan paisanos de todo el Perú y muchas
veces viajan desde el extranjero. En medio de su travesía una muchachita que se
notaba era enferma mental pugnaba por acercase hasta las andas lo que era
impedido por las personas mayores, la enfermita insistía e insistía causando
algún malestar hasta que alguien dijo en voz alta:
-Déjenla pasar.
Así lo hicieron, ella
pasó adelante y de inmediato se sosegó, balbuceó algo que interpretamos como
oraciones dichas a su manera y llena de paz interior se retiró. Muchos
pormenores se escapan de mis recuerdos pero si rememoro la risa de Elvira
cuando en las noches no sabía sortear los charcos de agua que dejaba la lluvia
y como usaba calzado tipo mocasín me mojaba hasta las medias, también aflora la
orden de la tía Cata:
-A ver don Pepe, pele usted los cuyes.
-Yo acepté en medio de
la cara de espanto de Elvira quien me dijo:
-¿Por qué aceptaste? Si
se te hacen cuatro pelos menudo problema vas a tener.
La tía Cata
acostumbrada a repartir tareas dentro de casa, aun cuando en este caso creo que
me estaba tomando examen. Dicho y hecho, al pelarlos los cuyes se mostraron
reacios a colaborar conmigo, todos se hicieron cuatro pelos y mientras más que
los metía en agua caliente más duro se aferraba al pellejo. Entonces con mucho
disimulo los llevé al cuarto, saqué mi máquina de afeitar, hice abundante
espuma con mi brocha, los embadurné, los rasuré y adiós los pelos, quedaron
"cachi poto" y nadie notó la diferencia de procedimiento. Pero deseo
narrar un juego que me llamó mucho la atención, es un juego primo cercano del pis pis, se trata de la chunga.
Antes que nada hay que
indicar que Celendín produce una abundante variedad de fréjoles, los hay
colorados, guindas, blancos, negros, rosados, marrón claro y marrón oscuro,
rojos, morados, blancos con pintas negras llamados vaquitas, blancos con
manchas rojas llamados pintos, etc.
Desconozco el origen
de tal nombre ni si es válido el verbo chungar.
Nadie me pudo dar luces desde cuando se le juega pero sí que era muy popular.
Nos sentamos en el suelo, adultos y menores, con las piernas entrecruzadas, a
un costado del patio de la casa. Estaban, entre los pequeñines mis hijas Elvira
Alionca, Cinia, sus primos Tania, Willy, Henry, Holman Aliaga Sánchez, sus
primos Erica, Julissa, Sandro Aliaga Pereyra Se puso una manta al medio y cada
uno la sujetaba sobre sus rodillas. La tía Cata sentada en el poyo que había al
lado de la pared miraba como si fuera un juez titular. Cada cual eligió un
determinado tipo de frejol, contando veinte.
Para comenzar se rige
y para esto se echan los frejoles al centro de la manta que no está ni muy
estirada ni muy floja. Por turno recogen un puñado, los tiran al aire y se los
emparan con el reverso de la mano. Quien haya cogido el mayor número de los
suyos da inicio al juego de izquierda a derecha. Si por casualidad hay empate,
solo desempatan entre ellos.
Esa tarde jugamos a la
limpia, vale decir que de frente se los tira al aire para emparar lo máximo que
se pueda. Con el reverso de la mano. Se pone a un costado los fréjoles propios,
los demás se devuelven a la manta y se continúa jugando. Si al mostrar los
fréjoles recogidos no hay ninguno de los suyos, pierde su turno y sigue el que
está a su lado.
Gana quien chunga
(recoge) primero todos sus fréjoles.
Dos tardes después nos
volvimos a sentar pero esta vez jugamos con una variante, se llama con "
acomodadita".
Consiste en tirar al
aire un puñado de fréjoles, cogidos de la manta, se los empara con el reverso
de la mano, igual que en el caso anterior, pero ahora tratará de hacer que los
fréjoles ajenos se acomoden en la juntura de los dedos para luego abrirlos un
poquito de tal modo que caigan nuevamente a la manta. Cuando ya se han eliminado
todos los ajenos o ya no se pueden eliminar más, se los tira al aire para empararlos.
También se puede jugar
en pareja, con el mismo tipo de fréjol y sumando los puntos que acumulen ambos.
Este juego permite
acrecentar la coordinación viso-motora, mejorar la habilidad motora gruesa,
ayuda a tener paciencia para esperar su turno, a saber perder, permite
socializarse aún más. Un buen profesor sabrá valorar este aporte a la educación
popular realizado por el pueblo shilico, que según me dicen hoy está en la
categoría de los juegos perdidos.
En agradecimiento por
la hospitalidad recibida compramos un fluorescente mediano y se lo instalamos
en la cocina, puesto que allí pasaba buena parte del día, después supe que de
allí lo pasaron a su tienda.
De la revista Eco Sucrense, Noviembre 2008.
Hola! Que hermoso relato! Sabra usted los nombres de los padres de ambos? (de Catalina Zelada Collantes y Emilio Aliaga Sanchez)
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