
Escribe: José Luis Aliaga Pereyra
Contábamos que Pepe Lucho una vez en Lima y en el ambiente de los sin chamba, se vio en la necesidad de buscarla; dizque, para llenar el buche, pagar el alquiler del cuarto y vez en cuando deleitarse con una película de pishtacas. Como había cumplido con su servicio militar en el Ejército, le fue fácil encontrar trabajo de guachimán. Cuidándose, ¡eso sí!, de que lo ubiquen en la zona más pituca de Lima, donde, pensaba él, no lo sorprendería paisano alguno. La compañía de Seguridad, al parecer por ser nuevo, no le afectó el uniforme de reglamento y lo hizo trabajar en un Centro Comercial del distrito de La Molina entregándole tan solo una vara negra de cincuenta centímetros de largo.
Pepe Lucho caminaba golpeando la palma de su mano izquierda con la vara que sostenía en la mano derecha. Su cara era la cara más seria de toda su vida y la que tenía que permanecer exhibiéndola todos los días de una esquina a la otra. Una tarde, como por arte de magia, se aparecieron tres de sus paisanos. Pepe Lucho, como no pudo hacer nada para esconderse, tuvo que forzar una sonrisa de oreja a oreja y actuar como un vecino más, del encopetado distrito.
-¿Qué pué haces por aquí Pepe Lucho? – le preguntaron los paisanos.
-Aquí pué–respondió Pepe Lucho
– Esperándolo al Vigilante pa entrégale su vara.
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