Por Jorge Horna.
En el libro testimonial Días de sol y silencio. Arguedas: el tiempo final, Alfredo Pita
(Celendín, 1948), reconocido escritor también de relatos y novelas, da cuenta
de su amistad con la familia Arguedas-Arredondo (José María y Sybila) en los
tiempos culminantes de la vida de aquél. Circunstancia extraordinaria que le
deparó compartir con ellos “ese amor, por la vida y por el Perú” y que “la
única forma que tengo de hacerlo es hablar desde mí mismo, desde mis recuerdos
y mi experiencia” (pag. 11 y 15).
A partir de 1969, año del deceso de José María
Arguedas, muchos ensayos interpretativos (Flores Galindo, N. Manrique, A.
Torero, C. Lévano, Vargas Llosa, Carmen Pinilla; la enumeración es extensa) han
bordeado la obra del autor de Todas las
sangres.
Alfredo Pita aporta en su libro lo tangible de
los resquicios hogareños de Arguedas en la solariega casa de la urbanización
Los Ángeles en el distrito limeño de Chaclacayo. Confirma con su visión de
joven universitario de aquel entonces, el perenne mensaje arguediano de prender
en el alma y la mente de todos los peruanos un “mundo más esencial y puro, el
de los indios del Cuzco y de las regiones aledañas” (Apurímac, Huancavelica,
Ayacucho. JH) (pag. 34). Pues Arguedas nos dejó el planteamiento de un Perú
diverso e intrincado, generador de constantes conflictos sociales, y la
exigencia de instaurar los mismos derechos y oportunidades para todos en la
praxis de nuestra histórica interculturalidad.
Nos dice que Arguedas aborda el mundo andino
con una vinculación y empatía sin distancias, dominando la emotividad, desde el
agreste camino que viene padeciendo por centurias el campesinado indio y
pauperizado del Perú.
En este libro, está la imagen del hombre
(Arguedas) que en su diario vivir y su interioridad anímica abrigaba el intenso
compromiso de hacernos conocer y entender la complejidad de nuestras raíces
originarias; para desprejuiciarnos y ser capaces de mirarnos a nosotros mismos
en el umbral de nuestro porvenir como nación, aún en labranza.
Días de
sol y silencio. Arguedas: el tiempo final (Fondo
editorial de la universidad Garcilaso de la Vega. 2011)
describe el espacio íntimo de
Arguedas, que asido al afecto de su familia nuclear, afrontaba los dilemas de
la sociedad desde una concepción de identificación con el universo andino, su
etnia, su cultura. Sus preocupaciones quedaron impregnadas en los libros que
publicó y que trascienden lo literario abriendo concretas posibilidades al
análisis socio-antropológico y también político.
Días de
sol y silencio. Arguedas el tiempo final es la
testificación de Alfredo Pita, quien viajando a través del tiempo se instala en
las postrimerías de los años sesenta del siglo pasado e imbuido de su
experiencia acumulada, equilibra la apreciación que percibe del Amauta
Arguedas. El lenguaje mesurado que emplea, los juicios emitidos sobre los
avatares existenciales navega, viento en popa, con una rotunda prosa narrativa.
La evocación no ha sido avasallada por el apasionamiento afectivo, con sensata
expresión nos presenta el retrato real de quien escribió magistralmente, entre
muchas obras, Los ríos profundos, Agua, El zorro de arriba y el zorro de abajo.
La palabra de Alfredo al estructurar su libro
en 18 temas nos revela su sinceridad, su admiración por el escritor
andahuaylino, su provechoso y definitivo, aunque breve, aprendizaje.
En el capítulo: Sybila, Pita dedica su
esfuerzo a las disquisiciones de la opción política que ella asumió, posterior
a la muerte de José María, y que la llevaron a ser condenada a 15 años de
prisión. Y dentro de este mismo asunto, la persecución y exilio que padeció -
talvez el amigo más querido de Arguedas- el lingüista Alfredo Torero. “Escucharlos
hablar, a José María y a él (A. Torero), era ponerse a la escucha de un
horizonte cultural intuido, pero a la vez remoto y misterioso para mí” (pag.
50).
El autor de Días de sol y silencio ha recurrido a las imágenes atesoradas en su
memoria y recuerdos, que conmueven y nos retan a reflexionar sobre la vida y
obra arguediana que, valgan reiteraciones, ambas tienen la misma altura.
Alfredo lamenta no tener más fotografías que
aludan a sus estancias de fin de semana en casa de los Arguedas; pero las que
se incluyen en el libro son suficiente elocuentes. A mí me impresiona –y
coincido con Alfredo- aquella que ilustra la tapa y que fue tomada por Olga
Luna. Es notorio, además, la laboriosidad y esmero de nuestro amigo, el pintor y
narrador Jorge Antonio Chávez Silva, en
el retoque y tramado de esa foto.
Para concluir, las letras celendinas y del
país han sido honradas con este trabajo intelectual de Alfredo Pita y con su
trayectoria literaria que ya suma décadas.
Lima,
febrero de 2012
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