Por:
Tito Zegarra Marín.
A
quince minutos de la ciudad de Celendín,
lado norte de uno de los valles interandinos más pintorescos
de la región, se encuentra la pequeña localidad de José Gálvez (antes Huacapampa); casi encerrada
entre pampas verdes, sauces y eucaliptos, pero abierta a su bella y
atractiva catarata de Langascocha, a su bosque de eucaliptos que hace de hábitat de
miles de garzas de la zona, y a sus casas solariegas que aún permiten adentrarnos a los gratos recuerdos del pasado.
Pero
José Gálvez tiene algo más, algo que llena de encanto a visitantes y amigos. No solo el tierno verdor de su campiña, la limpieza y
frescura de su ambiente, la tranquilidad
y la paz que se vive, sus calles angostas y casitas aisladas que aún se protegen con techo de tejas, sus cercanos y
lozanos caseríos: Cusichán, El Tambo, Chaquil y Huacapampa, o sus
hermosas y simpáticas damas, de ayer y hoy. Se trata, de la fiesta del carnaval.
En
efecto, esta pequeña ciudad, desde fines
del siglo pasado viene conservando y
mejorando lo más genuino y gustoso de esa festividad hasta legitimarla y
convertirla en parte de su tradición y
cultura. Desde ese entonces, ya se sentía la participación plena y solidaria de sus
pobladores y se daban las primeras
señales artísticas en la elaboración de
sus estampas alegóricas. Hoy, niños, jóvenes y adultos, de toda condición, sexo,
raza y religión coparticipan a plenitud y llenos de entusiasmo. Y la capacidad para confeccionar sus exquisitos carros
alegóricos deja entrever la fibra estética e imaginativa de todos los
participantes.
Aunque
el programa principal de fiestas, básicamente se concentra en un solo día, el
jueves de carnaval, después del miércoles de ceniza, creo que es suficiente.
Pues en ese día explosiona, se regocija y se agranda este pequeño pueblo, día
esperado. Todo Celendín y sus distritos
cercanos se vuelcan a ese lugar y lo abarrotan desde muy temprano. Es el día
del desfile de carros alegóricos. Pero es un desfile diferente al común de los
pueblos. Aquí no prima el desorden, ni la ridiculez de los motivos alegóricos,
ni menos el espectáculo de ver un desfile caótico en el que más sobresalen
grupos masivos de mequetrefes,
mozalbetes, borrachos y hasta pericotes, como sucede en Cajamarca.
En
José Gálvez, impera la conciencia y
responsabilidad de brindar una fiesta sobria, elegante y ordenada. Así es el
jueves de carnaval, en especial el programa del desfile, ya tradicional y
reconocido. Los motivos alegóricos son creativos, representativos y llenos de belleza
y donaire. Para citar un caso, el amigo
y profesor Félix Horna Díaz, que apasionadamente participa año a año, es autor
de cuadros alegóricos verdaderamente geniales
y significativos: el Quijote y los molinos a viento, Atahualpa y sus doncellas,
al Señor de los Anillos, al Hombre Caníbal; donde él, hace de personaje
central.
El
desfile, al caer la tarde, se corona con un baile popular en su agradable
parque principal con todas sus encantadoras reinas y, en horas de la noche,
prosigue la actividad bailable en el local municipal y en casas familiares. En el transcurso del
día, son varias las buenas amistades que
nos hacen saborear la chicha típica, fermentada de jora y chancaca. Así como, en todas las mesas
hogareñas, es infaltable la exquisita sopa
de pan con quesillo y el reconfortante caldo de gallina de corral con leche fresca.
En José Gálvez, como creo en pocos pueblos del
interior de Cajamarca, se vive el carnaval lleno de colorido, alegría, respeto
mutuo, participación y creatividad; ajeno a toda clase de huachaferías, estridencias y vulgaridades Por
ello, para todos los que concurrimos y
gozamos de él, es pertinente aunarnos a considerar a JG, como capital del carnaval shilico. Aquí sí, credencial
o título honorifico, bien merecido.
Colaboración: Jorge Horna
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