Por José Escalante del Águila.
Mi abuelo, llegó a la casa después de un largo y
apretado viaje de la Quinua, con un chanchito amarrado en el anca del caballo
moro que venía cabalgando, el abuelo llegó cerca de las seis de la tarde,
cuando el día estaba languideciendo, recuerdo era martes.
Después de descargar los costales de papa y ocas de
las acémilas, Sixto bajó con mucho cuidado al chanchito, éste era rosadito,
como si sería de porcelana, su piel brillaba, sus ojitos chinos casi no los
podía abrir, me parece que era zarco, porque mi abuelo nos dijo que era de raza
y cuando llegan a su edad adulta, crecen como burros.
A mi abuelita escuché que decía que ese chancho iba a
ser destinado para los carnavales (Febrero), porque en esa fecha mi tío Oscar
había ofrecido venir a su tierra después de muchos años de ausencia.
Se lo crió con mucho esmero, "agua sucia" y
afrecho, cada semana se le daba un poco de cebada, y el chanchito se hizo
enorme, efectivamente creció como un burro, pero blanco, ya casi no se podía
mover, por el peso de su cuerpo.
Con mucha alegría llegó los carnavales, globos y
jeringas estaban a la orden del día, para la entrada del carnaval que era el
día sábado, mi abuela lo contrató a Tanicho, el día viernes por la tarde, un
matarife que tenía experiencia en estos asuntos de los chanchos.
Tanicho, llegó temprano esa mañana del sábado, ya no
le dimos de comer al chancho, porque su hora había llegado, con mucha pena le
di una palmadita en la nuca, como despedida, el perol con el agua hirviendo ya
estaba zapateando, y mis hermanas atizando el fogón con leña de guarango, en la
casa era una fiesta, todos nos habíamos levantado temprano, algunos a ayudar,
otros a estorbar, pero ahí estábamos.
Llegó la hora de matar al chancho, Tanicho lo preparó,
primero con ayuda de su hijo lograron tumbarlo, luego con una soga amarraron
patas y manos, para que no les dificulte a la hora de meter el carrizo afilado
(no mataba con cuchillo), decía que con carrizo el animal sufre menos.
Efectivamente, más demoraron en tumbar, y amarrar el
chancho, que matado, de la base del cuello vi que midió una cuarta con su mano
y “Juacate” introdujo el carrizo, el pobre animal solamente dio un solo grito y
luego como si estaría asesando, se quedó dormido para siempre.
Acondicionaron dos tablas de eucalipto encima de piedras
para subir al chancho, y a continuación empezar a pelarlo con el agua
hirviendo, y rascándolo su pellejo con cuchillos y a veces con un pedazo de
teja, después empezaron a "cashparlo" con hojas secas de eucalipto,
de tal manera que el animal quedó limpio de "polvo y paja", antes le
habían colocado una piedra en la boca, como si fuera un pedazo de chancaca,
seguramente para que no cierre el hocico y se pueda colocar la reata, y así
puedan colgarlo, en otras ocasiones el cuerpo del chancho era colocado en una
mesa de madera y lo adornaban con hojas de lechuga por todo el contorno y en la
boca introducían una manzana y por el culo una zanahoria.
El perol ya estaba listo, Tanicho, con una habilidad
envidiable empezó a “pishtar” el chancho, lo colgaron en una viga del alar de
la casa, con una reata, amarrado en un pilar, era tremendo el animal, casi
llegaba hasta la tina que se había colocado debajo, para recoger los cascarones
y las lonjas de carne, para picarlos y hacer el chicharrón, que como
"shingos", en fila estábamos esperando que salga la primera tanda.
A la hora del almuerzo, casi todo estaba listo, para
llevar los fritos a familiares y amistades, en la casa se estilaba para el
reparto del frito era de la siguiente manera: cinco casas a la derecha y cinco
casas a la izquierda, amén de los del frente, luego a los familiares, que en
todo eso se iba casi medio chancho, pero así era la costumbre.
A veces había alguna vecina o personas que por
casualidad pasaban por la casa "preñadas", mi abuelita decía
alcánceles un platito de frito, no "vayaser" que aborten y nos echen
la culpa.
Todos mis primos y hermanos nos repartimos con las
canastitas envueltas en blancos y bordados manteles con el frito caliente, para
que lleguen con prontitud a nuestras amistades, en lo que se refiere a mí, me
tocó ir hasta el molino de mi tía Rosa, era el sitio más lejos, pero como decía
mi abuelito que corría como un gamo, no iba a hacer problema para llegar
oportuno a la entrega del frito, en ese tiempo habré tenido nueve años.
Cuando estaba por la altura de la casa de Elvidio, el
momo había salido para su recorrido por las calles del pueblo, estaba danzando
y la algarabía de la muchedumbre, hombres, mujeres, niños y ancianos, todo era
una turbamulta, bailaban, cantaban a su manera, la banda tocaba a todo pulmón,
los carnavaleros gritaban a voz en cuello, en toda esa batahola, yo estaba
aturdido, cuando de pronto siento un empujón, que me puso debajo del momo, mi
canastita con el frito se regó en el suelo y los carnavaleros sin miramiento
alguno, como perros hambrientos dieron fin al festín, incluyendo la canasta, el
mantelito blanco y un plato de fierro enlosado con filos azules.
Llegué a mi casa, triste, entré con cuidado y me
dirigí a la cocina, cuando estoy entrando mi abuelita me dice: A ver hijo como
te fue, bien abuelita, le contesté ya le entregué a mi tía, te manda saludos y
muchas gracias por el frito.
Después de una semana se encuentran un domingo en el
mercado municipal y mi tía le reclama a mi abuelita: ¡Qué bien, Hermelinda, has
matado tu chancho, ni siquiera me has invitado los chicharros!, mi abuelita le
contesta, pero mujer "yo te enviado" con mi José, y él me ha dicho
que te ha dado y que todavía me mandabas saludos.
Por la tarde después de regresar del juego de la
pelota en el canchón de la escuela, mi abuelita me estaba esperando sentada en
la grada de la escalera, me preguntó que había sido del frito que era para mi
tía Rosa, no tuve más remedio de contarle todo lo acontecido y por temor a que
me castiguen, no les había contado del incidente, pero de todas maneras me cayó
una flagelada, para no olvidarme.
De la revista EL
LABRADOR, mayo2015
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