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jueves, 8 de septiembre de 2016

Huellas: LOS ÑEROS JUEGOS



Por: SACHAMA
Cuando éramos niños, corríamos por la linda Pampa, con nuestros pies desnudos y atuendos shalpangos; pero nuestra alma era pura y sin ninguna trampa, pareciéndose al agua de la Quintilla tan cristalina, la que atravesando el río y venciendo a los fangos, riega a la añoranza que retoza por pradera opalina dejándonos así satisfechos a los que aún vivimos.

En la Plaza de cada instante lo veíamos muy orondo al famoso "Cultero" quien haciendo sus requiebros, se acercaba muy parsimoniosamente para jugar a los carros, hechos unos de cajas de portola y otros de sardinas mientras que nuestro muy querido "Lasho" más curioso, traía su carro de una rueda con dos palos de sauce lo que alegraba mucho a nuestra inocente niñez.

Mazarino muy acucioso, en tiempo de aguaceros, en la puerta del Convento, hacía sus molinos de penca, estos bailaban tan bonito que a nuestras ilusiones, los iban encaminando a capos berílicos y quiméricos.

A rato, aparecía Jairo con su ágil aro de llanta, al cual lo manejaba magistralmente por pretiles, de la Plaza, único lugar que tenía este adorno.

Llega las vacaciones del Mes de Julio tiempo de voladeras, donde las blanquitas de Isaac, Gilmer y Agustín Chinita, con su hilo marca pullo, se lucían por el azul del cielo; enviábamos cartas, aparecían los abusivos que metía uña, causa ésta, para que nuestras cometas se perdieran por los aires topando alguna de las veces al Lanchepata y desde el poyo de ña Jacoba la mirábamos tristemente.

Tiempo de rastrojos y del común en la hermosa Pampa, ella era nuestro Parque Infantil donde se recreaba nuestro espíritu: cazando pishgos, guanchacos y palomas, nos bañábamos en el Codo y la poza del viejito Pancho; cuando el Sol ya perdía todas sus banderas recogíamos zarapanca y arreando nuestros guacchos regresábamos a casa, con nuestro quipe de ensueños, hasta el otro día.

Noviembre Mes de los tejos y de los chano docena, allí todos los niños nos dábamos cita en la Plaza, los más intrépidos subían a la torre de la Iglesia desde donde se jugaba los choloques de una docena; los lacias, haciendo pequeños hoyos en el suelo, jugábamos a la famosa, añorada y ya perdida cusha, con los cumpas que merodeábamos en la Plaza.

Boleros de ambulco y de carretes, trompos, durdurs y bolas, todos los niños confeccionábamos con la debida maestría; el aislamiento, la necesidad, la pobreza y la falta de medios, fueron los móviles, para que nuestra creatividad infantil salga a relucir juntamente con nuestra ávida inquietud, la que ha sido admirada por los de hoy y de siempre e inscrita en la historia de Nuestro Querido Huauco.

De la revista el Labrador, mayo 2002.

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