Por: SACHAMA
Cuando éramos niños, corríamos por la linda Pampa, con
nuestros pies desnudos y atuendos shalpangos;
pero nuestra alma era pura y sin ninguna trampa, pareciéndose al agua de la
Quintilla tan cristalina, la que atravesando el río y venciendo a los fangos, riega
a la añoranza que retoza por pradera opalina dejándonos así satisfechos a los
que aún vivimos.
En la Plaza de cada instante lo veíamos muy orondo al
famoso "Cultero" quien
haciendo sus requiebros, se acercaba muy parsimoniosamente para jugar a los carros,
hechos unos de cajas de portola y
otros de sardinas mientras que nuestro muy querido "Lasho" más curioso, traía su carro de una rueda con dos palos
de sauce lo que alegraba mucho a nuestra inocente niñez.
Mazarino muy acucioso, en tiempo de aguaceros, en la
puerta del Convento, hacía sus molinos de penca, estos bailaban tan bonito que
a nuestras ilusiones, los iban encaminando a capos berílicos y quiméricos.
A rato, aparecía Jairo con su ágil aro de llanta, al
cual lo manejaba magistralmente por pretiles, de la Plaza, único lugar que
tenía este adorno.
Llega las vacaciones del Mes de Julio tiempo de
voladeras, donde las blanquitas de Isaac, Gilmer y Agustín Chinita, con su hilo
marca pullo, se lucían por el azul del cielo; enviábamos cartas, aparecían los
abusivos que metía uña, causa ésta, para que nuestras cometas se perdieran por
los aires topando alguna de las veces al Lanchepata y desde el poyo de ña Jacoba la mirábamos tristemente.
Tiempo de rastrojos y del común en la hermosa Pampa,
ella era nuestro Parque Infantil donde se recreaba nuestro espíritu: cazando pishgos, guanchacos y palomas, nos
bañábamos en el Codo y la poza del viejito Pancho; cuando el Sol ya perdía
todas sus banderas recogíamos zarapanca
y arreando nuestros guacchos
regresábamos a casa, con nuestro quipe
de ensueños, hasta el otro día.
Noviembre Mes de los tejos y de los chano docena, allí todos los niños nos
dábamos cita en la Plaza, los más intrépidos subían a la torre de la Iglesia
desde donde se jugaba los choloques de una docena; los lacias, haciendo
pequeños hoyos en el suelo, jugábamos a la famosa, añorada y ya perdida cusha, con los cumpas que merodeábamos
en la Plaza.
Boleros de ambulco
y de carretes, trompos, durdurs y
bolas, todos los niños confeccionábamos con la debida maestría; el aislamiento,
la necesidad, la pobreza y la falta de medios, fueron los móviles, para que
nuestra creatividad infantil salga a relucir juntamente con nuestra ávida
inquietud, la que ha sido admirada por los de hoy y de siempre e inscrita en la
historia de Nuestro Querido Huauco.
De la revista el
Labrador, mayo 2002.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario