Alfredo Rocha Zegarra ha venido a ponerse al servicio
de su tierra, de su pueblo. "El grito de la sangre" ha sonado en su
espíritu. Por eso él no podía dejar de venir a empezar la noble tarea de
levantar más el ánimo de esta gente de "recia complexión humana"
—según sus propias palabras. Nada más bello que este acontecer del destino del
hombre y de los pueblos.
Los cielos han querido que al pie del Huishquimuna y
el Lanchepata, en el rincón de La Quintilla, se den cosas raras: agua y clima
ideales, tierras feraces, de una prodigalidad codiciable, lugares de
encantamientos, de algo único, de un no sé qué... Las estrellas parecen brillar
mejor que en cualquier otra parte del mundo. El sol caldea las espaldas del
labriego, pero para dar a sus pulmones, a sus células, a sus huesos, a sus
músculos, más vida...
Es necesario haber vivido íntegramente en este rincón
del planeta para darse cuenta sin mayor esfuerzo, de sus anchas bondades y sus
atractivos irresistibles. Y tenía que ser Alfredo Rocha Zegarra quien comprenda
bien a esta tierra, preñada de una fuerza vivificadora, cósmica. Él la siente
en el palpitar de su corazón, la lleva en las entrañas de su alma, la ve a
través de la luz de su inteligencia privilegiada, la plasma en sus sueños de
artista, se embriaga de entusiasmo deseándole un porvenir grandioso en su
visión de profeta, de justicia y de amor... Él, con la hidalguía, la
generosidad y la bravura de su raza, quiere, en medio de su extrema modestia,
inflamar el alma huauqueña para el logro de sus mejores destinos.
Qué bendición la de esta tierra, que muchas veces no
hace gala de bienes materiales, que también los tiene, porque cuenta siempre en
el momento preciso con genuinos valores humanos como Rocha Zegarra para salir
airoso de alguna encrucijada difícil.
Sí, Alfredo Rocha es un valor, un crédito. Es la
expresión pura de una raza noble y digna por el lado que se le mire. Pertenece
a esa estirpe con la que se nace por razones de sangre, pertenece a ese linaje
que no sabe de arrodillamientos, de satrapías, de bajeza humana alguna.
Y por eso él mismo ha preferido este humilde y
glorioso rincón como teatro de sus operaciones para la realización de uno de
sus más caros desvelos: La educación de la juventud, de la niñez, sin
tinterilleos pedagógicos, sin demagogias, sin poses de payaso. Es decir, la
educación en el más amplio sentido de la palabra —su calidad polifacética,
pluridimensional y humanista indiscutible no deja lugar a dudas-, antes que
desempeñar alguna cátedra o cualquier sinecura en una de las mejores
universidades del país, por ejemplo. Él no sabe del puesto fácil, mendigado;
menos de delirios bolsillistas. Solo entiende de la glorificación del hombre,
de la felicidad verdadera, cuando se es justo y se es libre y justo cuando se
sirve plenamente, sin reservas a la humanidad. Y Alfredo Rocha Zegarra es el
hombre dado al servicio humano sin mezquindades. Por eso su vida es ya una
novela, esperando solamente la pluma que la escriba.
Felicitémonos entonces por tener entre nosotros a este
hermano que está dispuesto a servirnos hasta la saciedad.
Por eso es de desear que el valeroso pueblo del Huauco
no vaya a incomprender nunca a este gran varón, porque entonces un músculo
estaría dispuesto a defenderlo, aunque sea a costa de dejar seguir viviendo.
Si la pluma de Wallace pinta un Ben Hur, ofreciendo
sus ejércitos al Supremo Redentor, bien podríamos reunirnos en el pueblo contra
el malvado que pretenda inferir algún daño a este caminante en pos de la
redención humana.
Revista Eco Sucrense
2014.
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