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jueves, 12 de abril de 2018

UN HOMBRE REENCUENTRA A SU TIERRA


 Por Felipe Neri Zegarra Silva

Alfredo Rocha Zegarra ha venido a ponerse al servicio de su tierra, de su pueblo. "El grito de la sangre" ha sonado en su espíritu. Por eso él no podía dejar de venir a empezar la noble tarea de levantar más el ánimo de esta gente de "recia complexión humana" —según sus propias palabras. Nada más bello que este acontecer del destino del hombre y de los pueblos.

Los cielos han querido que al pie del Huishquimuna y el Lanchepata, en el rincón de La Quintilla, se den cosas raras: agua y clima ideales, tierras feraces, de una prodigalidad codiciable, lugares de encantamientos, de algo único, de un no sé qué... Las estrellas parecen brillar mejor que en cualquier otra parte del mundo. El sol caldea las espaldas del labriego, pero para dar a sus pulmones, a sus células, a sus huesos, a sus músculos, más vida...

Es necesario haber vivido íntegramente en este rincón del planeta para darse cuenta sin mayor esfuerzo, de sus anchas bondades y sus atractivos irresistibles. Y tenía que ser Alfredo Rocha Zegarra quien comprenda bien a esta tierra, preñada de una fuerza vivificadora, cósmica. Él la siente en el palpitar de su corazón, la lleva en las entrañas de su alma, la ve a través de la luz de su inteligencia privilegiada, la plasma en sus sueños de artista, se embriaga de entusiasmo deseándole un porvenir grandioso en su visión de profeta, de justicia y de amor... Él, con la hidalguía, la generosidad y la bravura de su raza, quiere, en medio de su extrema modestia, inflamar el alma huauqueña para el logro de sus mejores destinos.

Qué bendición la de esta tierra, que muchas veces no hace gala de bienes materiales, que también los tiene, porque cuenta siempre en el momento preciso con genuinos valores humanos como Rocha Zegarra para salir airoso de alguna encrucijada difícil.

Sí, Alfredo Rocha es un valor, un crédito. Es la expresión pura de una raza noble y digna por el lado que se le mire. Pertenece a esa estirpe con la que se nace por razones de sangre, pertenece a ese linaje que no sabe de arrodillamientos, de satrapías, de bajeza humana alguna.

Y por eso él mismo ha preferido este humilde y glorioso rincón como teatro de sus operaciones para la realización de uno de sus más caros desvelos: La educación de la juventud, de la niñez, sin tinterilleos pedagógicos, sin demagogias, sin poses de payaso. Es decir, la educación en el más amplio sentido de la palabra —su calidad polifacética, pluridimensional y humanista indiscutible no deja lugar a dudas-, antes que desempeñar alguna cátedra o cualquier sinecura en una de las mejores universidades del país, por ejemplo. Él no sabe del puesto fácil, mendigado; menos de delirios bolsillistas. Solo entiende de la glorificación del hombre, de la felicidad verdadera, cuando se es justo y se es libre y justo cuando se sirve plenamente, sin reservas a la humanidad. Y Alfredo Rocha Zegarra es el hombre dado al servicio humano sin mezquindades. Por eso su vida es ya una novela, esperando solamente la pluma que la escriba.

Felicitémonos entonces por tener entre nosotros a este hermano que está dispuesto a servirnos hasta la saciedad.

Por eso es de desear que el valeroso pueblo del Huauco no vaya a incomprender nunca a este gran varón, porque entonces un músculo estaría dispuesto a defenderlo, aunque sea a costa de dejar seguir viviendo.

Si la pluma de Wallace pinta un Ben Hur, ofreciendo sus ejércitos al Supremo Redentor, bien podríamos reunirnos en el pueblo contra el malvado que pretenda inferir algún daño a este caminante en pos de la redención humana.

Revista Eco Sucrense 2014.

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