Introducción
Con el propósito de contribuir al develamiento de
nuestra historia local, publicamos un artículo que narra los apetitos
personales y de grupo tras una falsa práctica política. Encontramos en él, tal
vez, el meollo de las discrepancias y rencores entre dos pueblos hermanos:
Celendín y Sucre, que fueron originados y alimentados por el caudillismo de
ciertos personajes que lo único que ostentaban era su poder económico. Nuestra
crítica va a aquellos sucrenses y celendinos que desde antaño y aun en la
actualidad, buscan el distanciamiento y rencillas en el conglomerado social.
Es hora de dilucidar nuestras diferencias, enjuiciar y
cuestionar los apetitos mezquinos y las bajezas de algunos de nuestros
antepasados y mirar el porvenir con alturada conciencia que nos conduzca a la
unidad.
(Jorge Horna)
CRÓNICA HABLADA
Por: Einar Pereira *
(Informativo Independiente Órbita No. 364. Lima enero de 2001)
Mediante artimañas vedadas, politiqueros de lengua
puntillosa se habían adueñado de pomposos escaños en la casona ruidosa de aquel
Parlamento Nacional; mamaron tetilla de lobezna más allá del hartazgo. Ocurrió
en la década farragosa de los años treinta. En ese tiempo, las libertades
democráticas fueron acribilladas cual mansas palomas y el destino de hombres y
pueblos se acuñó a balazo limpio.
En noches despobladas, salteadores de caminos sometían
a los postillones del correo a tiro de gatillo, y luego de acuchillar las
valijas metían mano a las ánforas. Con desparpajo, reemplazaban las Cédulas
válidas por otras de su conveniencia. El truculento oficio de matarifes, les
permitió estropear el río de la opinión ciudadana y desviarlo a un molino donde
los sueños eran triturados y sólo sabían ver con ojos ajenos.
Fue costumbre que el honorable membrete de Diputado
Nacional se obtuviera teniendo veinte bandoleros a sueldo, media docena de
mozas malas, barricadas de buen aguardiente, mucho dinerillo, y halagos para
sobornar a funcionarios palaciegos.
Cuando los notables de Celendín se enteraron que
Clodomiro Chávez —hijo dilecto de Huauco-, había resultado electo como diputado
(pese a impugnaciones bien documentadas y remitidas a Lima) y, aquel muy suelto
de huesos comunicó traer en portafolio la representación de la provincia, se
armó grande escándalo. Los celendinos de cuño, sintiéronse tan mortificados que
no sólo babearon de ira sino que además se les escaldaron los huevos.
Mucho peor aún, cuando aquel hombre iba a llegar al
pueblo de un día para otro; en cabildo abierto que taimadamente había amañado
el Alcalde, sería declarado "Huésped Ilustre". Compinche avezado y
compadre contumaz, el burgomaestre había tramado fastuoso recibimiento al
careado legislador: embanderamiento de la ciudad, banda de músicos, veintiún
camaretazos, cuetería a cielo limpio, repique de campanas, desfile escolar,
champañadas, bautizo de doce ahijados, pelea de gallos, y tijerazo final para
inaugurar el pilón de la plaza Alameda, cuyo chorro gordo dizque traería agua
limpiecita de Molinopampa.
A las diez de la mañana del día domingo de un año
impar, Clodomiro Chávez entró a Celendín lleno de júbilo. Había bajado la
cuesta de San Cayetano montado sobre jamelgo jalqueño que llevaba pellón de carnero,
cabestro repujado en plata fina, y crines trenzados con cintillos viruteros.
Llegó custodiado por treinta hombres que como él, iban a caballo; dada su traza
semejaban montoneros: poncho nogal, bufanda oscura, ojos cuervinos, fuetecillo
de piel de venado, escarpines empolvados, estriberas de caja egipcia, revolver
enfundado , guerrillera de noventa municiones, hedor a cañazo. Y se metieron
ruidosos a la calle Comercio dando balazos al aire.
Los que iban a caballo pronto se dieron cuenta que la
ciudad estaba desierta. Ni una sola alma ante sus ojos impávidos. Sólo la
purísima luz chorreando desde los tejados ocres y las sombras de los hilos del
telégrafo. Sombras inmóviles, calladas, muertas. Puertas azules de grandes
aldabones, cerradas. Al comienzo, Clodomiro ni siquiera pestañeó; luego frunció
el seño y pensó: "La multitud me aguarda en la plaza mayor, y allí me
brindará honores y reconocimiento".
Mas no fue así. Según iban avanzando por la calle
ancha y los cascos de los caballos hacían castañuelear el empedrado,
súbitamente se abrieron los balcones y asomaron matronas y damitas bellísimas
que fingieron lanzar flores, volcaban sobre la cabalgata bacinicas llenas de
fétida orina. Cuando Clodomiro llegó a la plaza daba pena, estaba ensopado y
olía a zorrino. Ni acá ni allá había nadie. Salvo la "loca" Aurora
que coja, tuerta y desarrapada, aplaudía porque sí; y tres perros vagos que
perseguían a la cachorrita del Alcalde, pues andaba en celo. Fue cuando
apareció la turba enfurecida por las bocacalles que dan al río Chico y
Chacapampa, armada de piedras y palos. El hombre agasajado, no tuvo tiempo de
apearse del caballo, muy pendejo y a medio trote, volvió con los suyos por
donde había venido. Él y sus montoneros se refugiaron en el Huauco; y bebieron
toda la noche y todo el día con desenfrenada amargura.
Al poco tiempo, la férula "chavista" asestó
duras reprimendas. El primero en sucumbir fue Humberto Pereira Pinedo, Director
del Centro Escolar 81. El Comisionado del Ministerio de Educación lo trasladó a
Sorochuco. El "Piño" no se sometió a la arbitrariedad, con otros
hombres vejados emprendieron el camino a Lima. Y sólo volvieron después de
muchos aguaceros, cuando Clodomiro Chávez era una oscura leyenda. Entonces la Virgen
del Carmen volvió a sonreír, y hubo fuegos artificiales en la noche celendina.
(*) Einar Pereira Salas. Nació en la ciudad de
Cajamarca; publicó la novela Celendín tablero de ajedrez el año 2004. Falleció
el 2007 en Lima.
Fuente: Revista EL LABRADOR, mayo 2017
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