Por Tito Zegarra Marín.
Cuando se decretó el Estado de Emergencia
y se impuso cuarentena obligatoria me encontraba en Lima, escribí entonces que
hubiese preferido estar en Celendín y no en esta enorme metrópoli. Las razones,
las resumo aquí, al cumplirse casi medio año de encierro.
Debemos ser muchos, los que de pronto
pasamos de una moderada libertad en el interior del país a una situación de
enclaustramiento en la capital. Chocante sin duda, y lo fue más, cuando por la
fuerza nos sentimos imposibilitados de hacer lo que nos encanta: recorrer la
naturaleza con entera libertad, caminar por horas, días o semanas, para
conocerla, acopiar datos y disfrutarla. Quizá, lo más hermoso a nuestra edad.
Dejar ese modo de vida a cambio de vivir aislado
e inmovilizado en una pequeña habitación, ha sido muy duro; así como lo es, saber
que estamos más expuestos al contagio por ser adultos mayores y encontrarnos en
una ciudad insegura y caótica; que no podemos continuar con el tratamiento de
nuestra salud en los hospitales porque solo atienden casos del coronavirus; y que,
para colmo, la pandemia no cesa e inflige más miedo y pánico, y la salvadora vacuna
tarda.
Son situaciones que afectan emocionalmente,
así lo entendí, cuando conversaba con mi amigo José Rodríguez Villa, que también
estaba en Lima con su familia, hastiado de la cuarentena y su secuela; pero bueno,
él ya está en Cajamarca, tras una arriesgada aventura de regreso. Por mi parte,
en medio de dificultades, tensiones y de eso que llaman estrés, he tratado o
quizá luchado por adaptarme al nuevo modo de vida. La presencia de mi hija Mily,
ha sido un aliciente espiritual y oportuno.
Uno de esos esfuerzos nos llevó a leer
algunos libros, destaco a Don Quijote II, de Miguel de Cervantes; Historia de
dos ciudades, de Carlos Dickens; El lobo estepario, de Hermann Hesse; La breve
vida feliz, de Francis Macomber, de Ernest Heminguay; y el que estoy leyendo En
busca del Tiempo Perdido 1, de Marcelt Proust. Estos libros y algunos artículos
que escribo han llenado parte del vacío personal y me
han dado energía para resistir los embates de la pandemia, y para repudiar a
esa mafia de presidentes y políticos corruptos de los últimos 30 años, principales
responsables de la tragedia que vivimos.
Del último libro, esta bella frase un
tanto alusiva: “Las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente, son tan
fugitivos como los años”. Marcelt Proust.
*Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca
el 25-08-2020.
Hermoso y triste a la vez, escrito con mucho sentimiento.
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