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martes, 25 de agosto de 2020

VIVIR EN CUARENTENA

                                                                          Por Tito Zegarra Marín.

Cuando se decretó el Estado de Emergencia y se impuso cuarentena obligatoria me encontraba en Lima, escribí entonces que hubiese preferido estar en Celendín y no en esta enorme metrópoli. Las razones, las resumo aquí, al cumplirse casi medio año de encierro.

Debemos ser muchos, los que de pronto pasamos de una moderada libertad en el interior del país a una situación de enclaustramiento en la capital. Chocante sin duda, y lo fue más, cuando por la fuerza nos sentimos imposibilitados de hacer lo que nos encanta: recorrer la naturaleza con entera libertad, caminar por horas, días o semanas, para conocerla, acopiar datos y disfrutarla. Quizá, lo más hermoso a nuestra edad.    

Dejar ese modo de vida a cambio de vivir aislado e inmovilizado en una pequeña habitación, ha sido muy duro; así como lo es, saber que estamos más expuestos al contagio por ser adultos mayores y encontrarnos en una ciudad insegura y caótica; que no podemos continuar con el tratamiento de nuestra salud en los hospitales porque solo atienden casos del coronavirus; y que, para colmo, la pandemia no cesa e inflige más miedo y pánico, y la salvadora vacuna tarda.

Son situaciones que afectan emocionalmente, así lo entendí, cuando conversaba con mi amigo José Rodríguez Villa, que también estaba en Lima con su familia, hastiado de la cuarentena y su secuela; pero bueno, él ya está en Cajamarca, tras una arriesgada aventura de regreso. Por mi parte, en medio de dificultades, tensiones y de eso que llaman estrés, he tratado o quizá luchado por adaptarme al nuevo modo de vida. La presencia de mi hija Mily, ha sido un aliciente espiritual y oportuno.

Uno de esos esfuerzos nos llevó a leer algunos libros, destaco a Don Quijote II, de Miguel de Cervantes; Historia de dos ciudades, de Carlos Dickens; El lobo estepario, de Hermann Hesse; La breve vida feliz, de Francis Macomber, de Ernest Heminguay; y el que estoy leyendo En busca del Tiempo Perdido 1, de Marcelt Proust. Estos libros y algunos artículos que escribo han llenado parte del vacío personal y me han dado energía para resistir los embates de la pandemia, y para repudiar a esa mafia de presidentes y políticos corruptos de los últimos 30 años, principales responsables de la tragedia que vivimos.

 Pero hay algo más: esta cuarentena, que poco ha servido para contener al coronavirus y para salvar vidas humanas, nos está quitando algunos meses (y al parecer un año o más), en los que podíamos haber hecho tantas cosas y algunos viajes. Con los amigos Joubert Sánchez y Práxedes Zegarra, programamos ir a Catacaos, Piura y Cuenca en Ecuador, para recopilar información sobre el sombrero de paja toquilla, que la requiero para un estudio en curso sobre esa temática; afortunadamente, unos meses antes de la emergencia fuimos a Rioja en San Martín, la otra cuna del sombrero. Ojalá el próximo año sea otro, para cumplir con algunos sueños.

Del último libro, esta bella frase un tanto alusiva: “Las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente, son tan fugitivos como los años”. Marcelt Proust.   


*Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca el 25-08-2020.

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