Por: Palujo
Nuestro amigo Paco el "Bobo", no sufría de la vista como aquella viejecita de la que nos habló don Quirino en el año setenta y dos. Con los cachetes inflados, los vivaces ojitos verdes y todas los características de un buen narrador de cuentos, deleitábanos don Quirino en las tardes sanjosefinas.
"La anciana iba sentada -inició aquella vez su cuento- en la parte lateral, de un asiento –recordarán ustedes– de aquel viejo camión que convertido en microbús lo llamábamos "APOLO"; aunque –también recordarán– no tenía nada de veloz..."
"...Regresábamos de Celendín a Sucre –continuaba don Quirino–. El "APOLO", como siempre, iba repleto. Parado y al costado de la anciana, viajaba un conocido Capitán de la Guardia Civil. Sus galones podíamos contarlos, rápidamente, en las mangas de su polaca. Al parecer, la anciana deseaba rememorar las jóvenes caminatas que, para vender sus sombreros, a la provincia hacía.
Lamentablemente, el Capitán se interponía entre el paisaje y ella.
- ¡Guardia, guardia! –dijo la viejita–. ¡Hágase pa' un costado!
El policía no se movió un centímetro.
- ¡Guardia, guardia; hágaste pa' un costado –insistió la pobre anciana.
El policía miró a la derecha e izquierda, como diciendo, ¿a quién hablará esta vieja?
La anciana tenía su genio: con su mano quiso apartar al policía.
- ¡Oiga guardia, a un costado le he dicho! –su temblorosa voz lo escucharon todos.
El custodio del orden, al verse directamente aludido, le respondió: - ¡Señora, sepa usted que yo no soy guardia, yo soy Capitán!
La ancianita le contesto inocentemente: - ¡Bah; verde no ma' lo veo!..."
Don Quirino terminaba sus cuentos o bien haciéndonos reír, haciéndonos llorar o dejándonos en pindingas.
Pero volvamos a nuestro amigo Paco el "Bobo", que para eso estamos. Todo ocurrió en la capital del carnaval peruano. Para ser más exactos, en el parque del frontis de la Sexta Comandancia de la Policía Nacional. Paco vivía a media cuadra, al frente del antiguo local de la empresa de transportes, en ese tiempo, TEPSA, y todas las noches caminaba por el jirón Amalia Puga y bajaba por la angosta calle Ayacucho.
En aquel tiempo aún vestía el uniforme de la Guardia Civil y prestaba servicios de resguardo, justamente, en la puerta principal de la Comandancia. Paco, como buen amigo, siempre me saludaba.
- Hola –decía y algunas veces hasta me despertaba, cuando el cansancio hacía que durmiera parado, como gallo en gallinero.
Cierta noche, Paco, bajó con unos traguitos demás subidos en la cabeza, seguramente por algún compromiso porque, como el principal de ENACO, eso sí, compromisos no le faltaban.
Con el kepi inclinado, cubriéndome los ojos, yo ya era un gallo dormitando en gallinero.
Paco, caminando en las puntas de sus zapatos, se acercó sin hacer ruido y de repente ¡zas!, me arrancó el kepí de la cabeza, se dio media vuelta y echó a correr.
Abrí los ojos asustado y corrí tras él, hablándole en voz baja: - Paco, Paco, no juegues así por favor.
Paco, no hacía caso y corría dando vueltas por el parque.
- Paco, van a salir mis jefes y me pueden castigar –traté de convencerlo.
- Dime Paquito lindo –me exigió sonriendo.
- Paquito lindo, entrégame el kepí –le rogué de inmediato.
- Psé, grajo –se burló Paco el "Bobo"–. ¿Tanto miedo le tienes a tus jefes?
Luego, bajó la callecita estrecha matándose de la risa.
Noches van noches vienen, y, a nuestro amigo Paco, le llegó otro compromiso. Nuevamente, doblando el jirón Amalia Puga, bajó, con sus copitas demás y observó que el gallo ya había colgado el pico y cabeceaba parado en sus dos patas. Sólo que, esta vez, el gallo no era yo, porque, merecidamente o no, gozaba de un día libre o un día franco, como lo quieran llamar.
Paco, poco a poco, se acercó en puntillas y ¡zas!, corrió con el kepí en la mano.
El guardia reaccionó en el acto, sacando su revólver y gritando al atrevido: - ¡Alto o disparo carajo!
Paco, al escuchar la voz desconocida, se paró en seco y no habían palabras que explicaran el hecho.
Al día siguiente, al ingresar a la Comandancia, encontré a nuestro amigo Paco en el calabozo.
- Luchito –me dijo– háblale a tus jefes, diles que te conozco y que la broma era contigo.
Nuestro amigo Paco hasta ahora no usa anteojos, porque no los necesita como aquella señora de la que nos habló don Quirino en el año 76; aunque confundir dos guardias sea error más grande que no ver tres galones en la manga de la polaca de un Oficial de policía.
Hubieran visto la cara de nuestro Paco; pero ¡qué importa la cara si casi pierde la vida!, ¡vaya por Dios!
"La anciana iba sentada -inició aquella vez su cuento- en la parte lateral, de un asiento –recordarán ustedes– de aquel viejo camión que convertido en microbús lo llamábamos "APOLO"; aunque –también recordarán– no tenía nada de veloz..."
"...Regresábamos de Celendín a Sucre –continuaba don Quirino–. El "APOLO", como siempre, iba repleto. Parado y al costado de la anciana, viajaba un conocido Capitán de la Guardia Civil. Sus galones podíamos contarlos, rápidamente, en las mangas de su polaca. Al parecer, la anciana deseaba rememorar las jóvenes caminatas que, para vender sus sombreros, a la provincia hacía.
Lamentablemente, el Capitán se interponía entre el paisaje y ella.
- ¡Guardia, guardia! –dijo la viejita–. ¡Hágase pa' un costado!
El policía no se movió un centímetro.
- ¡Guardia, guardia; hágaste pa' un costado –insistió la pobre anciana.
El policía miró a la derecha e izquierda, como diciendo, ¿a quién hablará esta vieja?
La anciana tenía su genio: con su mano quiso apartar al policía.
- ¡Oiga guardia, a un costado le he dicho! –su temblorosa voz lo escucharon todos.
El custodio del orden, al verse directamente aludido, le respondió: - ¡Señora, sepa usted que yo no soy guardia, yo soy Capitán!
La ancianita le contesto inocentemente: - ¡Bah; verde no ma' lo veo!..."
Don Quirino terminaba sus cuentos o bien haciéndonos reír, haciéndonos llorar o dejándonos en pindingas.
Pero volvamos a nuestro amigo Paco el "Bobo", que para eso estamos. Todo ocurrió en la capital del carnaval peruano. Para ser más exactos, en el parque del frontis de la Sexta Comandancia de la Policía Nacional. Paco vivía a media cuadra, al frente del antiguo local de la empresa de transportes, en ese tiempo, TEPSA, y todas las noches caminaba por el jirón Amalia Puga y bajaba por la angosta calle Ayacucho.
En aquel tiempo aún vestía el uniforme de la Guardia Civil y prestaba servicios de resguardo, justamente, en la puerta principal de la Comandancia. Paco, como buen amigo, siempre me saludaba.
- Hola –decía y algunas veces hasta me despertaba, cuando el cansancio hacía que durmiera parado, como gallo en gallinero.
Cierta noche, Paco, bajó con unos traguitos demás subidos en la cabeza, seguramente por algún compromiso porque, como el principal de ENACO, eso sí, compromisos no le faltaban.
Con el kepi inclinado, cubriéndome los ojos, yo ya era un gallo dormitando en gallinero.
Paco, caminando en las puntas de sus zapatos, se acercó sin hacer ruido y de repente ¡zas!, me arrancó el kepí de la cabeza, se dio media vuelta y echó a correr.
Abrí los ojos asustado y corrí tras él, hablándole en voz baja: - Paco, Paco, no juegues así por favor.
Paco, no hacía caso y corría dando vueltas por el parque.
- Paco, van a salir mis jefes y me pueden castigar –traté de convencerlo.
- Dime Paquito lindo –me exigió sonriendo.
- Paquito lindo, entrégame el kepí –le rogué de inmediato.
- Psé, grajo –se burló Paco el "Bobo"–. ¿Tanto miedo le tienes a tus jefes?
Luego, bajó la callecita estrecha matándose de la risa.
Noches van noches vienen, y, a nuestro amigo Paco, le llegó otro compromiso. Nuevamente, doblando el jirón Amalia Puga, bajó, con sus copitas demás y observó que el gallo ya había colgado el pico y cabeceaba parado en sus dos patas. Sólo que, esta vez, el gallo no era yo, porque, merecidamente o no, gozaba de un día libre o un día franco, como lo quieran llamar.
Paco, poco a poco, se acercó en puntillas y ¡zas!, corrió con el kepí en la mano.
El guardia reaccionó en el acto, sacando su revólver y gritando al atrevido: - ¡Alto o disparo carajo!
Paco, al escuchar la voz desconocida, se paró en seco y no habían palabras que explicaran el hecho.
Al día siguiente, al ingresar a la Comandancia, encontré a nuestro amigo Paco en el calabozo.
- Luchito –me dijo– háblale a tus jefes, diles que te conozco y que la broma era contigo.
Nuestro amigo Paco hasta ahora no usa anteojos, porque no los necesita como aquella señora de la que nos habló don Quirino en el año 76; aunque confundir dos guardias sea error más grande que no ver tres galones en la manga de la polaca de un Oficial de policía.
Hubieran visto la cara de nuestro Paco; pero ¡qué importa la cara si casi pierde la vida!, ¡vaya por Dios!
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