Escribe: Tito Zegarra Marín
Le cupo a toda una
generación de niños y adolescentes la grata y feliz oportunidad de compartir
vivencialmente inolvidables experiencias con el hombre que, quizás como ningún
otro, amó a su tierra que lo viera nacer: Alcibiades Horna Marín. Recordar y calibrar
en su cabal dimensión a este gran hijo sucrense es una excepcional obligación
ética y de principios que, hoy más que nunca, debemos cumplir.
Alcibiades Horna
Marín, nació en El Huauco, hoy Sucre, el 11 de junio de 1895, siendo sus
progenitores don Juan C. Horna y doña Isabel Marín, pareja de muy bien
cimentadas bases morales, sobre las que edificó su familia.
Como muchos hijos de
su tiempo, vivió compartiendo los quehaceres de la familia, así en la casa como
en el campo. Desde niño aprendió a valorar y exaltar la belleza de los paisajes
de sus correrías; sus pocos pero importantes recursos naturales; y a la mujer
sucrense, protagonista de un largo drama de laboriosidad y desvelos.
Bastante joven aún, se
radicó en la ciudad de Cajamarca, donde a poco formalizó su hogar con la Sra.
Olga Figueroa Camacho, delineando tempranamente su futuro: ser un hombre de
empresa, de bien y amante entrañable de su terruño natal.
En lo que concierne a
lo primero, incursionó en el campo gráfico, constituyendo con todo éxito la
primera imprenta denominada "Imprenta Cajamarca", en la cual se editó
el periódico "EL Sol", dirigido por otro destacado hijo sucrense, el
escritor Nazario Chávez Aliaga, en el cual, Horna Marín colaboró con artículos
de temática diferente, sin faltar los alusivos a su tierra querida.
En cuanto a lo
segundo, nunca dudó en ponerse al servicio de los demás; hombre de gran corazón
y generoso con todos, no supo de distingos postizos para tratar y servir a las
personas.
Padre de 9 hijos, a
los que inculcó sus personales valores, los forjó profesionales de éxito y
prestigio; a la par, llegó a ser Teniente Alcalde en Cajamarca, cargo que
desempeñó con altura y gran responsabilidad.
Pero lo que nosotros y
muchas generaciones admiramos en nuestro gran paisano es el amor inmenso a su
tierra; amor cristalizado en todos y cada uno de sus actos, y que lo puso a
prueba hasta el último momento de su vida. Su pueblo entrañable ocupó siempre
un lugar preferente en su corazón, saturando sus sueños de esperanzas por verlo
cada día más adelantado y feliz. Todo esto lo manifestaba a chicos y grandes
en gratísimas conferencias que a menudo sustentaba con su singular expresión y
su verbo de magnífica docencia.
Todos los años, junto
a su noble familia, en más de dos ocasiones visitaba a su tierra. Y lo hacía
con palpable amor y felicidad, traducidos, unas veces, con incentivos
pecuniarios a la niñez estudiosa; otras, colaborando abiertamente en obras de
bien colectivo; pero más que todo eso, compartiendo íntimamente sus experiencias
e inquietudes con sus amados "paisanitos", para quienes no regateaba
ni abrazos ni consejos muy sinceros. Con sus hijos compartimos horas de gran regocijo,
ya en los deportes, en los paseos y a través de la música, de la que los nueve
eran amantes y ejecutantes de valía.
Nuestro
"paisita", como cariñosamente lo tratábamos bregó siempre por el
despego de su pueblo; estuvo al lado de todo ese equipo de hombres dirigidos
por el Dr. José Clodomiro Chávez, que impulsó la desecación de la laguna de
Sucre; fue uno de los gestores, ante la familia Cacho Sousa de Cajamarca, para
la donación del fundo "El Sauco" al Concejo Distrital de Sucre; fue
el principal pionero en la organización del Centro Progresista de Cajamarca; y,
por último, acarició un sueño que, de vivir todavía, habría visto cumplido: tal
fue una piscina en Sucre, para bien de niños y jóvenes. Con este fin abrió una
libreta de ahorros con una importante suma, para aquel tiempo; pero la incuria
no siguió los pasos germinales de esta idea y aquel dinero se esfumó con los
posteriores deterioros monetarios.
Pero la simiente está
echada. Y parece que en campo que, a la postre, resulta fértil. Y hoy, un grupo
de sucrenses ha tomado la posta y, ojalá, en plazo breve, se cristalice el
sueño de quien tanto amó a su lar natal. Y más aún, que sugerimos desde ya,
llevase su nombre con toda validez y justo homenaje.
Alcibiades Horna Marín
murió un 18 de abril de 1985 en la ciudad de Lima. Y nos adelantamos a sugerir,
en base a que más de una vez él manifestó su caro anhelo de que sus restos
descansaran en su adorado Sucre, que se hicieran gestiones para propiciar la
exhumación de sus restos y su consiguiente traslado a la ciudad de Sucre, donde
a la sazón, ya son cuatro los restos mortales de hijos predilectos que han sido
trasladados desde la ciudad de Lima: los del inolvidable profesor Neptalí
Zegarra Sánchez, los del Dr. José Clodomiro Chávez Mariñas, los de la distinguida
dama limeña, Sra. Florencia Valderrama de Chávez; y los del Dr. Clodomiro
Chávez Valderrama.
De la revista el Labrador, mayo 1997.
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