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sábado, 25 de febrero de 2012

ARGUEDAS Y ALFREDO PITA, AMIGOS

Por Jorge Horna.

Alfredo Pita.
En el libro testimonial Días de sol y silencio. Arguedas: el tiempo final, Alfredo Pita (Celendín, 1948), reconocido escritor también de relatos y novelas, da cuenta de su amistad con la familia Arguedas-Arredondo (José María y Sybila) en los tiempos culminantes de la vida de aquél. Circunstancia extraordinaria que le deparó compartir con ellos “ese amor, por la vida y por el Perú” y que “la única forma que tengo de hacerlo es hablar desde mí mismo, desde mis recuerdos y mi experiencia” (pag. 11 y 15).

A partir de 1969, año del deceso de José María Arguedas, muchos ensayos interpretativos (Flores Galindo, N. Manrique, A. Torero, C. Lévano, Vargas Llosa, Carmen Pinilla; la enumeración es extensa) han bordeado la obra del autor de Todas las sangres.

Alfredo Pita aporta en su libro lo tangible de los resquicios hogareños de Arguedas en la solariega casa de la urbanización Los Ángeles en el distrito limeño de Chaclacayo. Confirma con su visión de joven universitario de aquel entonces, el perenne mensaje arguediano de prender en el alma y la mente de todos los peruanos un “mundo más esencial y puro, el de los indios del Cuzco y de las regiones aledañas” (Apurímac, Huancavelica, Ayacucho. JH) (pag. 34). Pues Arguedas nos dejó el planteamiento de un Perú diverso e intrincado, generador de constantes conflictos sociales, y la exigencia de instaurar los mismos derechos y oportunidades para todos en la praxis de nuestra histórica interculturalidad.

Nos dice que Arguedas aborda el mundo andino con una vinculación y empatía sin distancias, dominando la emotividad, desde el agreste camino que viene padeciendo por centurias el campesinado indio y pauperizado del Perú.

En este libro, está la imagen del hombre (Arguedas) que en su diario vivir y su interioridad anímica abrigaba el intenso compromiso de hacernos conocer y entender la complejidad de nuestras raíces originarias; para desprejuiciarnos y ser capaces de mirarnos a nosotros mismos en el umbral de nuestro porvenir como nación, aún en labranza.

Días de sol y silencio. Arguedas: el tiempo final (Fondo editorial de la universidad Garcilaso de la Vega. 2011)  describe el espacio íntimo de Arguedas, que asido al afecto de su familia nuclear, afrontaba los dilemas de la sociedad desde una concepción de identificación con el universo andino, su etnia, su cultura. Sus preocupaciones quedaron impregnadas en los libros que publicó y que trascienden lo literario abriendo concretas posibilidades al análisis socio-antropológico y también político.

Días de sol y silencio. Arguedas el tiempo final es la testificación de Alfredo Pita, quien viajando a través del tiempo se instala en las postrimerías de los años sesenta del siglo pasado e imbuido de su experiencia acumulada, equilibra la apreciación que percibe del Amauta Arguedas. El lenguaje mesurado que emplea, los juicios emitidos sobre los avatares existenciales navega, viento en popa, con una rotunda prosa narrativa. La evocación no ha sido avasallada por el apasionamiento afectivo, con sensata expresión nos presenta el retrato real de quien escribió magistralmente, entre muchas obras, Los ríos profundos, Agua, El zorro de arriba y el zorro de abajo.

La palabra de Alfredo al estructurar su libro en 18 temas nos revela su sinceridad, su admiración por el escritor andahuaylino, su provechoso y definitivo, aunque breve, aprendizaje.

En el capítulo: Sybila, Pita dedica su esfuerzo a las disquisiciones de la opción política que ella asumió, posterior a la muerte de José María, y que la llevaron a ser condenada a 15 años de prisión. Y dentro de este mismo asunto, la persecución y exilio que padeció - talvez el amigo más querido de Arguedas-  el lingüista Alfredo Torero. “Escucharlos hablar, a José María y a él (A. Torero), era ponerse a la escucha de un horizonte cultural intuido, pero a la vez remoto y misterioso para mí” (pag. 50).

El autor de Días de sol y silencio ha recurrido a las imágenes atesoradas en su memoria y recuerdos, que conmueven y nos retan a reflexionar sobre la vida y obra arguediana que, valgan reiteraciones, ambas tienen la misma altura.

Alfredo lamenta no tener más fotografías que aludan a sus estancias de fin de semana en casa de los Arguedas; pero las que se incluyen en el libro son suficiente elocuentes. A mí me impresiona –y coincido con Alfredo- aquella que ilustra la tapa y que fue tomada por Olga Luna. Es notorio, además, la laboriosidad y esmero de nuestro amigo, el pintor y narrador Jorge Antonio Chávez Silva, en el retoque y tramado de esa foto.

Para concluir, las letras celendinas y del país han sido honradas con este trabajo intelectual de Alfredo Pita y con su trayectoria literaria que ya suma décadas.

Lima, febrero de 2012

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