"Porque en la mayoría de mis cuentos se
expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados,
los olvidados, los condenados a existencia sin sintonía y sin voz" J. R. Ribeyro.
Los peruanos de
nuestra época, aprendimos amar la creación literaria de don Julio Ramón
Ribeyro, no porque era un tanto exótica o extraña a la realidad del país, ni
siquiera porque fuera un gesto existencialista o un barroquismo
latinoamericano, peor aún si lo tildaríamos de un agnóstico sin límites.
Sencillamente, el arte verdadero, no tiene rótulos, ni etiquetas como piensan
un minúsculo grupo de críticos nacionales. Ha muerto un peruano universal, un
maestro sin par del relato corto, el Antón Chejov peruano, valga el
atrevimiento mío, una pluma genial, solamente comparable con otros escritores,
ya fallecidos como es el caso de Juan Rulfo o el incomparable Julio Cortázar.
Se fue del Perú,
cuando apenas era una persona poco notable o apenas se vislumbra como un
escritor nacional o cuando su nombre recién se balbuceaba en el mundo literario
limeño, cuando compartía la tertulia literaria con distinguidos hombres de
letras de la llamada "generación del 50". Llegó a la ciudad luz,
Francia, acaso a pretender bosquejar un destino para este "apátrida
universal" a ganarse la vida haciendo cualquier oficio, que le permitiera
vivir con algo de dignidad humana.
Hombre de un temperamento
apacible y hasta cierto punto taciturno, bohemio como sabía ser, en sus horas
de melancolía literaria, de extrañar y llevar al Perú a cuestas. No importa que
una determinada prensa, autodeterminada izquierdista, no piense reconocer la
validez internacional de su prosa, poética, de superfugios literarios, de su no
vinculación a ningún partido, de no haber pertenecido a ninguna hermandad
secreta. Julio R. Ribeyro, seguirá viviendo en todos y cada uno de los
peruanos, en ese mundo inconmensurable de las letras. En esa legión infernal y
bendita de los grandes genios de la literatura universal.
Artista del alma
humana como era, no le gustaba los grandes homenajes, ni las fastuosas
recepciones diplomáticas. Con ironía, siempre a flor de labios, se negaba
sutilmente a asistir a esos actos cargados de petulancia y de fetidez
académica.
Acaso, le pasó por su
mente, un millón de veces, lo que ocurrió a Martín Adán (Rafael de la Fuente
Benavides), que al momento de ingresar a un cenáculo literario, y a la misma
Academia de la Lengua Peruana, este mismo hecho, no lo haría cambiar en nada,
su existencia y vocación inquebrantable de morir escribiendo, donde su vida y
sus últimas energías, solamente, a la literatura. Así lo confirma la última
entrevista televisada, por una rara coincidencia del destino, parece darnos una
respuesta a este acertijo, que fue su propia vida.
Sometido a numerosas
operaciones quirúrgicas, no pudo cristalizar su deseo de viajar a México, a
recibir el premio, el más cotizado a nivel latinoamericano, Juan Rulfo, méritos
y personalidad no le faltaban. Quiso el aciago destino, arrebatarle este
merecido triunfo, como Manuel Scorza, de no ver el esplendor de su gloria
literaria. Como Edgar Allan Poe, fue una víctima de sus propios excesos.
No alcanzó a
suicidarse como el maestro José María Arguedas, porque la muerte le sorprendió
de perfil y fumando los últimos cigarrillos de su maltratada existencia. Como
hombre de letras, compartió una gran amistad con Alfredo Bryce Echenique, Mario
Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Ernesto Cardenal entre otros gigantes de la
literatura hispanoamericana.
Con la temprana desaparición
de Ribeyro, se nos ha privado para siempre del excelente escritor anecdótico,
de aquel que aboga por una estética de recomposición de la realidad; del
narrador que vive sustancialmente con el mundo de sus personajes; del creador
que rechaza el barroquismo o la falta de sencillez verbal; por el demiurgo que
se rige por el principio de la claridad del relato; por ese inventor de mundos
verbales, que prefiere ser un escéptico y no un pesimista de la vida. Ya en sus
Prosas Apátridas Ribeyro nos decía:
“(…) lo que he escrito
ha sido un tentativa para ordenar la vida y explicármela, tentativa vana que
culminó con la elaboración de un inventario de enigmas; si alguna certeza
adquirí fue que existen certezas, lo que es una buena definición del
escepticismo" (P.180)
El poeta - crítico y
maestro emérito de la Universidad de San Marcos, Washington Delgado, ha dicho
una gran verdad:
“Lo más característico
de Ribeyro es el tratamiento sicológico de los personajes, que aparecen en sus
relatos como seres vivos, inmediatos e inolvidables. Con la habilidad del cuentista
nato, en un par de líneas, con un solo trazo, Ribeyro nos presenta al hombre
entero y viviente".
"La palabra del
Mudo".
Julio Ribeyro,
comprendió como algunos escritores rusos o americanos que llevan su país y
tradición 'por dentro, que para entender mejor al Perú, era preferible el auto destierro,
el ostracismo voluntario, para sentir, palpar y comprender mejor los múltiplos
rostros de esta nación en formación, en continuo proceso de encontrarse a sí
mismo.
La hora celeste y
mágica, le había jugado una trampa mortal; las excrecencias del alba, ya no
estaban para darle el último adiós; no pudo asistir para dar su conferencia
genial, como lo hubiese hecho el "Profesor Suplente", de uno de sus
cuentos memorables; no pudo ver y amar profundamente este verano, como el
anciano personaje por las "Azoteas"; murió, porque la muerte quiso, a
exigencias de una pulmonía y de una extirpación de un riñón canceroso. No
asistirá, jamás a su "Ultimo Banquete", porque la barca del
mitológico Creonte, no le permitirá regresar a la orilla de ese mar
inconmensurable que es el mundo de las letras. No podrá saborear "La
Botella de Chicha" para reírse, a su antojo, de la advenediza clase social
que merodeaba a la Lima de los años cincuenta. Ya no podrá concurrir a esa
"Aventura Nocturna", porque nadie lo esperará; ni siquiera irá a toda
velocidad, con esa pesadilla de jovenzuelos atolondrados encabezados por Ludo
Tótem de los "Geniecillos Dominicales", para ganarle en audacia y
hombría, a los hombres de su generación. Los dictadores de turno, ya no le
tendrán rencor eterno, por su cuestionamiento a la tiranía de Odría, en su
"Cambio de Guardia"; los políticos, como los nuevos fariseos del
Siglo XXI, concurrirán en actitud contrita ante sus funerales. Pero tú, peruano
universal, les esperarás con la sonrisa de siempre, para seguirle narrando
"La Confusión en la Prefectura", y volarás en las de la eternidad
como el Ícaro inmortal.
Tomado de la Revista El Labrador, mayo 1995.
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