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martes, 9 de abril de 2013

Machu Picchu: VILCAPAMPA LA VIEJA

Escribe Hiram Binham.
Las ruinas de lo que ahora suponemos fuese la perdida ciudad de Vilcapampa la vieja cuelgan en lo alto de una estrecha cresta que se extiende bajo el pico del Machu Picchu. Se las llamó "ruinas de Machu Picchu", porque cuando las descubrimos nadie sabía en qué otra forma nombrarlas, y ese nombre se aceptó y se continuará usando, aunque nadie discute que éste era el sitio de la antigua Vilcapampa.

El santuario estuvo perdido, durante siglos, porque esta cadena se encuentra en el más inaccesible rincón de la sección de mayor inaccesibilidad de los Andes centrales. No hay parte de las altiplanicies del Perú mejor defendida por baluartes naturales: un cañón estupendo cuya roca es de granito y cuyos precipicios despliegan frecuentemente una abruptez de mil pies con dificultades que atemorizan al más ambicioso de los andinistas modernos. Sin embargo, en una remota parte del cañón, en esta estrecha cresta flanqueada por pavorosos precipicios, un pueblo altamente evolucionado, artista, de inventiva, bien organizado y capaz de una empresa sostenida, construyó en alguna época del pasado distante un santuario para la adoración del sol.

Como no poseían hierro o acero para sus instrumentos de labor —sino sólo martillos o pequeñas barras de bronce—, la construcción debe haber costado generaciones si no siglos de esfuerzo. Para impedir que los enemigos o visitantes no deseados' alcanzaran sus santuarios y templos, confiaron primero en las corrientes del Urubamba, que son peligrosas aún en la época seca y absolutamente impasables durante por lo menos seis meses del año. Por tres lados, ésta era su línea exterior de defensa. Por el cuarto, el macizo de Machu Picchu es accesible desde la meseta sólo mediante una ceja angosta como un filo de navaja, de menos de cuarenta pies de anchura y flanqueada por precipicios en que construyeron una fortaleza poderosa y pequeña, un verdadero paso de las Termópilas. Nadie podía alcanzar al sagrado recinto a menos que así lo decretase el Inca, como descubrieron Fray Marcos y Fray Diego a su propio costo.

No estaba protegido sólo este santuario contra la profa­nación de los visitantes casuales, sino admirablemente adap­tado a propósitos militares como una ciudadela.

FORTIFICACIONES.
Mientras las laderas inferiores de Huayna Picchu son de acceso relativamente fácil en la estación seca, la masa del cono está separada de las ruinas por otra ceja filuda impasable en el lado oriental y quedando sólo una senda para los indios de pies seguros por el lado poniente. El sendero se extiende a lo largo de más de cien yardas junto a una hendedura horizontal en un precipicio colgante de granito. Dos hombres podrían defenderla contra un ejército, y es la única ruta por la cual puede llegarse a Machu Picchu desde Huayna Picchu.

Lo mismo para el lado norte. Los lados oriental y occi­dental de la cresta son suficientemente abruptos en sus mil quinientos pies de desarrollo como para ser casi inaccesibles. Desde las alturas podían fácilmente echarse a rodar algunas rocas que cayeran sobre los invasores en la forma a que se refieren los conquistadores como método favorito de los soldados incas. Si se mantenía un paso a cada lado como es hoy, éstos podían haber sido fácilmente defendidos por un puñado de hombres. En cualquier sitio en donde una brecha de los precipicios permitiese poner un pie a los intrusos, se había amurallado y fortificado la defensa natural.

Por el lado sur los despeñaderos casi a pico se erguían en la montaña de Machu Picchu. En otros tiempos se encontraban flanqueados por dos caminos. El del lado oriental corría a lo largo de otra grieta en la cara misma del magnífico precipicio. Aun puede verse, pero los derrumbes de roca lo han destruido. En el lado opuesto de la montaña la senda trepa el abrupto declive por medio de una escalera de piedra y circunvala la altura en un rastro que sólo las cabras podrían seguir con facilidad. Ambos caminos llevan hasta la pequeña cresta en donde estaban las citadas Termopilas, único paso que da acceso a la montaña de Machu Picchu desde la meseta y borde sur del cañón. Los dos ca­minos podían ser prontamente defendidos en distintos sitios.

De acuerdo con una muy conocida práctica, encontramos en lo alto de los dos picas vecinos, Machu Picchu y Huayna Picchu, las ruinas de estaciones de señales desde las que era posible enviar y recibir mensajes por sobre las montañas. La llegada de visitantes poco gratos o la aparición distante de un enemigo podía descubrirse e inmediatamente comunicarse a la ciudad. En lo alto de Machu Picchu estaba la más importante. No se ahorraron fatigas para que el sitio fuese seguro y conveniente. Su construcción exigió gran destreza y extraordinario arrojo. Ocupa lo alto de uno de los más estupendos precipicios de los Andes. Si resbaló alguno de los trabajadores que construyeron el muro de retención en el borde mismo de la estación de señales, debió haber rodado tres mil pies antes de dar con cualquier porción del despeñadero suficientemente ancha como para detener su cuerpo. No tengo empacho en declarar que cuando tomé fotografías desde allí, no sólo me tendí de boca, sino que dos fornidos indios me sujetaron 'de las piernas para evitar que rodara. Es una altura realmente mareadora. ¡Hay que imaginarse lo que es construir en e.be sitio un muro!

Tan sagrado se consideraba el santuario de Vilcapam­pa, que además de las defensas exteriores y de los reforzados precipicios que protegían la ciudad contra los enemigos, se construyeron dos muros para aislar a los visitantes o trabajadores a quienes se les permitió el paso por las Termopilas. El de más afuera corría a lo largo del extremo de una magnífica hilera de terrazas agrícolas. Cerca se halla una media docena de edificios que deben haber sido proyectados como cuarteles para los soldados cuyo deber era proteger la ciudad en el único lado por donde podía alcanzarse mediante viejos caminos, lado que resultaba también por eso relativamente vulnerable. Había allí, además, una línea interior de defensa. En la parte más estrecha de la cresta, inmediatamente antes de que se alcance la ciudad desde el sur, se cavó una fosa o zanja cuyas caras estaban cubiertas de piedra; Sobre ella el muro de la ciudad propiamente tal ce extiende a lo largo de la ceja y baja en ambos lados hasta llegar a precipicios rocosos que hacen ya inne­cesaria la presencia de murallas.

En la cima misma de la cresta el muro se interrumpía por una enorme portada construida con bloques de piedra. La puerta, probablemente un bastidor de pesados troncos unidos entre sí, se podía sujetar en la parte superior a un aro de piedra u ojo de amarra firmemente empotrado sobre el dintel y bajo seis u ocho pies de albañilería. A los lados la puerta podía asegurarse por una larga barra cuyos extremos encajaban en poderosos sostenes de piedra, cilindros firmemente anclados en los agujeros abiertos en el marco de la puerta para este fin. Esa puerta podía, naturalmente, haber sido derribada por una fuerza atacante que usara un largo tronco como ariete. Para evitarlo, el ingeniero que construyó las fortificaciones hizo una saliente del muro en ángulos rectos sobre el marco. Por este medio los defensores que estaban en lo alto de la saliente podían haber dejado caer una lluvia lateral de rocas y de peñascos sobre las fuerzas que intentaran derribar la puerta.

Los muros de la ciudad eran bastante altos como para que no se les pudiera escalar con facilidad. La fuerza atacante que hubiese tenido la suerte de vencer todas las defensas naturales de esta fortaleza y logrado rodear a los defensores de los diferentes pasos tipo Termopilas, se habría encontrado en muy mala posición desde el instante en que tuviera que arrasar las terrazas hacia las fortificaciones interiores. Al término de ellas habría encontrado indispensable saltar dentro del foso seco y escalar luego su muro interno para hacer lo mismo en seguida con las murallas de la ciudad, sufriendo durante todo el tiempo una lluvia de piedras que procedían de las hondas de los defensores. Se hace difícil imaginar que una fuerza invasora pudiese haber sido tan poderosa como para vencer esa vigorosa defensa, aun cuando la ciudad hubiera estado en manos de unas pocas veintenas de soldados decididos. Por cierto que los muros servían igualmente en tiempos de paz para evitar que los intrusos 'entrasen en los sagrados recintos del santuario. En los accla-huasi, o casas de las Mujeres Escogidas del Sol, no tenían acceso los hombres, a excepción del emperador, sus hijos, los nobles y los sacerdotes.
La 'puerta de la ciudad muestra señas de haber sido reparada. La cima de la angosta cresta está en este sitio ocupada por un gran peñasco de granito que se incorporó en las fortificaciones, o, mejor dicho, los muros fueron robustecidos al usarlo como parte de ellos, lo que dio como resultado que la parte externa de la maciza entrada descanse sobre una terraza artificial. La terraza se ha asentado unas cuantas pulgadas debido a la erosión en la abrupta ladera. En consecuencia; el muro ha caído de su posición perpendicular comenzando a destruir la fina y vieja puerta. No pasará mucho antes de que el gran dintel caiga también y arrastre la parte reparada del muro que se encuentra superpuesta. Se presume fácilmente, al mirar la entrada de la ciudadela, que fue remendada más bien con prisa en un período muy posterior a la construcción primitiva, posiblemente por Manco II.

ESCALERAS.
Por la limitación del espacio las casas estaban estrechamente apretujadas, pero un sistema de escaleras y de peldaños cortados en la roca hacia relativamente fácil la comunicación dentro de los muros de la ciudad. Desde lue­go, tal vez el rasgo más sobresaliente de Machu Picchu es la cantidad de escaleras, de las cuales se cuentan más de ciento, grandes y pequeñas. Por lo demás, algunas sólo tenían tres o cuatro peldaños, mientras que otras hasta ciento cincuenta. En varios casos el conjunto entero de seis, ocho o hasta diez escalones estaba tallado en un solo peñón. Las escaleras que comunican las distintas terrazas agrícolas siguen la inclinación natural del cerro, aun cuando éste es tan abrupto como para hacerlas parecer más bien una escala que una sucesión de peldaños. En varios sitios se había calzado un jardincillo de no más de ocho pies cuadrados, dentro de terrazas ocupadas por casas de habitación. Con el objeto de hacer accesibles las terrazas en que se encontraban estos pequeños jardines, los incas construyeron fantásticas escaleras de un ancho apenas suficiente para permitir el paso de un niño. Sin embargo, dentro de la ciudad, y particularmente en las calles o avenidas angostas, se construían las escaleras con una cómoda gradiente.

La escalera o sucesión de peldaños como motivo orna­mental o ceremonial dentro de la arquitectura incaica no parece haberse empleado, aunque pudo muy bien originarse en esta localidad. En las ruinas de una portada monolítica en Tiahuanaco, Bolivia; en una curiosa piedra tallada en Concacha, cerca de Abancay, Perú, y en la famosa roca tallada que se llama Kkenko, cerca del Cuzco, se encuentran pequeñas escaleras que fueron practicadas con propósitos ceremoniales u ornamentales y que no servían para uso práctico hasta donde nos es posible ver. Las de Machu Picchu, por otra parte, sin otra excepción que una sola, pare­cen ser todas destinadas alcanzar localidades, cuyo acceso seria en otra forma difícil. Aunque más numerosas que lo estrictamente necesario, ninguna de ellas parece inútil, ni siquiera hoy día. La más larga, que puede ser descrita como la principal arteria de la ciudad, comienza en lo alto de la cresta en la terraza por la cual la carretera penetra los muros, y, dividiendo toscamente la ciudad en dos partes, corre todo el camino hasta los insalvables despeñaderos de la ladera nordeste.

La arteria principal en el corazón de la ciudad estaba formada en parte por esta escalera de granito de ciento cincuenta escalones y era el sitio de los principales acueductos.

APROVISIONAMIENTO DE AGUA.
Como de costumbre, los incas se dieron gran trabajo para proporcionarse agua adecuada.
Hay muchos manantiales en las vecindades de la montaña de Machu Picchu a una milla del corazón de la ciudad. La pequeña acequia o conducto que trae el agua de estos manantiales puede seguirse todavía 'a lo largo de la ladera reptante, durante una considerable distancia. Ha sido destruida en parte por los derrumbes, pero se puede observar mientras corre a lo largo de una de las principales terrazas agrícolas, cruza el foso seco por un frágil acueducto de piedra, pasa bajo el muro de la ciudad mediante una estrecha grieta de menos de seis pulgadas de ancho y sigue a lo largo de una de las terrazas hasta la primera de la serie de fuentes o pequeñas cuencas de piedra ubicadas cerca de la escalera principal. Las primeras cuatro están al sur de dicha escalera. Cerca de la cuarta la escalera está dividida eh dos hileras de peldaños. En este punto comienza una serie de doce. La acequia corre al sur desde la última fuente y se vacía en el foso.

Las cuencas de la escalera de las fuentes están por lo general cortadas en un solo bloque de granito colocado al nivel del suelo del pequeño recinto donde las mujeres venían a llenar sus jarros de estrechos cuellos. Con frecuencia se construyeron uno o dos pequeños nichos en las paredes laterales del recinto como anaqueles para una taza o posiblemente para las tapas de las botellas, hechas de fibra o de manojos torcidos de pasto. A veces hay un labio cortado en la piedra al borde del conducto como para hacer un pequeño caño que deje caer clara el agua por el muro de la fuente. En otros casos el agua pasa a través de un estrecho orificio con fuerza suficiente para alcanzar la abertura del jarro sin necesidad de que el acarreador saque el agua de la cuenca misma. En las épocas de escasez, sin embargo, estamos seguros de que este último método fue el único que se empleó y que la razón de las dieciséis cuen­cas no era sólo permitir que se llenaran muchos tiestos a la vez, sino impedir que se perdiera gota del precioso líquido. La acequia es más angosta que cualquier otra que yo haya visto, ya que tiene por lo general menos de cuatro pulgadas de ancho.
 
Las pequeñas cuencas de piedra tienen unas treinta pulgadas de largo por dieciocho de ancho y cinco a seis de profundidad. En algunos sitios tanto aquéllas como todo el suelo del recinto de las fuentes están hechos de una sola losa de granito. A veces se practicaban agujeros en un rincón de la cuenca para permitir que el agua fluyese a través de conductos cuidadosamente taladrados bajo el suelo hasta la próxima cuenca de más abajo. En casos de necesidad estos hoyos se podían tapar fácilmente para permitir que se llenara la cuenca. Los conductos corren a veces bajo la escalera y a veces al lado. Vale quizás la pena señalar que los peruanos modernos llaman baños a dichas fuentes, aunque no me parece que fueran usadas con ese propósito. Debido a la rarificación del aire, al frío y a la rápida radiación, ni siquiera los anglosajones se bañan con frecuencia en las altiplanicies del Perú, y los indios montañeses de hoy no lo hacen jamás. Resulta por eso duro suponer que los constructores de Machu Picchu hubiesen usado las cuencas con ese objeto. Por otra parte, los incas eran afi­cionados a facilitar el trabajo de los acarreadores de agua y de proveerlos de fuentes agradablemente construidas. Es posible que una de las razones para abandonar Machu Picchu como lugar de residencia fue la dificultad de obtener suficiente agua. En la estación seca los pequeños manan­tiales apenas proporcionaban la cantidad necesaria para que cocinaran y bebieran los cuarenta o cincuenta trabaja­dores indios y nosotros. En tiempos más primitivos, cuando la ladera de la montaña estaba más arbolada, los manantiales, sin duda, proporcionaban mayor cantidad, pero con la ,deforestación que siguió a la ocupación continuada y con los derrumbes provenientes y las erosiones siempre en aumento de la superficie del suelo, las fuentes deben haber dado tan poca agua en algunas épocas, como para forzar a los moradores de la ciudad a acarrear el líquido en grandes jarros que traían a la espalda desde distancias considerables.

Es significativo que de los tiestos encontrados cerca de la puerta de la ciudad, cuarenta y uno fueran vasijas para el agua, cuatro ollas para cocinar, nueve cazos para beber y ningún plato. Es evidente que aquí se estacionaron los proveedores de chicha. Son más sorprendentes los resultados si se les compara con los hallazgos dentro del cuadrado del sudeste, en donde se encontraron casi tantas fuentes de alimentos como jarros.

JARDINES.
El sitio llano más grande dentro de los límites de la ciudad se encuentra en un terreno pantanoso en la parte más ancha de la cresta. Este se halla cuidadosamente graduado y terraplenado y en la época de nuestra visita se veía cultivado de poco tiempo atrás por Richarte y sus amigos. En verdad, uno tendría que caminar buena cantidad de millas por el cañón del Urubamba para descubrir una "pampa" de semejante tamaño a una elevación de no menos de siete mil ni die más de diez mil pies. En otras palabras, esta pequeña pampa ofrecía una insólita oportunidad: a la gente acostumbrada a plantar mieses como las que florecían en Yucay y en 011antaitambo. El hecho de que fuese para ellos posible cubrir también la ladera adyacente con terrazas artificiales que aumentarían la potencialidad de la región como productora de alimentos, era, sin duda, un factor tan importante en la elección del sitio como la facilidad que ofrecía éste para convertirlo en una poderosa ciudadela o en un sagrado santuario. Una de las escaleras más cuidadosamente construidas conducía directamente de los templos principales a la pequeña pampa. Puede haber sido aquélla en la cual crecía la huilca, la huilcapampa.

Hay sólo una puerta para la ciudad. El lado norte, o Huayna Picchu, no estaba defendido por un muro transversal, sino por elevadas y estrechas terrazas construidas en pequeñas salientes que de otra manera habrían prestado apoyo al pie en los precipicios. Cerca de estas terrazas hay una ancha depresión que comunica Machu Picchu con un cerro cónico que es parte de la cresta que conduce a las abruptas alturas de Huayna Picchu. Al sur de la depresión, que una vez estuvo cubierta con una densa selva, se encuentra un tosco anfiteatro. Ha sido terraplenado y hay cinco o seis niveles diferentes usados hace poco para las pequeñas plantaciones de los indios. Estos pueden haber sido los jardines especiales o huertos para cultivar alimento para los gobernantes. En la superficie del suelo, en medio de cuadros de maíz, zapallo y 'cebolla, descubrimos de cuando en cuando algunas piezas de cerámica.,

TRIBUS.
Mirando hacia el anfiteatro por el lado oriental hay veinte casas. Cuatro de ellas parecen haber tenido ventanas; dos se caracterizan por tener tres ventanas cada una, y la tercera es posible que tuviera únicamente una, mientras que la cuarta se encuentra tan deteriorada, que sería difícil decir si tenía dos o tres. Las casas en este lado del anfiteatro están casi todas construidas die piedra sobre arcilla, y apenas toscamente terminadas. En el rincón norte se encuentran dos terrazas con marcada diferencia de las demás, ya que las piedras son más largas e irregulares. La mayoría de las casas están construidas de piedras más bien pequeñas, de un tamaño casi uniforme.

Las terrazas están a veces hechas con grandes piedras y otras veces con piedras pequeñas. Ninguna de estas construcciones ha tardado mucho en su edificación. Pueden bien haber sido realizadas por las fuerzas de Manco después que trasladó la capital religiosa de su reino desde el Cuzco hasta este antiguo Templo del Sol. En el lado oriental de la vieja ciudad hay pocos templos, o ninguno, pero muchas moradas bien construidas y grupos tribales.

Sólo un grupo de casas, vecino al límite sur, parece haber sido construido con especial cuidado; sus piedras están calzadas sin arcilla y los muros se encuentran en un hermoso estado de conservación. Un tercer grupo de casas de las de aquí tienen tres entradas, por lo cual lo hemos llamado grupo de las tres puertas. En nuestras excavacio­nes descubrimos frente a él un montón de desperdicios, que nos ofreció, con lo que habíamos colectado adentro, pedazos de ciento quince .trastos. Debe haber estado ocupado por largo tiempo.

Cada uno de los conjuntos difiere de los otros, sea en el arreglo de los edificios, sea por algún rasgo distintivo de la arquitectura. Uno de ellos se caracteriza por nichos muy extraños. En una de estas casas hay dos nichos bastante grandes como para dejar que un indio se pare en ellos, y en la pared posterior de cada nicho se encuentra una ventana a la altura de la cara de un hombre. El tabernáculo de este grupo está construido en un pintoresco peñasco y las paredes del templo han sido empotradas en la superficie inclinada de la roca en forma muy poco usual. Está hecho con tal habilidad como para impedir durante siglos que se deslice. En lo alto de la roca se ha practicado la habitual plataforma de piedra. Sobre ella se encuentran tres nichos, cada uno de los cuales tiene largo suficiente para recibir una momia. La costumbre al momificar un cuerpo era doblar las rodillas hasta la barba, en forma que la momia ocupara el menor espacio posible. Las momias tienen envolturas multicolores y no se diferencian mucho de pequeños barriles; la envoltura final, en algunos casos, consiste en yardas y yardas de cuerdas trenzadas. Cada uno de estos nichos era bastante largo para recibir un bulto semejante, y restaba provisto con sujetadores de barra en piedra, de manera que la momia pudiese ser atada o bien fuese posible amarrarle palos tabúes al frente de cada nicho con el objeto de impedir que se tocara la momia. Cada nicho, a su vez, tenía tres nichos más pequeños, uno en el muro posterior y otro en cada uno de los laterales. Estos eran seguramente para la recepción de ofrendas, artículos qué se presumían de valor re interés para el difunto. Una larga plataforma de piedra cavada en la sólida roca inmediatamente bajo los nichos, tenía posiblemente la intención de recibir ofrendas de alimento y bebida, o las momias eran colocadas allí para que las secara el sol. Se dice que los incas no usaron preservativos como los egipcios, sino que confiaban en el poder del sol tropical para que secase la carne una vez que se habían quitado las vísceras. Por eso las momias tenían que secarse frecuentemente al sol.

Otro grupo de tribus se caracterizó por un ingenio particular en el corte de la piedra. Aquí los sujetadores de barra de la puerta principal se encontraban cortados del corazón mismo de sólidos trozos de granito. La parte alta del sujetador estaba insertada en una depresión como plato en un miembro de la fila próxima de más arriba; pero la base del sujetador formaba parte del bloque en que había sido practicado. El acceso a este sujetador se obtenía cortando un hoyo cuadrado en el centro de la cara del bloque, seguramente el cortador no sólo era ingenioso, sino paciente y devoto, ya que se dio la molestia de inventar este .expediente para procurar la permanencia artística en los sujetadores de barra. Usó probablemente cinceles de bronce para cavar los profundos agujeros en los bloques.

Las excavaciones en la casa principal de este grupo proporcionaron pedazos de ocho vasijas y trajeron a luz la parte superior de dos peñones de granito que originalmente se proyectaban sobre el nivel del suelo. Estos habían sido cavados en forma de constituir unos morteros inquebrables y de utilidad permanente, en donde se podía moler el maíz y aplastar las papas heladas bajo las caras pulidas de los almireces que se usaban en todos los Andes centrales desde tiempo inmemorial. Cerca de los morteros encontramos en realidad uno de los antiguos almireces que había sido empotrado aquí siglos atrás. La esposa del jefe de esta tribu debe de haber disfrutado de cierta superioridad sobre sus vecinas, que para fabricar sus platos de maíz no disponían de artefactos permanentes construidos en sus cocinas. Este grupo contenía también varios escaños de piedra. Una casa tenía un sofá de piedra, construido en un rincón, como si alguien hubiera preferido no dormir y sentarse siempre en el suelo.

En este grupo se encuentra el único ejemplar en la ciudad de un gran edificio en caballete dividido en dos secciones por una pared medianera que se levanta hasta la cúspide y que está taladrada por tres ventanas. Este tipo de construcción, tan raro, aquí, era bastante común en Choqquequirau y 0llantaitambo. Fue probablemente un desarrollo tardío del arte de construir. En las toscas paredes interiores de algunas casas de este conjunto encontramos superficies cubiertas todavía con arcilla rojiza. Fue una de estas casas la que eligió hace unos cuantos años Richarte, o alguno de sus amigos, como construcción digna de ser reparada y techada para darle nuevo uso. Pero se abandonó por estar demasiado lejos del agua.

Una de las escaleras de este grupo se encuentra fantásticamente acuñada entre dos grandes peñascos de granito, tan vecinos como para que fuese imposible que la usara un gordo. En otra escalera no sólo los peldaños sino también las balaustradas están cortados de una sola saliente. Considerando el hecho de que las únicas herramientas posibles para un !trabajo de esta naturaleza eran guijarros o trozos de diorita que se obtenían en el lecho de las rugientes aguas a dos mil pies bajo el despeñadero, es fácil presumir que debe haberse tardado mucho tiempo y gastado enorme esfuerzo para tallar estos peldaños en la roca viva. En todo caso, el cortador tuvo la satisfacción de saber que su labor estaría más cerca de la inmortalidad que ninguna otra cosa hecha por manos mortales.

Los muros de los edificios de un grupo vecino son de piedras toscamente canteadas, puestas sobre arcilla en filas irregulares. Sin embargo, la terraza en que están construidos se halla cubierta con losas insólitamente largas y muy bien ajustadas, que pueden presumirse como el fruto de un período anterior. Antes de que se construyera el muro más reciente se cortó un pequeño conducto en lo alto de uno de los hermosos y viejos bloques de la pared de sostén, de modo que fuese posible el adecuado desagüe en el patio de este conjunto.

En el lado occidental de la ciudad se encuentran, sin duda, las estructuras más bellas e interesantes. Comenzando con el rincón noroeste, después de ascender una serie de terrazas, se llega a un lugar en lo alto de una colina que ofrece una vista magnífica en todas direcciones, incluyendo no sólo la ciudad misma y las terrazas cultivadas, sino también el gran cañón del Urubamba. No conozco otro lugar en el Perú dotado de más inspiradora perspectiva. Muchas de las montañas se ven cubiertas por una densa vegetación tropical desde la cima hasta la base; otras están desnudas, excepto un escaso pastizal; mientras las demás forman ríspidos precipicios de granito. En los días claros pueden verse picos cubiertos de nieve hacia el este y el oeste, -siendo los más hermosos los de Salcantay y Soray, que son los más prominentes desde el bajo valle del Cuzco.

En lo alto de esta pequeña colina, desde la cual puede verse el puente de San Miguel a dos mil pies más abajo, hay construido un hermoso templo cerca de un fino intihuatana o piedra del sol, "sitio al cual se amarraba el sol", como aquellos que formaban una parte importante de todos los templos dedicados a ese astro. Pueden verse restos de piedras similares en el Cuzco, Pisan y 0llantaitambo. La parte superior de un peñasco era cortada de modo que próximo al centro quedaba sobresaliente un pilar cuadrado y erecto. La altura de este pilar es de un poco más de media yarda, convirtiéndola de este modo en la piedra intihuatana más alta que se ha descubierto en el Perú. El hecho de que ésta se encuentre intacta agrega una prueba sobre el fracaso de las fuerzas del virrey Toledo para llegar a este sitio o siquiera conocer sus alrededores.

Cerca de esta interesante y misteriosa roca aparecen las ruinas de dos atractivas casas construidas, como las demás, de bloques de granito blanco, canteados tan graciosamente como se podía lograr sin el uso de instrumentos de precisión desconocidos para los constructores. Calzan absolutamente sin arcilla y muestran una extrema finura en el detalle. Las dos casas se distinguen por un curioso rasgo. Como se planearon primitivamente, poseían hermosas aunque angostas puertas terminadas; luego el marco de éstas se llenó hasta dos tercios de su altura original, con lo cual quedaron como ventanas. La casa mejor pre­servada contiene dos hermosos nichos y dos ventanas. Las dos mansiones parecen haber sido de un piso y medio de altura con terminaciones de caballete. Tienen también un rasgo peculiar, común a varias casas de Machu Picchu, que consiste en que mientras la porción principal de la pared es de piedra construida sin mezcla, los caballetes superiores son bloques mucho más toscos, que no calzan cuidado-mente, sino que descansan en arcilla y posiblemente están recubiertos.

El extremo. Sur de esta cima ha sido redondeado y toscamente forrado con piedras, una de las cuales, la más larga, fue curiosamente cavada en forma de dejar un agarradero con un hoyo vertical. Este puede haber sido proyectado para una vara que desplegara una bandera. Las terrazas de abajo y alrededor de la cima son de piedras toscas puestas en forma chata y pegada con arcilla. Trece terrazas bajan hacia el borde del precipicio por el lado del sur. El cerro mismo se compone en parte de enormes e irregulares bloques de granito. En muchos sitios donde éstos cuelgan han sido debidamente apuntalados con muros de piedra, que hacen suponer que pudieron 'contener tumbas adentro. Los primeros excavadores deben haber llegado a la misma conclusión, y, a juzgar por mis informaciones, obtuvieron idénticos resultados, es decir, que no 'existía nada más que tierra tras los muros, y que las paredes fueron edificadas principalmente para proporcionar una apariencia acabada a los toscos peñascos. Nuestra excavación en este cerro produjo pobres resultados. Posiblemente se le empleó sólo para los servicios más solemnes de la amarradura del sol al intihuatana. La tradición supone la recitación de plegarias poéticas en esta adoración.

LA PLAZA SAGRADA.
Dejando la cima y yendo en dirección al sur, se descienden varios escalones de piedra y se acerca uno a una terraza lisa, que hemos llamado, por falta de un nombre mejor, la Plaza Sagrada, debido a que a ambos lados se encuentran los templos más grandes. Antes de llegar a ella se pasa a la izquierda frente a un peñasco muy singular que tiene la forma aproximada de una gigantesca almeja. Conduciendo a la cima hay siete escalones cortados en un suave granito disgregado, y desde lo alto se obtiene una vista deliciosa. También se han calzado piedras en la parte superior del peñasco como para hacer una pequeña plataforma en la cual puedan mantenerse tres o cuatro personas y saludar al sol naciente.

Hacia el norte de este peñasco y bajo él se encuentran los muros de una pequeña casa de unos diez a quince pies de diámetro construidos con la mayor maestría y en el mejor estilo inca, es decir, con bloques de granito blanco cuidadosamente canteados y escogidos, muchos de ellos aparentemente rectangulares. Algunos de los más grandes son notablemente poligonales, pero todos están empotrados sin cemento. La hilera de más abajo aparece formada por bloques particularmente largos y finos, de más o menos cua­tro pies de largo y dos de alto; las filas superiores son de otros más pequeños, pero todos bastante simétricos. A la izquierda de la puerta conforme se entra hay un solo y gigantesco bloque trabajado en forma de constituir la mitad más baja y completa del muro frontal. No sólo las partes inferiores de dos de los nichos de que está sembrada esta casa se ven cortados en piedra, sino que, además, con cierto alarde de caprichosa ingeniosidad y espíritu de juego, los constructores tallaron parte del rincón de la pieza misma en este extraordinario bloque, de manera que aun forma una muy pequeña parte de una de las paredes exteriores. En el palacio del Inca Rocca en el Cuzco hay una piedra que hicieron famosa los primeros escritores españoles porque presenta catorce ángulos. Los visitantes la contemplan siem­pre. ¡Esta tiene treinta y dos!

El pequeño edificio presenta otro rasgo insólito: un largo escaño o sofá de piedra que abarca la extensión completa de la casa en el lado opuesto a la puerta. Está hecho de bloques hermosamente cortados.

Esta casa queda adyacente al templo principal, que ya se ha descrito. Cuando recién la vi me incliné a creer que sería la mansión del sumo sacerdote, pero estudios posteriores me condujeron a suponer que era más bien un mausoleo real y que el escaño o sofá estaba destinado a las momias de los emperadores incas. Podemos estar ciertos de que no se ahorró sacrificio para hacer de esta pequeña estructura toda una gema de la albañilería. El edificio está forrado por nichos tan idénticos, que el ojo apenas puede señalar alguna diferencia en forma o tamaño. En la selección de los bloques, en su acabado, en las proporciones de la habitación y en el cuidado artístico con que fue construida, toca a lo perfecto. Otras edificaciones antiguas pueden igualarla en belleza, pero ninguna la sobrepasa. ¡Ofrece abundante prueba de que aquí en Machu Picchu se hallaba uno de los más bellos santuarios edificados por los incas o por algún otro pueblo americano prehistórico!

El Templo del Sol en el Cuzco, además de tener el altar y sus accesorios, posee las momias de los emperadores muertos de la dinastía inca. Según Juan de Betanzos, que vivió en el Cuzco en 1550, inmediatamente después de la conquista del Perú, las momias estaban sentadas en bancos de madera hermosamente tallada. Dice que el Inca Pachacutec dispuso allí, en presencia de la imagen del Sol, a los emperadores muertos, pero que también "fabricó una cantidad "de bultos, tantos como han sido los señores que sucedieron a Manco Cápac hasta llegar a su padre, el Inca Viracocha".

Me parece posible que algunas de las momias representadas en el Templo del Sol en el Cuzco mediante "bultos" puedan haber sido realmente preservadas en Machu Picchu.

El sumo sacerdote era casi siempre un tío o un hermano del emperador reinante. Bajo él había dos clases de sacerdotes: los que celebraban los ritos más solemnes, siendo siempre Incas de sangre, y los que oficiaban en las ceremonias menos importantes y que eran Incas por privilegio, es decir, miembros de las familias de poderosos nobles a quienes el monarca deseaba honrar.

Es significativo que esta pequeña gema de la edificación esté al pie de una escalera que sube hasta el intihuatana y que finalmente sea adyacente al templo principal. La religión del Estado de los incas, que adora al sol, está unida a los destinos y a la administración del imperio por la más estrecha intimidad.

Los sacerdotes del Sol eran, naturalmente', los más favorecidos, y no es extraño descubrir que las hermosas es­caleras de piedra que conducen al intihuatana sean las más cuidadosamente construidas entre todas las de Machu Picchu. Los peldaños son de unos cuatro pies de ancho, aunque cada uno de ellos está fabricado de un solo bloque de granito. Hay un parapeto bajo en cada lado de esta escalera. Al norte del mausoleo real o de la casa del sumo sacerdote corren un camino y una balaustrada que dominan el hermoso valle y el río a dos mil pies hacia abajo. Empotrado en la "casa del sacerdote", y evidentemente construido al mismo tiempo —ya que una de las piedras más bajas forma parte de ambos edificios—, se encuentra el templo principal, que me dejó sin aliento cuando vi por primera vez aquella edificación única.

Toda su muralla del este parece haber cedido aproximadamente un pie, llevándose consigo parte del muro norte. No es extraño que haya sucedido así, porque las paredes parecen tener sólo un débil cimiento. Sin embargo, se encontraba tan perfectamente empotrada, que se ha desprendido como una masa sin dañar el arreglo de las piedras, excepto en la esquina.

Tal vez la peculiaridad más señalada de este templo es que los extremos de los lados del este y del oeste no son perpendiculares ni tienen la inclinación hacia dentro, característica de casi todas las estructuras peruanas antiguas. En realidad, forman un ángulo obtuso. La mitad inferior de dicho ángulo es en cada caso la orilla de un solo ciclópeo bloque de la hilera inferior de los muros terminantes, que se inclinan hacia dentro al llegar al fondo. La parte superior del ángulo se encuentra formada por las seis hileras restantes y se inclina para dentro hacia lo alto. El punto del ángulo contiene un hoyo cortado en el bloque ciclópeo de la hilera más baja, planeado evidentemente para permitir la introducción de una larga viga de madera, que probablemente se extendía a través del frente abierto hasta el punto del ángulo en el frente del extremo opuesto.

Mi primera impresión fue que aquel tronco pudiese haber servido para sostener el techo de la estructura; pero el acabado perfecto de la fila superior me lleva a creer que este edificio nunca fue techado, sino que esos agujeros soportan los extremos de un leño que a su vez sostiene un batiente o cortina de la más fina tela antigua, tejido superlativamente hermoso. Se podía quitar cuando no era útil. Tal inventiva permitiría que el interior del templo se encontrase constantemente expuesto al sol, mientras que al mismo tiempo estaba separado de la vista de cualquiera desde la Plaza Sagrada. Si éste fuera el lugar al cual se traían las momias de los antepasados muertos con fines de culto, la presencia de un techo seria indeseable y perturbaría la ceremonia de dar a las momias un cómodo baño de sol.

No se omitieron sacrificios para hacer esta estructura única conforme a todo lo mejor y más sólido de la arqui­tectura de los incas. Sus constructores poseían un notable concepto de la simetría. Hermanaron nicho con nicho y casi bloque a bloque. Ningún otro edificio en el Perú da una impresión más fina del elevado estado artístico y arquitectónico alcanzado por el antiguo pueblo de los Andes. Mientras no hay esculpido en ninguna parte del templo, los lados del bloque ciclópeo más grande estaban cortados en forma de ofrecer el grato efecto de tres filas de piedras que ofrecían más o menos las líneas de las hileras regulares de bloques. El gran altar de piedra en la parte posterior poseía dos pértigas salientes en la base. No son iguales ni están simétricamente colocadas y pueden ser sólo proyecciones dejadas para ayudar a los constructores en la ubicación del gran bloque en los sitios apropiados, el cual debe pesar por lo menos diez toneladas.

En el lado occidental de la plaza se encuentra un bastión semicircular de unos diez pies de diámetro y ocho de alto. Domina el valle del Urubamba y es el más alto de una sucesión de hermosas terrazas que se extienden hacia abajo hasta el borde de los despeñaderos. El bastión se presenta hecho en grandes bloques de granito cortados para formar un semicírculo casi perfecto. Este notable corte de la piedra es otra evidencia de la grande edad alcanzada por la civilización Los arquitectos me dicen que semejante destreza en la construcción de una graciosa torre circular no se alcanza fácil ni tempranamente en la historia de este arte.

En el lado sur de la plaza se ve un gran edificio rectangular de la típica construcción incaica más tardía, he­cho de pequeñas piedras toscamente terminadas puestas como adobe, con dos puertas y sin ventanas. Sus muros interiores están forrados con nichos simétricamente ubica­dos; en total, forma evidentemente una residencia de importancia, pero ha requerido sólo unas cuantas semanas o meses para construirla. ES muy posible que fuese edificada después de la huida de Manco del Cuzco, cuando este viejo santuario tenía que agrandarse para recibir a los sacerdotes y otros servidores del último Inca y a las Mujeres Escogidas que buscaron refugio aquí en los días de Pizarro.

En el extremo opuesto de la plaza; el oriental, están las ruinas del edificio más significativo de todos, el Templo de las Tres Ventanas.

Sus muros, como aquellos del templo principal, abarcan tres lados solamente y el cuarto se encuentra abierto hacia la Plaza Sagrada, sin otra excepción que un pilar único monolítico destinado a soportar el techo del edificio, expediente que no se halla en ninguna otra estructura de la ciudad. La edificación tenía un techo de caballete, cuyas piedras en el extremo eran más grandes que lo habitual, pero a pesar de eso, puestas sobre arcilla en vez de calzadas unas a otras. Como en el templo principal, se emplearon bloques ciclópeos en la hilera inferior, y los términos de los muros laterales forman ángulos obtusos en lugar de hallarse perpendiculares. Igualmente el punto de dicho ángulo contiene una cavidad planeada, sin duda para permitir la admisión del extremo del techo. La parte alta del pilar mo­nolítico, colocado a mitad de camino entre estas dos cavidades, tenía muescas.

Con el objeto de construir esta estructura el arquitecto se vio obligado a hacer un cimiento para el muro oriental que bajaba hasta el nivel de la terraza siguiente. Para esto usó cuatro grandes piedras y construyó una muralla que se eleva once pies desde la terraza hasta el nivel de un dintel de ventana. El dintel de cada ventana forma parte de un ciclópeo •bloque poligonal. Los muros del templo son de bloques, algunos de ellos bastante irregulares, pero todos de granito blanco bien escogido y hermosamente trabajado. Este granito puede haber sido extraído de una cantera de la vecindad inmediata.

GRUPO DEL TEMPLO DEL SOL.
La más alta de las fuentes se halla en un grupo notable que debería llamarse del Templo del Sol, ya que su principal edificación muestra un sorprendente parecido con el muy conocido templo similar del Cuzco. Este fue el primer edificio realmente fino que vi en mi visita original. En aquel tiempo no pude contemplar la pared adherida al templo semicircular. Después que limpiamos el muro descubrirnos que el más experto maestro de albañilería de su época había construido aquí la pared de mayor hermosura que se puede contemplar en América, edificada en la forma de escuadra y uniendo el templo con lo que puede haber sido la casa del sacerdote.

El efecto resulta más suave y grato, aunque menos espléndido, que el de los templos de mármol del Viejo Mundo. Aquí tenemos un ejemplo de la notable habilidad de los arquitectos incas. Como este muro fue construido, al parecer, con el más extremo cuidado por un artista que deseaba convertirlo en un objeto permanente de belleza, era necesario que no tuviese quebraduras, que jamás se abrieran las uniones entre los bloques estrechamente ajustados. Sin embargo, en el extremo sur del muro estaba la casa del sacerdote, mansión de dos pisos y medio, el segundo de los cuales se abre a una terraza que sostiene el hermoso muro, mientras el piso de abajo da a la terraza inferior siguiente. Con el curso del tiempo esta casa, cuyo ático estaba enteramente encima del nivel del hermoso muro, tendería a separarse de la pared abriéndose las uniones. En consecuencia, el albañil ajustó ingeniosamente los bloques en el punto en que pudiese sobrevenir el mayor esfuerzo, alternando el diseño entre un bloque virtualmente rectangular con otro que contiene ganchos de piedra y haciendo así una serie de conexiones que impedirían que las piezas se deslizaran, para evitar que la casa se desprendiera de su pared ornamental. El resultado fue feliz. Aunque ésta es una tierra de temblores frecuentes y los constructores' no usan ni cemento ni durmientes de metal, cada bloque se inserta tan estrechamente con su vecino, que no hay sitio para clavar un alfiler entre las piedras. Calzan y se mantienen tan apretadamente como la tapa de cristal en una botella del mismo material. La fricción y un ajuste perfecto realizan el prodigio.

La parte más alta de la gran roca en que descansa la edificación semicircular está tallada en forma de asientos o plataformas de piedra. Era probablemente un altar para colocar ofrendas o un sitio de sacrificio para las ofrendas que se incineran.

Cuando se encuentra sujeta a gran temperatura la superficie de los peñascos de granito, se descascara en torno al punto en que se aplica el calor más elevado. Un examen de la cima de la roca que ocupa la mayor parte del espacio del templo semicircular permite ver que en alguna época se le aplicó una cantidad extraordinariamente subida de calor. La ausencia total de cenizas o de trozos de carbón señala que esto aconteció hace mucho tiempo, probable­mente largos años antes del advenimiento de los primeros indios modernos. Es difícil señalar con el descascaramiento si éste se debe a fogatas repetidas o a una sola en que el combustible se renovó a menudo, y es imposible creer que el daño lo causara la ignición de un techo corriente de paja. Si no fuera que las filas superiores del templo parecen in­dicar la presencia anterior de un techo, se podría suponer que éste ha sido, precisamente, un sitio para las ofrendas destinadas a quemarse.

En este templo hay tres ventanas, dos de las cuales miran sobre el valle y cada una tiene unos dos pies de alto. Están decoradas con cuatro salientes, una en cada extremo del dintel y del alféizar. Estas pueden haber sido soportes en los cuales colgaban los ornamentos de oro asociados a los Templos del Sol. No hay otras como ellas.

La tercera ventana de este templo es más grande que las otras y ofrece mucha base para pensar y meditar. Sería lo que los arqueólogos llaman comúnmente problemática. Su hermoso dintel monolítico está resquebrajado por el calor de las hogueras que se encendieron mucho antes de nuestra visita, y una parte se ha caído, lo que refuerza la impresión de que no fue pequeña la conflagración que asoló el templo. El alféizar de esta ventana les muy insólito, in­terrumpido como se encuentra por dos filas de peldaños que se enfrentan una con otra. Estos escalones contienen un pequeño laberinto de agujeros y unos también muy pequeños pasajes o canales de menos de una pulgada de diáme­tro que conducen a cavidades cortadas de los bloques en el interior del muro. Las aberturas de estos conductos varían en tamaño; algunas alcanzan dos pulgadas de diámetro. Otros agujeros similares no conducen a ninguna parte y varios de los pasos muestran aberturas menos no­torias. En el Templo del Sol del Cuzco, ahora monasterio dominico, advertí hoyos semejantes a éstos. Se encuentran en una parte del muro que no puede ser más ampliamente examinada. Es posible que dichos agujeros fueran planeados para facilitar la exhibición de placas de oro u ornamentos del sol que, de acuerdo con los escritores primitivos, se ostentaban en aquellos templos.

Cuenta Sarmiento, el conquistador, en su "Historia de los Incas", que algunos nativos bien instruidos le informaron, cuando les pidió datos acerca de sus tradiciones, que "como Pachacuti Yupanqui sentía curiosidad por las cosas antiguas .y deseaba perpetuar su nombre, el Inca fue personalmente al cerro de Tampu-tocco o Paccari-tampu, ambos nombres empleados para un mismo lugar, y entró en la cueva de la cual se tenía la certeza de que Manco Cápac y sus cofrades vinieron cuando se dirigieron al Cuzco por la primera vez... Después de hacer una prolija inspección, veneró la localidad y mostró sus sentimientos mediante festivales y sacrificios. Colocó puertas de oro en la ventana Ccapactocco y ordenó que desde entonces en adelante la localidad sería venerada por todos, haciéndola un lugar de oración y huata para suplicar por oráculos y hacer sacrificios. Realizado esto, el Inca regresó al Cuzco".

No hay prueba de que Sarmiento fuese jamás a Paccaritampu. Nosotros lo hicimos, pero no encontramos ruinas que respondiesen a los requisitos de este sitio altamente venerado. Por otra parte, la ventana en que se colocaron puertas de oro puede fácilmente haber sido esta ventana ceremonial en el templo semicircular de Machu Picchu.

Tal es una de las razones por las cuales creo que "la ciudad perdida de los Incas" se llamó originalmente Tampu-tocco, como se establecerá en un capítulo posterior.

En vista de las similitudes entre este templo y el famoso Templo del Sol en el Cuzco, parece interesante hacer notar que la gran imagen de oro del Sol, que ha sido uno de los principales ornamentos del templo del Cuzco, era probablemente guardada aquí en Machu Picchu después que Manco escapó de aquella ciudad. Estaba en posesión de su hijo Túpac Amaru, el último emperador inca, que vivió en este sitio durante su adolescencia, y fue capturada por el virrey Toledo, que la envió a Felipe II con la sugerencia de que el rey la donara al Papa. Hay razones para creer que esta imagen de oro fue una vez exhibida aquí y puede que colgara de la ventana "problemática". Cuando Túpac Amaru tuvo que huir hacia la montaña, se la llevó junto con otros ornamentos valiosos, los que don Francisco de Toledo se mostró más que encantado de apropiárselos para enviarlos al rey Felipe II por ser de la "calidad notable" deseada par su monarca.

En el grupo que comprende el Templo del Sol hay dos grandes puertas. La interior es un hermoso ejemplar de trabajo en piedra y parece haber tenido un techo del mismo material. Los sujetadores son parte integrante de los bloques de piedra de la entrada y fueron cortados en la superficie de los peñascos. Este grupo se distingue aún más porque contiene' la única casa de la ciudad compuesta de dos pisos y medio. El extremo de su caballete es de toscas piedras ajustadas como adobes. Tal es la característica de toda estructura que haya sido, sin duda, techada. No importa cuán hermosas fueran las paredes de la casa, pero la porción de los muros que vienen inmediatamente bajo los aleros y términos de los caballetes no se encuentra jamás calzada con cuidado, sino que siempre descansa en el adobe. Esto puede haber sido para facilitar las amarras de los cabríos al muro o deberse tal vez al hecho de que las casas originales no tenían terminaciones de caballete, habiendo sido quizás agregadas por dueños posteriores. No recuerdo haber visto un solo caballete incaico en la ciudad del Cuzco, aunque son comunes en 0llantaitambo y otros lugares.

Nuestras excavaciones en este grupo no nos arrojaron prácticamente nada, pero en las terrazas inmediatamente inferiores encontrarnos viejas pilas de desperdicios que contenían pedazos de más de doscientos jarros. Unos cuantos habían sido lanzados al pozo seco. Ninguna de las casas de los tres grupos contenía nada. Sin duda, los primitivos propietarios eran buenos dueños de casa e insistían en que los tachos quebrados fuesen a dar a las pilas de desperdicios.

EL GRUPO DEL REY.
Al otro lado de la gran escalera del semicircular Templo del Sol hay un conjunto que he llamado el Grupo del Rey, porque los muros que lo encierran tienen un carácter extraordinariamente sólido y porque parece que sólo un rey habría podido insistir en que los dinteles de sus puertas fuesen tallados en macizos, bloques de granito que pesan unas tres toneladas. En los otros conjuntos las casas tenían casi invariablemente dinteles de dos piezas, no demasiado pesados para ser levantados a su sitio por dos hombres. Pero en este grupo el propietario gozaba de suficiente poder como para vencer las dificultades mecánicas inherentes a la colocación de un dintel monolítico de tres toneladas en lo alto de sus puertas y fijarlo prolijamente a ellas. Aunque hubiese tenido grúas a vapor y poleas, la tarea no habría sida tampoco fácil; y como carecía de todas estas cosas, debe haber construido un sólido plano inclinado inmediatamente junto al muro erguido, en forma de permitir a los operarios que levantaran los pesados dinteles con el uso de las palancas. ¡Qué prodigiosa cantidad de paciente esfuerzo se ha gastado en esta empresa! En conjunto, la labor artística humana es soberbia y exige que se la contemple para ser apreciada. Mis fotografías no le hacen justicia.

La puerta del Grupo del Rey está cerca de la más alta de las fuentes, de modo que sus servidores jamás tuvieron dificultad para llenar los jarros con agua fresca. No hay ventanas en estas mansiones reales ni ninguna de las temibles "corrientes nocturnas que causan enfermedades". Podemos fácilmente imaginar que estas casas se completaban con lujosas alfombras de lana de vicuña, como también con las más finas mantas y ropajes que las de mayor destreza entre las Mujeres Escogidas pudiesen tejer para el uso personal del Inca.

Los caballetes de las casas en este grupo son también raramente abruptos. Aun los chaparrones tropicales más densos no se deslizarían a través de tan pendientes techumbres. No hay otros edificios en Machu Picchu, excepto el templo de enfrente, que tengan muros tan hermosos como los de éste.

Creo que este grupo de casas fue una vez ocupado por Tita Cusi y su madre y hermanos. Seguramente vivieron en medio de un lujo adecuado. Túpac Amaru se encontraba residiendo aquí cuando conoció la fatal enfermedad de Tita Cusi y su propia ascensión al trono de sus antepasados. Debería llamarse el Palacio del Emperador.

Del Libro Machu Picchu, La Ciudad Perdida de los Incas.

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