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viernes, 24 de octubre de 2014

Anécdotas: ¡DEJA MUCHACHO!

Por: José Escalante del Águila.
A veces cuando me pongo a recordar, situaciones de mi Juventud y época de estudiante, sentado en una silla de mi casa, la nostalgia me embarga de tantos recuerdos gratos y hermosos, inolvidables que hemos pasado con mis compañeros de promoción; algunos no los quiero tocar, los dejo dormir para no despertarlos jamás, porque son los recuerdos más lindos y no los quiero compartir con nadie.

Estábamos cursando el tercer año de secundaria, se estudiaba y también se jugaba, se enamoraba y también hacíamos alguna "payasada" al compañero, pero en este caso a mi querido profesor Quintiliano, por error, pero sin ninguna Intención de malcriadez; como la que a continuación les voy a contar.


Habíamos salido del colegio a las cinco de la tarde, todos íbamos a nuestras casas, algunos nos apurábamos para ir a cortar alfalfa o a dar agua a los animales, en mi caso, otros luego de tomar su lonche, iban a jugar a la pelota al canchón, otros simplemente a pararse en la esquina y ver pasar a la jovencita que le robaba las noches de sueño.

A la hora de salida del colegio, íbamos Walter, Checa, Paco y otros amigos que no recuerdo, a la altura del puente de don Abdías, me separo del grupo y salgo de la carretera para acercarme a un árbol de eucalipto y poder miccionar, en eso siento que alguien me coge de las posaderas y subiendo el pantalón, hizo que sienta un líquido caliente que me mojaba los pantalones, como si me hubiera meado en mi pantalón, al voltearme me doy cuenta que era Walter, quien pegó una carrera que lo vi desaparecer por la esquina de la casa de don Oscar Rojas, con destino a su casa.

No es por jactarme pero en ese tiempo de estudiante, mi uniforme estaba bien cuidado (claro que era el único), no había "muda", también mis zapatos estaban bien lustrados, eran marrones con suela de goma, claro un poco gastados por el uso, pero en fin, hago esta aclaración porque ellos también se mojaron con el líquido caliente que bajaba como vena rota.

Al principio estaba amargo, después me calmé, ya no había remedio, entonces fui pampa, pampa, hasta llegar al rio chico, luego tomé la dirección a mi casa, por la pampa grande.

Después de cambiarme y lavar el pantalón, para el día siguiente, en mi mente ya estaba maquinando la venganza y como debería hacerlo, Walter estaba avisado que en algún momento tenía que desquitarme no sabía cuándo ni cómo.

Casi todas las noches iba "sestearlo" por su casa, me paraba en la esquina de mi primo Shesha y desde ahí atisbaba la salida de Walter; dos noches estaba haciendo guardia, ya, en la tercera noche veo que una persona sale de su casa, era cerca de las ocho de la noche, la luz no estaba muy clara y como era corto de vista no estaba seguro si era Walter u otra persona. Aquella noche fue la única ocasión que tenía para mi desquite.

Entonces con mucha cautela y arrinconándome por la pared estaba llegando a mi presa, cuando ya estoy cerca veo que estaba meando, en la acequia que cruzaba la calle por el centro, me abalanzo y agarrándolo de las posaderas subí el pantalón y empecé a hamaquearlo, hasta que sienta el chorro caliente que le manchaba el pantalón.

De pronto escucho una voz que decía, ¡muchacho! ¡muchacho!, deja, al escuchar la voz del profesor Quintiliano, no me quedó más remedio que soltarlo y pegar una correteada cuesta abajo, por la casa de la treinta treinta, para doblar por Felicasho y desaparecer hasta la esquina del Sr. Díaz, para subir por la casa de mi prima Josefa, camino a mi casa.

Con el temor de haberme conocido, no aparecí por ese barrio cerca de medio año y cada vez que iba a toparme con el profesor, cambiada de ruta, por la vergüenza de haber hecho por equivocación semejante palomillada a mi profesor.

Después de un tiempo, en mi mente saltaban las imágenes de lo que había hecho, ya veces ni siquiera era capaz de ir y pedir perdón.

Aquella pausa inconclusa, que lo tenía casi olvidada, me hizo volver al pasado y me prometí que en alguna ocasión me encargaría de que esta equivocación; cuando llegase el momento mejor indicado, tendría que cumplir mi palabra, es por eso que tardé muchos años en hacer esta confesión, y ahora, aunque sea tarde, pero creo como hombre tuve que hacerlo, aunque haya sido para mí demasiado complicado.

En una oportunidad cuando iba para la Toma, a la casa de mi tía Clara; a mi profesor Quintiliano, lo encontré parado en la esquina de don Teobaldo, y me acerqué a saludarlo, sin saber que estaba un poco delicado de salud, dentro de las tantas cosas que me comentaba, me hacía mención de sus años de juventud, era de esas personas que conversando te contagiaba de vitalidad y alegría, los ojos se le habían suavizado, con esa añoranza de las personas mayores; cuando recuerdan su propia juventud lejana, y acaso también convulsa, salpicada de vuelcos, o errores, quien sabe,...pero al final de cualquier vida siempre,... siempre hay demasiados recuerdos inolvidables, pero sentía a ratos el alejamiento de su mente y me daba la sensación que iba y venía de sus "viajes" y creo que no sabía cuándo Iba a regresar, después de un buen rato hizo un silencio un poco prolongado, como si se hubiera dado cuenta, de que se estaba alejando otra vez del asunto de la conversación.

Para despedirse me agarró de mi muñeca y me dijo con una voz dulce - ¡Ay hijo!, perdóname hijo, ya sé,... ya sé que divago, los años no perdonan y los recuerdos se me amontonan en la cabeza y pierdo el hilo. Yo solamente lo miraba en silencio a ése gran hombre y quería comprender aquellas palabras sinceras, que me transmitía. Después de un rato, me despedí de mi querido profesor con un fuerte abrazo y lo vi desaparecer cuesta abajo con dirección a su casa.

En recuerdo a mi querido profesor Quintiliano Velásquez, quien seguramente está al lado de nuestro Señor.


De la revista El Labrador, mayo 2014.

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