Cuento en honor a este gran personaje e inconfundible
don “Zarco Dolores"
Por Jorge Antonio Chávez Silva.
Hay mucha gente en Celendín que cree a pie juntillas
en historias de tesoros enterrados en las casa antiguas de la ciudad. Se
cuentan fabulosas anécdotas de gente que se enriqueció de la noche a la mañana,
gracias al talego con monedas de oro y joyas que encontraron en la base del
horno o debajo del joyero. Han existido ilusos que se pasaron toda su vida pala
en mano, cavando en busca del oro y hasta se cuenta la historia de un famoso
escritor shilico que casi tumba a varias casa en su búsqueda afanosa de tesoros
quiméricos.
Crease o no, lo cierto es que el cuento andaba de boca
en boca y había quienes se hacían lenguas contando que en tal o cual casa de
propietario encontró el becerro de oro, que se les perdió a los israelitas después
de la llegada de Moisés, salvado de las aguas, con las tablas de la Ley de Dios
, lo mismo que las joyas con que pago los favores la calentona reina de Saber
al sabio Rey Salomón y todos los tesoros que los piratas del caribe arrebataron
a los galeones españoles, no sabiéndose por arte de que encantamiento fueron a
parar al subsuelo- de Celendín.
Hablando de becerros y de su padre, había en la
esquina de la calle donde lo mataron al “Guiña Guiña”, un sujeto contrahecho
que baila venido de las bajadas de Balsas o Guana bamba y se dedicaba a mendigar
y a vender frutas en la tienda diagonal a don Víctor A. Camacho, frente a
tienda del coche Ariche, justo, donde el gringo Arrúe su caballazo blanco que
diariamente traía la leche a Celendín.
Tal sujeto, al que la gente llamaba "Panga",
era uno de esos sonsos que produce con frecuencia el valle saliente. Afirman
los que conocen que en el cañón del Marañón el calor es tan fuerte que afecta a
los niños en cuanto nacen, por eso en esa zona había muchos mudos y soncitos.
En compensación a su fera, el panga era aventajado, es decir tenía un pishgo
del tamaño de un burro tierno, al que los maledicentes y ociosos que se percatan
del asunto, dieron en llamar “E1 torito de oro"
Para fastidiar a los ingenuos, a las crédulas y a los
caídos de papayo hacían correr la voz que el panga había encontrado un torito
de oro, lo que mostraba a cualquiera que le pagara un sol y lógicamente habla
muchos que caían en el cuento y salían chamusque hados .
Estaban en una noche en animada tertulia varias Personas,
conversando de los tesoros ocultos en una casa de la cuadra solariega de la
cuadra siguiente y del modo como hacerse de ellos. Quien más atención prestaba
a esos cuentos dé viejas era la tía Lucrecia, mujer de gran belleza, soltera
aun en esa época, descendiente de una de las familias más conspicuas de Celendín.
Pese a esas prendas aún no había conseguido un prójimo que se animara llenarla
al altar y ya estaba ingresando al limbo de las solteronas.
No sabía precisar si el estado vegetativo de la bella
era producto de las complicadas exigencias que imponía a los aspirantes, o es
que al verla tan encumbrada nadie se atrevía a calentarle las orejitas con el
fuego de las palabras del amor.
Uno de los contertulios de esa noche, bromista a tiempo
completo, subrayo el final de las historias con una afirmación dicha en el tono
más serio del mundo.
Que existen tesoros ocultes en Celendín es una verdad
irrefutable, Sin ir muy lejos aquicito nomás, ha ocurrido un hallazgo extraordinario
y ante el interés manifiesto de sus oyentes pregunto:
¿Acaso no saben que el panga se ha encontrado un
torito de oro en su casa y para que no lo pierda ni le roben-, siempre lo anda con él?
¿Cuál Panga? ¿El que vive frente al choro de la esquina? Pregunto muy intrigada
tía Lucrecia.
El mismo, Queshita. Donde lo encontró, no sé, pero si
le pagas un sol te lo enseña, y por cinco reales más hasta te deja tocarlo un
ratito.
Sin acordarse que la curiosidad femenina es mala
consejera, muy temprano al día siguiente, cuidando que no hubiere moros en la
costa, la tía Lucrecia se encontraba tocando la puerta del Panga, a quien
deposito un sol y medio en su mano, haciéndole la misma petición a que estaba
acostumbrado el gafo.
Toma tu propina quiero que me enseñes el torito de oro
y que me dejes tocarlo un ratito -dijo mientras empujaba la puerta para evitar
a algún inoportuno - ¿Tú también? pregunto con una risa gutural el Panga.
Ya tras de la puerta se lo mostró y tomándola de la mano
la hizo tocarse oyó un grite abogado y un golpazo seco y sordo en el santo suelo.
Casi se muera la tía del patatús que le produjo la vista y palpación del portentoso
animal que hasta le dio el pachachare.
Ponía los ojos en blanco, tiritaba como si tuviera la
terciana y musitaba palabra ininteligibles ¡Claro síntomas de susto!
La llevaron desmayada a su casa y para que se le
pasara el susto, tuvieron que limpiarla con alumbre durante trece noches. Su
madre, interesada en curarla, trataba de adivinar en la figura del alumbre la
naturaleza del animal que asustó a su hijita y es fama que cuando lo sacaba de
entre las cenizas frías, siempre aparecía, nítida, la enorme efigie de tal torito.
La buena tía enflaqueció a tal punto que sus
familiares temieron por su vida. Para colmo, los galenos que fueron a
examinarla no dieron con la causa de su quebranto. Un curioso que fue a verla
dijo que era susto de ansia y que eso se curaba con una copita diaria de jarabe
de Tolú, del que prepara el Zarco Dolores y consiguiendo acompañante de cama a
la brevedad posible.
Parece que fue esto último lo que animó a la tía a
decir “SI” ante el altar.
Tomado de la revista quincenario El Shilico. Abril
2011,
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