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miércoles, 1 de octubre de 2014

Los siete jarabes: JARABE TOLÚ


 Cuento en honor a este gran personaje e inconfundible don “Zarco Dolores"


Por Jorge Antonio Chávez Silva.

Hay mucha gente en Celendín que cree a pie juntillas en historias de tesoros enterrados en las casa antiguas de la ciudad. Se cuentan fabulosas anécdotas de gente que se enriqueció de la noche a la mañana, gracias al talego con monedas de oro y joyas que encontraron en la base del horno o debajo del joyero. Han existido ilusos que se pasaron toda su vida pala en mano, cavando en busca del oro y hasta se cuenta la historia de un famoso escritor shilico que casi tumba a varias casa en su búsqueda afanosa de tesoros quiméricos.


Crease o no, lo cierto es que el cuento andaba de boca en boca y había quienes se hacían lenguas contando que en tal o cual casa de propietario encontró el becerro de oro, que se les perdió a los israelitas después de la llegada de Moisés, salvado de las aguas, con las tablas de la Ley de Dios , lo mismo que las joyas con que pago los favores la calentona reina de Saber al sabio Rey Salomón y todos los tesoros que los piratas del caribe arrebataron a los galeones españoles, no sabiéndose por arte de que encantamiento fueron a parar al subsuelo- de Celendín.

Hablando de becerros y de su padre, había en la esquina de la calle donde lo mataron al “Guiña Guiña”, un sujeto contrahecho que baila venido de las bajadas de Balsas o Guana bamba y se dedicaba a mendigar y a vender frutas en la tienda diagonal a don Víctor A. Camacho, frente a tienda del coche Ariche, justo, donde el gringo Arrúe su caballazo blanco que diariamente traía la leche a Celendín.

Tal sujeto, al que la gente llamaba "Panga", era uno de esos sonsos que produce con frecuencia el valle saliente. Afirman los que conocen que en el cañón del Marañón el calor es tan fuerte que afecta a los niños en cuanto nacen, por eso en esa zona había muchos mudos y soncitos. En compensación a su fera, el panga era aventajado, es decir tenía un pishgo del tamaño de un burro tierno, al que los maledicentes y ociosos que se percatan del asunto, dieron en llamar “E1 torito de oro"

Para fastidiar a los ingenuos, a las crédulas y a los caídos de papayo hacían correr la voz que el panga había encontrado un torito de oro, lo que mostraba a cualquiera que le pagara un sol y lógicamente habla muchos que caían en el cuento y salían chamusque hados .

Estaban en una noche en animada tertulia varias Personas, conversando de los tesoros ocultos en una casa de la cuadra solariega de la cuadra siguiente y del modo como hacerse de ellos. Quien más atención prestaba a esos cuentos dé viejas era la tía Lucrecia, mujer de gran belleza, soltera aun en esa época, descendiente de una de las familias más conspicuas de Celendín. Pese a esas prendas aún no había conseguido un prójimo que se animara llenarla al altar y ya estaba ingresando al limbo de las solteronas.

No sabía precisar si el estado vegetativo de la bella era producto de las complicadas exigencias que imponía a los aspirantes, o es que al verla tan encumbrada nadie se atrevía a calentarle las orejitas con el fuego de las palabras del amor.

Uno de los contertulios de esa noche, bromista a tiempo completo, subrayo el final de las historias con una afirmación dicha en el tono más serio del mundo.

Que existen tesoros ocultes en Celendín es una verdad irrefutable, Sin ir muy lejos aquicito nomás, ha ocurrido un hallazgo extraordinario y ante el interés manifiesto de sus oyentes pregunto:

¿Acaso no saben que el panga se ha encontrado un torito de oro en su casa y para que no  lo pierda ni le roben-, siempre lo anda con él? ¿Cuál Panga? ¿El que vive frente al choro de la esquina? Pregunto muy intrigada tía Lucrecia.

El mismo, Queshita. Donde lo encontró, no sé, pero si le pagas un sol te lo enseña, y por cinco reales más hasta te deja tocarlo un ratito.

Sin acordarse que la curiosidad femenina es mala consejera, muy temprano al día siguiente, cuidando que no hubiere moros en la costa, la tía Lucrecia se encontraba tocando la puerta del Panga, a quien deposito un sol y medio en su mano, haciéndole la misma petición a que estaba acostumbrado el gafo.

Toma tu propina quiero que me enseñes el torito de oro y que me dejes tocarlo un ratito -dijo mientras empujaba la puerta para evitar a algún inoportuno - ¿Tú también? pregunto con una risa gutural el Panga.

Ya tras de la puerta se lo mostró y tomándola de la mano la hizo tocarse oyó un grite abogado y un golpazo seco y sordo en el santo suelo. Casi se muera la tía del patatús que le produjo la vista y palpación del portentoso animal que hasta le dio el pachachare.

Ponía los ojos en blanco, tiritaba como si tuviera la terciana y musitaba palabra ininteligibles ¡Claro síntomas de susto!

La llevaron desmayada a su casa y para que se le pasara el susto, tuvieron que limpiarla con alumbre durante trece noches. Su madre, interesada en curarla, trataba de adivinar en la figura del alumbre la naturaleza del animal que asustó a su hijita y es fama que cuando lo sacaba de entre las cenizas frías, siempre aparecía, nítida, la enorme efigie de tal torito.

La buena tía enflaqueció a tal punto que sus familiares temieron por su vida. Para colmo, los galenos que fueron a examinarla no dieron con la causa de su quebranto. Un curioso que fue a verla dijo que era susto de ansia y que eso se curaba con una copita diaria de jarabe de Tolú, del que prepara el Zarco Dolores y consiguiendo acompañante de cama a la brevedad posible.

Parece que fue esto último lo que animó a la tía a decir “SI” ante el altar.


Tomado de la revista quincenario El Shilico. Abril 2011, 

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