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lunes, 2 de noviembre de 2015

LAS FUENTES EN MACHU PICCHU

Por H. Buse.

La población se surtió de agua en las fuentes o cisternas. Forman éstas un sistema que comienza en el cuarto alineamiento del Grupo Central, atrás de la Huairona, y sigue, de salto en salto, por canales y depósitos cuadrados de piedra, paralelo a la Gran Escalinata, hasta el Conjunto Inferior.

El agua venía de lejos: de un manantial en la ladera Sur, por donde se desliza el camino de la Apacheta. Los borbollones ruedan hoy al abismo, blanqueados por la espuma que se deshace en las afiladas rocas; pero, antes, a poco de salir de la grieta como una lágrima de la montaña, eran encauzados por un canal hasta el que la maleza no llegaba. Por ese canal de suave declive, el justo para bajar sin desborde, el agua, siempre pura, fresca, clara, de buen origen, gustosa como que se arrulla en las peñas profundas, llegaba a los andenes, esos inmensos, descolgados al abismo, que frenan el vértigo de la ladera por el Grupo de las Barracas. Seguía el canal, ora recto; ora curvo, con curva amplia, siempre con el declive indispensable, el justo, el preciso; cruzaba la Cloaca, pasaba por debajo de la escalinata contigua e ingresaba, finalmente, al cuarto alineamiento del Grupo Central. Al entrar a la ciudad dejaba de ser canal común y se convertía en canal de piedra. Tras un breve recorrido subterráneo, bajo los espesos muros que forman el alineamiento, desembocaba en la primera fuente o cisterna, la que se conserva intacta, sólo seca desgraciadamente. Esa primera fuente era el punto de partida del sistema de distribución, el cual bajaba, como lo atestiguan las otras piletas —dieciséis en total—, hasta el Grupo Inferior.

La primera fuente es una obra maestra de trabajo en piedra; y todo el sistema, una obra maestra de ingeniería hidráulica.

La primera fuente está, decíamos, atrás de la Huairona. Se relaciona, también, por vecindad, con el Torreón y con el Palacio. Bajando por la Gran Escalinata, se llega a un punto en que se tiene a la izquierda la portada de ingreso al Palacio y a la derecha esta primera fuente. El sitio es, pues, denso en elementos de representativa calidad: uno de los de mayor interés para el visitante.


Una caseta de piedra, pequeño recinto para una sola persona, se levanta cerca de la escalinata. Pasado el portillo, se tiene, arriba, la boca del canal que viene de la terraza inmediata, y abajo, la fuente propiamente dicha. De la boca del canal, como de una gárgola, caía el agua, en chorro grueso, a la cisterna, con un salto de poco más de un metro. Allí iban los servidores del señor, ocupante del Palacio, y allí, también, los moradores del Grupo Central. En vasijas y tinajas recogían agua para las necesidades domésticas, obteniéndola pura, cristalina, saturada de los olores eternos de la piedra. Sin duda, las inmediaciones de esta primera fuente estuvieron siempre empapadas, como lo están los suelos próximos los caños comunales. Subían y bajaban por la escalinata, o pasaban de un lado a otro, los hombres, las mujeres y los niños de los barrios adyacentes, haciendo del lugar un mercado de voces, con losas brillantes de agua hasta donde el viento y el sol lo permitían. Se hacía turno mientras las mujeres conversaban sobre los temas que debaten las mujeres de todo el mundo a la espera del agua. Los hombres cargaban las tinajas y los niños los cacharros chicos. El gua, a cada brinco que daban los portadores, saltaba por las amplias bocas de barro y mojaba las losas. Cerca de la fuente, de tanta agua caída había charcos en los cuales se miraba el sol. Ningún lugar, sin duda, de toda la ciudad, fue tan concurrido como éste de la fuente. Por ser la primera, es decir, la privilegiada, la de aguas más puras, congregaba a todos los habitantes de la urbe.

Pero, no era la única. De la cisterna, donde siempre había agua para las necesidades inmediatas, por un canal, primero recto, luego curvo, aquí abierto, poco más allá cerrado, como un tubo de piedra, seguía el agua hacia la segunda fuente, ubicada al otro lado del muro que circunda el Mausoleo o, mejor, delante de la Huairona. Otro sitio concurridísimo ayer. Y de esta segunda fuente, por un canal por debajo de la escalinata, a la tercera; y de la tercera a la cuarta, y así sucesivamente, siempre bajando por saltos, hasta el nivel marginal del Conjunto Inferior. En total, dieciséis fuentes, compuesta cada una de caño y depósito, todo trabajado con precisión  asombrosa, en piedra. Más allá de la decimosexta fuente, el agua sobrante se perdía en un canal dirigido a la quebrada.


La construcción de este sistema de distribución de agua demandó un estudio minucioso del terreno, con determinación declives a la medida mínima. Pero, sobre todo, impuso un planeamiento previo, decir, anterior a la construcción de los ros de los grupos Central e inferior, anterior al tendido de la Escalinata y ante también, a la nivelación de los andenes Sur. Hecho el plan, se procedió al cálculo que fue exacto: entradas y salidas matemáticamente ubicadas, declive justo para el deslizamiento sin peligro de aniego, curvas y rectas en grandes bloques de piedra, con lujos de geometría en dos dimensiones; en fin, cuidadosa fijación del recorrido través de complejas estructuras.

La obra, difícil en su planeamiento y difícil, aún más, en su ejecución, fue coronada con el éxito. Demandó un trabajo meticuloso y el concurso de los más competentes constructores al servicio del Imperio; pero todos los problemas — ¡cuántos, incontables!— fueron resueltos y el ambicioso proyecto realizado a la perfección. Poco antes de ser la ciudad abandonada, pensose en ensanchar el sistema con ramificaciones laterales, pero los acontecimientos que precipitaron la ruina de la ciudad frustraron la expansión. Han quedado como prueba de este plan algunas losas acanaladas, listas para su emplazamiento en los lugares previamente señalados. Están frente al Grupo Central, en una de las terrazas del barrio. Cuentan una historia fallida, con proyecto trunco y calamidad colectiva, como la que relatan los monolitos a medio tallar que reposan en el Barrio Alto.

La preocupación por el agua se volcó, también, en la Gran Cloaca. Esta es, como hemos dicho, un canal hondo que baja a todo lo ancho de la ciudad por el Sur, desde la Portada hasta los linderos del Conjunto Inferior. A pesar de los tropiezos derivados del relieve y del pronunciado declive de la ladera, la Cloaca es recta, a cordel, en su extensión de más de doscientos metros. Un trazo notable. A un lado tiene andenes, los mismos que vienen desde el camino de la Apacheta, y al otro la escalinata de 152 grados —la segunda del perímetro urbano—que une directamente, como ya se ha visto, la Portada con las terrazas frontales del Grupo Central. Por esa escalinata —bueno es recalcarlo— no hay acceso a los alineamientos del mencionado Grupo. La entrada es sólo por la escalinata siguiente, la que llamamos de las Fuentes.

La Cloaca recogió las aguas sobrantes de los andenes. Los constructores de la ciudad hicieron la importante observación de que el terreno es esponjoso, que absorbe con suma facilidad el agua y que, si se humedece en exceso, cede. El agua empozada puede originar deslizamientos, y tal peligro fue sagazmente advertido. El remedio no estaba sólo en los muros de contención de las terrazas escalonadas, por más que se pusiera en ellos los más grandes bloques de piedra que fuera dable acarrear. Era necesario impedir el encharcamiento y la filtración; y para ello nada más apropiado que el desagüe. Desde luego, la solución no era sencilla porque, además de la construcción del sistema de drenaje, obligaba a inclinar las terrazas para permitir el escape de las aguas. Pero, todo se hizo, en la forma prevista y en la medida calculada. Los grandes andenes, en efecto, se inclinan levemente, no en profundidad sino a lo largo, hacia el extremo Norte, por donde dan a la Cloaca. En algunos, un estrecho canal de piedra facilitaba el desagüe.

En esta ciudad increíble, pues, a la audacia en la concepción general se suma el calculado, preciso, reflexivo planeamiento de todas sus partes. Nada estuvo fuera de estudio; nada se improvisó. Análisis previo de todas las posibilidades y orden lógico en la ejecución de los proyectos: tales fueron las etapas que siguió el constructor. Racionalizada hasta la más humilde de sus piedras, la ciudad deslumbra por lo que significa de victoria sobre el medio y — ¿qué valdrá más?— maravilla por lo que tiene de plan, de cálculo, de distribución matemática, de examen y, sobre todo, por lo que tiene de solución a problemas de máxima complejidad.


Tomado del libro Machu Picchu, Antología.
Fotografía: Tomada de Internet.

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