Por H. Buse.
La
población se surtió de agua en las fuentes o cisternas. Forman éstas un sistema
que comienza en el cuarto alineamiento del Grupo Central, atrás de la Huairona,
y sigue, de salto en salto, por canales y depósitos cuadrados de piedra,
paralelo a la Gran Escalinata, hasta el Conjunto Inferior.
El
agua venía de lejos: de un manantial en la ladera Sur, por donde se desliza el
camino de la Apacheta. Los borbollones ruedan hoy al abismo, blanqueados por la
espuma que se deshace en las afiladas rocas; pero, antes, a poco de salir de la
grieta como una lágrima de la montaña, eran encauzados por un canal hasta el
que la maleza no llegaba. Por ese canal de suave declive, el justo para bajar
sin desborde, el agua, siempre pura, fresca, clara, de buen origen, gustosa
como que se arrulla en las peñas profundas, llegaba a los andenes, esos
inmensos, descolgados al abismo, que frenan el vértigo de la ladera por el
Grupo de las Barracas. Seguía el canal, ora recto; ora curvo, con curva amplia,
siempre con el declive indispensable, el justo, el preciso; cruzaba la Cloaca,
pasaba por debajo de la escalinata contigua e ingresaba, finalmente, al cuarto
alineamiento del Grupo Central. Al entrar a la ciudad dejaba de ser canal común
y se convertía en canal de piedra. Tras un breve recorrido subterráneo, bajo
los espesos muros que forman el alineamiento, desembocaba en la primera fuente
o cisterna, la que se conserva intacta, sólo seca desgraciadamente. Esa primera
fuente era el punto de partida del sistema de distribución, el cual bajaba,
como lo atestiguan las otras piletas —dieciséis en total—, hasta el Grupo
Inferior.
La
primera fuente es una obra maestra de trabajo en piedra; y todo el sistema, una
obra maestra de ingeniería hidráulica.
La
primera fuente está, decíamos, atrás de la Huairona. Se relaciona, también, por
vecindad, con el Torreón y con el Palacio. Bajando por la Gran Escalinata, se
llega a un punto en que se tiene a la izquierda la portada de ingreso al
Palacio y a la derecha esta primera fuente. El sitio es, pues, denso en
elementos de representativa calidad: uno de los de mayor interés para el
visitante.
Una
caseta de piedra, pequeño recinto para una sola persona, se levanta cerca de la
escalinata. Pasado el portillo, se tiene, arriba, la boca del canal que viene
de la terraza inmediata, y abajo, la fuente propiamente dicha. De la boca del
canal, como de una gárgola, caía el agua, en chorro grueso, a la cisterna, con
un salto de poco más de un metro. Allí iban los servidores del señor, ocupante
del Palacio, y allí, también, los moradores del Grupo Central. En vasijas y
tinajas recogían agua para las necesidades domésticas, obteniéndola pura, cristalina,
saturada de los olores eternos de la piedra. Sin duda, las inmediaciones de
esta primera fuente estuvieron siempre empapadas, como lo están los suelos
próximos los caños comunales. Subían y bajaban por la escalinata, o pasaban de
un lado a otro, los hombres, las mujeres y los niños de los barrios adyacentes,
haciendo del lugar un mercado de voces, con losas brillantes de agua hasta
donde el viento y el sol lo permitían. Se hacía turno mientras las mujeres
conversaban sobre los temas que debaten las mujeres de todo el mundo a la espera
del agua. Los hombres cargaban las tinajas y los niños los cacharros chicos. El
gua, a cada brinco que daban los portadores, saltaba por las amplias bocas de
barro y mojaba las losas. Cerca de la fuente, de tanta agua caída había charcos
en los cuales se miraba el sol. Ningún lugar, sin duda, de toda la ciudad, fue
tan concurrido como éste de la fuente. Por ser la primera, es decir, la
privilegiada, la de aguas más puras, congregaba a todos los habitantes de la
urbe.
Pero,
no era la única. De la cisterna, donde siempre había agua para las necesidades
inmediatas, por un canal, primero recto, luego curvo, aquí abierto, poco más allá
cerrado, como un tubo de piedra, seguía el agua hacia la segunda fuente,
ubicada al otro lado del muro que circunda el Mausoleo o, mejor, delante de la
Huairona. Otro sitio concurridísimo ayer. Y de esta segunda fuente, por un
canal por debajo de la escalinata, a la tercera; y de la tercera a la cuarta, y
así sucesivamente, siempre bajando por saltos, hasta el nivel marginal del
Conjunto Inferior. En total, dieciséis fuentes, compuesta cada una de caño y
depósito, todo trabajado con precisión asombrosa, en piedra. Más allá de la decimosexta
fuente, el agua sobrante se perdía en un canal dirigido a la quebrada.
La
construcción de este sistema de distribución de agua demandó un estudio minucioso
del terreno, con determinación declives a la medida mínima. Pero, sobre todo,
impuso un planeamiento previo, decir, anterior a la construcción de los ros de
los grupos Central e inferior, anterior al tendido de la Escalinata y ante
también, a la nivelación de los andenes Sur. Hecho el plan, se procedió al cálculo
que fue exacto: entradas y salidas matemáticamente ubicadas, declive justo para
el deslizamiento sin peligro de aniego, curvas y rectas en grandes bloques de
piedra, con lujos de geometría en dos dimensiones; en fin, cuidadosa fijación
del recorrido través de complejas estructuras.
La
obra, difícil en su planeamiento y difícil, aún más, en su ejecución, fue coronada
con el éxito. Demandó un trabajo meticuloso y el concurso de los más competentes
constructores al servicio del Imperio; pero todos los problemas — ¡cuántos,
incontables!— fueron resueltos y el ambicioso proyecto realizado a la
perfección. Poco antes de ser la ciudad abandonada, pensose en ensanchar el
sistema con ramificaciones laterales, pero los acontecimientos que precipitaron
la ruina de la ciudad frustraron la expansión. Han quedado como prueba de este
plan algunas losas acanaladas, listas para su emplazamiento en los lugares
previamente señalados. Están frente al Grupo Central, en una de las terrazas
del barrio. Cuentan una historia fallida, con proyecto trunco y calamidad
colectiva, como la que relatan los monolitos a medio tallar que reposan en el
Barrio Alto.
La
preocupación por el agua se volcó, también, en la Gran Cloaca. Esta es, como
hemos dicho, un canal hondo que baja a todo lo ancho de la ciudad por el Sur,
desde la Portada hasta los linderos del Conjunto Inferior. A pesar de los
tropiezos derivados del relieve y del pronunciado declive de la ladera, la
Cloaca es recta, a cordel, en su extensión de más de doscientos metros. Un
trazo notable. A un lado tiene andenes, los mismos que vienen desde el camino
de la Apacheta, y al otro la escalinata de 152 grados —la segunda del perímetro
urbano—que une directamente, como ya se ha visto, la Portada con las terrazas
frontales del Grupo Central. Por esa escalinata —bueno es recalcarlo— no hay
acceso a los alineamientos del mencionado Grupo. La entrada es sólo por la
escalinata siguiente, la que llamamos de las Fuentes.
La
Cloaca recogió las aguas sobrantes de los andenes. Los constructores de la ciudad
hicieron la importante observación de que el terreno es esponjoso, que absorbe
con suma facilidad el agua y que, si se humedece en exceso, cede. El agua
empozada puede originar deslizamientos, y tal peligro fue sagazmente advertido.
El remedio no estaba sólo en los muros de contención de las terrazas
escalonadas, por más que se pusiera en ellos los más grandes bloques de piedra
que fuera dable acarrear. Era necesario impedir el encharcamiento y la filtración;
y para ello nada más apropiado que el desagüe. Desde luego, la solución no era
sencilla porque, además de la construcción del sistema de drenaje, obligaba a
inclinar las terrazas para permitir el escape de las aguas. Pero, todo se hizo,
en la forma prevista y en la medida calculada. Los grandes andenes, en efecto,
se inclinan levemente, no en profundidad sino a lo largo, hacia el extremo
Norte, por donde dan a la Cloaca. En algunos, un estrecho canal de piedra
facilitaba el desagüe.
En
esta ciudad increíble, pues, a la audacia en la concepción general se suma el
calculado, preciso, reflexivo planeamiento de todas sus partes. Nada estuvo
fuera de estudio; nada se improvisó. Análisis previo de todas las posibilidades
y orden lógico en la ejecución de los proyectos: tales fueron las etapas que
siguió el constructor. Racionalizada hasta la más humilde de sus piedras, la
ciudad deslumbra por lo que significa de victoria sobre el medio y — ¿qué
valdrá más?— maravilla por lo que tiene de plan, de cálculo, de distribución
matemática, de examen y, sobre todo, por lo que tiene de solución a problemas
de máxima complejidad.
Tomado del libro Machu Picchu, Antología.
Fotografía: Tomada de Internet.
Fotografía: Tomada de Internet.
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