Un impecable volumen parte en busca del misterioso reino que floreció entre los Andes y la Amazonía
Adriana Von Hagen.
A pesar de los cerca de 100 años de exploraciones, y más recientes investigaciones arqueológicas y de archivos, nuestro conocimiento de la prehistoria Chachapoya sigue siendo fragmentario. Lo poco que conocemos proviene de una variedad de fuentes; éstas incluyen excavaciones arqueológicas y exploraciones, los relatos de los viajeros del S. XIX, las narraciones de los primeros españoles que entraron a la región, visitas (levantamiento de información a cargo de las autoridades españolas), disputas legales entre señores locales —curacas— privados de sus derechos, y escasas referencias en las crónicas de Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León y Antonio de la Calancha, entre otros.
Curiosamente, ninguno de estos tres hombres visitó Chachapoyas; Garcilaso basó su narración en la desaparecida crónica de Blas Valera, Cieza recopiló su descripción de un informante desconocido, y Calancha fundó sus escritos en las narraciones de un fraile agustino anónimo que fuera llamado a Chachapoyas por los primeros habitantes españoles, para la conquista de almas. Después del interés inicial de los españoles en asentarse en la región en el S. XVI, Chachapoyas entró en un proceso de estancamiento debido a su aislamiento del centro político-administrativo colonial. Más bien, la región se volvió hacia el este, estableciendo contactos comerciales con Moyobamba y el Huallaga. La insuficiencia de mano de obra nativa en Chachapoyas fue especialmente aguda debido a las epidemias que asolaron a la población de la región y a la migración hacia las «tierras libres» al este, lejos del control de la administración colonial española y de las cargas tributarias. Sin embargo, en 1843, el descubrimiento de la antigua ciudadela de Kuélap colocó a Chachapoyas nuevamente en el mapa, al menos científicamente.
Cuando Juan Crisóstomo Nieto, juez de Chachapoyas, encontró casualmente Kuélap, en 1843, el sitio había sido abandonado y cubierto por el bosque, por cerca de 300 años. El informe de su descubrimiento permaneció inédito hasta 1892. Aunque, una vez publicado, atrajo una cantidad de notables e intrépidos exploradores, como Adolf Bandelier, Erns Middendorf, Charles Wiener y Antonio Raimondi. Avanzando con dificultad a través de los Andes norteños a lomo de mula, y cruzando en balsas el río Marañón, les tomaba más de una semana llegar hasta Chachapoyas desde Cajamarca.
Aproximadamente 50 años más tarde, los arqueólogos Henry y Paule Reichlen llevaron a cabo las primeras excavaciones científicas en Chachapoyas. Los Reichlen llegaron a lomo de mula desde Cajamarca, cruzando por Balsas a través del puente colgante de Chacanto construido en 1905, sobre el río Marañón. El descubrimiento de Gran Pajatén, en la década de 1960, provocó una oleada de exploraciones e investigaciones arqueológicas, seguidas de excavaciones en Kuélap. En 1983 el gobierno peruano creó el Parque Nacional Río Abiseo con la finalidad de proteger bolsones de bosque montano prístinos, especies de fauna en peligro de extinción y numerosos sitios arqueológicos, incluyendo Gran Pajatén, convertido en el foco de estudios multidisciplinarios entre 1985 y 1990. El siglo culminó con el descubrimiento —desafortunadamente por saqueadores— de un sitio funerario Chachapoya-Inca, ubicado en la Laguna de los Cóndores. No obstante que los huaqueros violentaron las momias y ofrendas funerarias, extraordinariamente bien preservadas, el rescate de los restos por los arqueólogos permitió a los investigadores una oportunidad única para aprender acerca de las prácticas funerarias Chachapoya e Inca, del gobierno Inca de la región, y permitió una mirada tentadora al poco conocido estilo de arte Chachapoya.
Kuélap |
Tomado de Chachapoyas, El Reino Perdido. Edición de Elena Gonzáles y Rafo León. Prólogo de John Hemming. Estudios de Adriana Von Hagen y Sonia Guillén. Fotografías de Jorge H. Esquiroz. Editores Asociados, AFP Integra, Lima, 2002, 399 pp. afpenlinea@integra.com.pe
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