Tito Zegarra Marín
Por algunas circunstancias familiares y de salud viajé
a la ciudad de Lima unos días antes que se decretara el aislamiento social y
toque de queda. Casi de inmediato y sin sopesar bien sus efectos me sentí como
si estaría recluido, encerrado en medio del calor intenso y extrañando la
tranquilidad de mi tierra celendina y su distrito Sucre.
La maldita pandemia del coronavirus,
su facilidad para replicarse y la inmovilidad social en marcha, me conminó a permanecer,
no sé hasta cuándo, dentro de un pequeño espacio habitacional de esta Lima la
horrible. Cuánto hubiese deseado no haber viajado y ver desde la lejanía el
bombardeo incansable de noticias coronavirustas, los esfuerzos justificados para
que la gente no salga de sus domicilios y los ajetreos desesperados de muchas familias
pobres para hacer o vender algo y así ganar el pan de cada día.
En mi provincia, Celendín, por civismo y solidaridad
habría acatado lo dispuesto por las normas respectivas y, lo más importante, en
esa mi tierra mil veces estaría más seguro de no contagiarme que aquí, en esta superpoblada
capital. Los pequeños pueblos de la sierra del país, por su saludable ambiente
natural y la poca vinculación con las ciudades grandes o medianas, son menos
propensos a infectarse de esa temida pandemia, a pesar de su precariedad
socioeconómica.
Pero también, estando en esos mis pueblos hubiese preferido
cumplir en parte con el aislamiento social recorriendo su geografía y solo
contactando con sus garzas y sus maizales, con sus antiguos caminos y casas de
adobe, con sus pequeñas lagunas: Shimnay, el Suro y Runducushma; y con sus
altivos cerros: Jelig, Huashag y Huishquimuna; y por cierto saludando, de lejos
o cerca, a campesinos en la chacra o pastando sus animales.
Lástima que estoy en Lima, donde se vive condenados a respirar
aire contaminado, donde ya no puedes ni caminar ni tener tranquilidad y donde el
coronavirus, al parecer, fabricado por poderosos intereses, seguirá acechando
no obstante las restricciones para frenarlo. Así, en esta descomunal ciudad,
solo queda respetar las disposiciones gubernamentales y acomodarse a las
circunstancias domiciliarias.
Nota. No comparto que a una familia campesina que
estaba en “saca” de papas, se los haya desalojado policialmente. Qué poco
criterio de las autoridades.
Patética y real tu situación primo tu qué como las a es del campo estás acostumbrado a volar entiendo perfectamente tu encierro pero no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista te envío un abraso virtual y mi mejor deseo de volvernos a ver en esos lindos parajes que con tanta dulzura describes
ResponderBorrar