Tito
Zegarra Marín
Después de pasar la
valla de los 70 años (no es cifra exacta) todos, indefectiblemente, transitamos
por el último ciclo de la vida: la senectud, a la cual llegamos casi sin darnos
cuenta y con menos energías corporales, pero sí, con algo de optimismo y
voluntad para mitigar sus efectos y persistir en el logro de algunos
sueños.
Nunca imaginamos, sin embargo, que un inesperado e
invisible virus que apareció en un lejano país y se propaló por todo el mundo, esté
haciendo tanto daño a la salud y la vida de miles de hombres y mujeres del
planeta.Y, cual si fuera una pandemia discriminatoria, golpeé con más fuerza a
quienes cargan el peso inevitable de los años: los adultos mayores.
Las evidencias del daño que está ocasionando son
inobjetables: contagios masivos y acelerados, muchas muertes dolorosas y cotidianas,
brotes de pánico colectivo, temores, incertidumbre y desesperación; a lo que se
suma la deficiente atención pública en salud. Una dramática realidad, donde los
mayores de edad y gente de los sectores medio y bajo, son y seguirán siendo los
más perjudicados.
El Estado tuvo que responder, y lo hizo bien: rígidos
aislamientos, férrea disciplina social, implementación de los servicios en
salud y apoyo económico a los más vulnerables. Por su parte y en forma paralela,
los profesionales y técnicos en salud, de la mano con la ciencia y tecnología
creadas por el hombre, vienen luchando sacrificadamente para contener y erradicar
a esa epidemia. Tarea muy difícil, riesgosa y costosa.
Estamos pues, ante una grave encrucijada. Es probable
que más del 80 % de víctimas de la pandemia sean de la senectud; y, pasada la pandemia,
gente de ese sector seguirá sintiendo la escasez del pan de cada día, la poca atención
en salud y la desprotección. Pero también, en los sectores medio y bajo, que
incluye a los adultos mayores, los efectos serán muy duros: menos trabajo,
incremento de precios, reducción de salarios, despidos de trabajadores, más
informalidad, etc.
Mientras eso sucede en el país, en Italia Francia y
España, sus gobernantes subestimaron sus efectos y mostraron poco interés por
los adultos mayores; y los presidentes ultraconservadores de Estados Unidos y
Brasil, Trump y Bolsonaro, reiteraron que para sus países la economía es más importante
que la salud y que habrá muchos muertos. Hace algún tiempo, el distinguido
escritor argentino y amigo de las dictaduras de Pinochet y Videla, Jorge Luis
Borges, dijo algo similar: “No hay cosa como la muerte / para mejorar la
gente”.
A pesar de estar en
nuestros refugios, poco adaptados y viendo la complejidad de esta tragedia, no perdamos la esperanza: derrotemos la pandemia, recuperémonos de los males
causados y perseveremos en algo nuevo, en un nuevo Perú.
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