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lunes, 4 de mayo de 2020

DESCENDER AL MARAÑÓN

Tito Zegarra Marín.
Describo aquí un incidente personal ocurrido al bajar por una gradiente áspera y empinada al río Marañón, en el distrito Pión, Chota. Fue a mediados de diciembre 2019. Las lluvias, sin ser intensas, regaban sus campos y fecundaban los sembrados, pero también dañaban sus accesos y las pocas carreteras. Por esos días, recorrimos la estrecha carretera que bordea al río Llaucano y llegamos a distritos de nombres sugerentes: Paccha, Chadín, Chimbán, Choropampa y Pión; y los centros poblados Colutmayo y La Iraka, provincia Chota.

Visitamos esos lugares con la empresa Ssima Consulting, encargada de hacer el estudio de impacto ambiental del área de influencia de la carretera que unirá a Chota y Bambamarca con la región Amazonas, de 103 km y el puente colgante El Gavilán, sobre el Marañón de 73 m, en Pión. Con ese objetivo, al recorrerlos, auscultamos (entre otros) su buena producción de queso y café y la carencia de vías que los interconecten y vinculen a la amazonía.

La última visita de trabajo fue precisamente al sitio El Gavilán, a orillas del Marañón, al que concurrimos los ingenieros Jhony Gutiérrez, Geiner Merino, Juan Carlos Ortiz; el profesor Julio Guevara y mi persona. En Pión (Cuna de pinturas rupestres) desayunamos, luego continuamos por carretera angosta y dirigidos por el guía llegamos al punto (desvío), del cual se baja a pie por una pendiente casi vertical de unos 500 m, hasta la orilla del río, donde se construirá el puente El Gavilán.

El calor era intenso (35 grados), de todos modos, iniciamos el descenso dispuestos a explorar esa realidad hidrogeográfica. El guía, ayudado de su machete preparó bastones de apoyo e hizo algunas recomendaciones. En esos momentos, vino a mi memoria los largos y riesgosos viajes realizados desde Púsac a La Morada en San Martín, pasando por Chuquibamba y Atuén; y desde Chumuch a Kuélap, pasando por Mendán y Quis Quis. Ello me reanimó y ahuyentó temores. 

Sin embargo, al avanzar, advertí que pisaba terrenos arenosos y escurridizos y que bajar por esos atajos casi rectos era complicado. En efecto, los riesgos de caer eran continuos, la poca agua que llevaba desapareció, los sudores me empapaban y estaba alejándome del grupo. Entonces tomé conciencia que cargaba el paso de los años y que las energías ya no eran las mismas, por lo que decidí quedarme a mitad de camino y, a voz alta, avisé a los compañeros que allí los esperaba.   

Bajo un árbol que daba sombra quedé sentado, solitario e inmóvil, aguardando que los amigos retornen; pero casi de inmediato, una mancha de mosquitos y zancudos (lambeojos) me invadieron por lo que opté regresar de a pocos. Con dificultad y cogido de algunas ramas ascendí unos 10 metros y volví a descansar. En un segundo intento mis piernas temblaban, escalé poco y me senté de nuevo, cogí el celular y nadie contestó, gritando llamé para comunicarnos, y nada. Intenté entonces de nuevo subir, pero me faltaba fuerzas y tenía mucha sed, y al tratar de ponerme de pie, perdí equilibrio y rodé de bruzes por unos tres metros, enredado entre matorrales, espinas y malezas, hasta que algo me detuvo. No sé si perdí el conocimiento o me quedé dormido.

No recuerdo como encontraron, solo sentí que me movieron la cabeza y obligaron a abrir la boca para llenarla de agua del río traída en bidones (para el laboratorio), la bebí con furia una y más veces, y sentí recuperarme. Descanse un ratito y subimos, me dijeron. Creo haber visto caballos les dije y si trajeran uno sería mejor, les contesté. Lo que pasa profesor es que ha visto ilusiones, ha salido del camino y por poco ocurre lo peor; luego me levantaron y cogido del brazo trepamos pausadamente, con descansos, reproches, lamentos y algunas bromas.

Ya cerca de la carretera, me di cuenta que mis lentes no los tenía, vamos a reponerlos asintieron. Luego, uno de los amigos cogió un puñado de ramas para “limpiar mi cuerpo y sacarme el susto...” Gracias, le dije, soy escéptico a esas cosas. Otro de los amigos me dijo que estaba al filo de la deshidratación, lo que era cierto y de alguna forma me descompuso. Por último, otro conocedor de la zona manifestó que después de todo he tenido suerte porque en ese lugar hay muchas víboras y que al rodarme y quedar tendido mucho rato, podrían haberme mordido, también era cierto y, aunque tarde, sentí miedo y pensé en la muerte.

El río Marañón, al que muchas veces he descendido, me hizo comprender sobre lo imprescindible que es ponderar la realidad humana y física, siempre. 



Bajando al río Marañón. Vistas parciales

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