Tito
Zegarra Marín.
Por primera vez en la historia de los
pueblos del país, en lo queda del año, no se realizarán sus ferias patronales. Culpable:
la pandemia del coronavirus, que obligó al Gobierno Central a cancelar todos
los eventos sociales como estrategia para contener y derrotar ese mal. Medida
necesaria, pero dura en otros aspectos.
Las ferias, como sabemos, engloban actividades
religiosas, sociales, comerciales, costumbristas, culturales y otras; son
organizadas por pueblos del interior, año tras año y casi siempre en homenaje
al santo (a) que hace de guía o patrón (a) espiritual; y, en todos los casos, están
imbuidas de mucha devoción y fervor popular.
La mayoría de ellas, han combinado sus
manifestaciones tradicionales: solemnidad religiosa, danzas y música andina
(entre otros), con los avances de la modernidad: tecnología electrónica, telecomunicativa e
informática. Y en las últimas décadas, incentivadas por las vías de
comunicación, la movilidad social, el incremento comercial, el despliegue turístico
y expectativas de las colectividades, se han convertido en importantes eventos sociales
de impacto económico favorable.
En la provincia de Celendín, este año, no
se llevarán a cabo sus principales ferias: San Isidro (mayo) en Sucre, Padre
Eterno (junio) en Sorochuco y Virgen del Carmen (julio). Lo que significa, que dichos
pueblos y quienes se alistaban para viajar, no tendrán la oportunidad de revivir
y participar de los actos religiosos, sociales, culturales, recreativos,
taurinos y otros. Y lo más preocupante, muchos ciudadanos y familias de los lugares
mencionados, no podrán beneficiarse del movimiento económico que cientos de visitantes
hubiesen generado al utilizar los diversos servicios o realizar compras varias,
desde que llegan hasta cuando dejan el terruño.
Con respecto a lo último, es evidente que
ese movimiento económico se debe a que la gran mayoría de familiares y visitantes
(alrededor del 90 %) llegan a sus ferias con algunos o muchos soles para
necesariamente gastarlos durante los 5, 8 o 10 días que dura su estadía.
Algunos gastarán poco, otros algo más, pero todos, de una forma u otra,
invierten. A la feria de Sucre vienen alrededor de mil personas y a Celendín,
entre 6 a 7 mil. No es cierto, como discutía con algunos amigos, que los
visitantes llegan a empobrecer a sus familias y a los propios pueblos.
Los rubros de gasto son varios: movilidad,
alimentación, hotelería, recreos y diversiones, fiestas sociales, panadería y
repostería, artesanía y chocolatería, discotecas y licorería, tardes taurinas,
paseos y visitas turísticas, compras varias en mercados y bodegas, etcétera. Y
también, degustando los platos típicos de comida en los quioscos o “toldos”, instalados
para los efectos festivos.
Es así como, aunque por una sola vez al
año, se dinamiza la economía provincial y de esos pequeños pueblos; y son
muchas las familias de la ciudad y el campo que se benefician ganando algunos
soles, incluso las más humildes campesinas que venden sus poquísimos productos y
algunas aves domésticas con un poquito más de precio (justificado) al acostumbrado
e impuesto por intermediarios. Pero también ganan en demasía (me dirán) las
orquestas contratadas de fuera, los toreros y dueños de toros (se exceptúa a
Sorochuco). Es cierto, pero no olvidemos que por su participación, las ferias
son más animadas y publicitadas, concitan más visitas y obviamente generan más recursos
que se expanden por todos los rubros señalados.
Agrego: las ferias, bien organizadas, son
motivo especial para que los migrantes regresen a la tierra querida y para
estimular el desarrollo del turismo; al igual, que son ocasiones propicias para articular y mantener
las buenas relaciones entre los citadinos y los visitantes.
Es una lástima que nada de ello tendremos este
2020. Mucha fe, para volverlas a tener el próximo año.
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