Por
Tito Zegarra Marín.
El
día 25 del mes pasado se realizó en el distrito José Gálvez, provincia
Celendín, el primer concurso-exposición de sombreros tejidos con paja bombonaje
(toquilla), para apoyar a las mujeres tejedoras y valorar su peculiar producto:
el sombrero. Dicha producción artesanal, como sabemos, se mantiene gracias a
cientos de familias pobres que por alrededor de siglo y medio, perseveran en
ese oficio. Por ello, muy bien que se haya dado dicho evento.
La
organización estuvo a cargo de la municipalidad, dirigida por su alcalde Ydelso
Cotrina Escalante, y contó con el decidido y oportuno apoyo del alcalde
provincial de Cajamarca Andrés Villar Narro (premiación a ganadores, stands
para exposición y banda de músicos). Se desarrolló en la explanada adyacente a
la cascada Langascocha, participaron 35 tejedoras procedentes de caseríos y
comunidades cercanos al lugar, y fueron miembros del jurado Julia Torres,
(artesana piurana) Consuelo Díaz Romero (artesana celendina) y el suscrito.
Cerca
de un centenar de sombreros y sombreras, en sus diversas modalidades, algunos
en proceso de confección, fueron expuestos, concitando la atención de numerosos
asistentes, quienes apreciaron el fino tejido, belleza y facilidad para utilizarlo
como prenda de vestir. Colateralmente disfrutaron de las danzas del caserío
Chaquil, melodías de la banda de música, de la pequeña cascada Langascocha, del
deporte de aventura Canopy y de los exquisitos platos de pachamanca (para
todos).
Cabe
destacar la calidad y elegancia de los sombreros presentados, realmente elegantes
y atractivos, tanto para hombres como las sombreras para damas, en sus tamaños
y modelos tradicionales: redondos, tachos y cubanos, sombreras caladas y de
falda ligeramente amplia. También hemos visto sombreros de colores exquisitos
para damas, pero ya muy pocos, pues solo son requeridos en otros lugares.
Lamentablemente,
por los efectos funestos de la pandemia, más de un año se ha tejido mínimamente
o se dejó de hacerlo, agravando así la pobreza en sus hogares. Con el evento
realizado, se propició reactivar y estimular la producción de sombreros, lográndose
a su vez: a) valorar al abnegado y artístico trabajo que realizan las tejedoras,
b) apoyar (premiación pecuniaria) a una docena de mujeres ganadores del primer
concurso, c) promocionar al sombrero destacando su finura, buen porte y uso, d)
reforzar nuestra identidad con ese emblema celendino claramente consustancial a
su idiosincrasia, cultura e historia.
Pero
hace falta algo más: que las instituciones apoyen de verdad a las mujeres
artífices del sombrero, que el mercado sea comprensivo y pague precios justos,
que cambiemos las gorras de marca por los agradables sombreros de paja, y que
el orgullo que sentimos por dicha prenda nos lleve a ponernos, sin recelos ni
prejuicios, nuestro sombrero. Todo lo cual es factible.
Sin embargo, en el contexto nacional, causa rabia y enfada, escuchar a
los viejos voceros de las clases altas limeñas: Sheput, Jorge Del Castillo y
Lourdes Flores, pedir que el presidente se quite el sombrero (E. Jáuregui, La
Republica 01-08-2021). Allá esos dinosaurios que lo menosprecian. El sombrero
celendino y su congénere el chotano, seguirán incólumes, luciéndose en el campo
y la ciudad, con el beneplácito de sus hijos y como distintivo inconfundible de
su tradición y modo de vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario