Por Tito Zegarra Marín.
Deben ser muchos los pueblos (pequeños o medianos) donde, como en Celendín, deambula diversidad de perros entre bravos y pulgosos que perturban la tranquilidad, higiene e integridad de pobladores. No exagero ni fantaseo. Es una realidad que constatamos diariamente, en cada cuadra, esquinas y parques, de día y de noche y sin que nadie algo por evitarlo.
Son perros que vagabundean sin control y a sus anchas ocasionando a su paso lo siguiente: amenazan y hasta arremeten contra vecinos y peatones, algunos de ellos (me incluyo) fuimos mordidos y derivados al hospital local para inyectarse 5 ampollas. Ensucian horrorosamente las veredas y vías que a pesar de ser limpiadas por humildes barrenderas, no dejan de mostrarse con montones de excretas. Impiden el libre y tranquilo tránsito al permanecer tendidos en plenas aceras, obligando a los transeúntes bajar a la pista para esquivarlos. Nuestra ciudad, en esas condiciones da la impresión de estar conviviendo con perros callejeros.
Lamentable situación que obedece, en gran parte, a la actitud inapropiada de algunas familias que al poco tiempo y en forma irresponsable se deshacen de sus perros, los sueltan y dejan a merced de las calles. Hay otras familias que los crían frente a sus casas y alrededores, donde comen, duermen y orinan. Y lo preocupante es que hay amas de casa, restaurantes, puestos del mercado, carretilleros de comidas, el camión municipal recolector de basura y hasta un consultorio dental, que diariamente colocan restos de comida en el sardinel de las veredas o los entregan directamente a los canes. Al lado de ello, hay jóvenes partidarios de los movimientos protectores de perros callejeros que pregonan no “mortificarlos”.
Nadie está en contra de tales animalitos: “los mejores amigos del hombre”, expresivos de fidelidad y cariño a toda prueba, respetados avisadores y guardianes del hogar, día y noche, y caros engreídos de los niños (sus mascotas). Todas las familias o la gran mayoría hemos tenido o tenemos un perrito. Es cierto. Pero criarlos y verlos crecer tiene sus límites. Hay que dotarles de un espacio libre en la casa. Sacarlos al parque y áreas libres, amarrados con una correa. Llevar entre manos una bolsa para recoger sus heces, y brindarles cariño, salud y una adecuada alimentación. Felizmente, son muchas las familias que crían sus canes bajo esos parámetros.
Hasta los años 60 del siglo pasado existió una disposición (ordenanza u otro) que facultaba a la municipalidad hacer batidas de perros vagos, envenenarlos y liberarse de ellos. Sin duda, una norma fuerte y cruel, pero que de alguna manera eximía de vivir en medio de una situación canina como la actual. Norma que fue derogada por esos años.
No se piensa volver a ello, ni de lejos. Pero sí urge que la municipalidad tome cartas en el asunto: disponer la esterilización gratuita y obligatoria de perros (hembras y machos) que rondan por calles y de aquellos, cuyos dueños la soliciten. Promover la construcción e implementación de centros caninos para albergar a todos los que merodean sin rumbo (canil municipal); y solicitar a los apasionados amigos de los canes, se interesen de verdad y movilicen para corregir la mencionada situación.
Pedido: La municipalidad de Celendín disponga que el jirón Dos de Mayo, desde la Plaza de Armas hasta el jirón M. Gonzáles, sea exclusivamente peatonal los días 28 y 29 de julio.
*Publicado en el Nuevo Diario de Cajamarca el 29/06/2022
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