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miércoles, 26 de julio de 2023

CELENDÍN, FESTIVIDAD Y URBANISMO

Tito Zegarra Marín

    Todos los años, de 8 a 10 mil personas visitan Celendín atraídos por la programación festiva en homenaje a la Virgen del Carmen. Enhorabuena y sean bienvenidos. Su esperada presencia no solo alienta y alegra las celebraciones sino, alivia la economía familiar en especial de los más necesitados. Los pocos soles que la mayoría de visitantes dejan en el mercado, servicios y demás, de alguna manera les beneficia. Y eso es bueno.

    La municipalidad local, sin ser su función principal, tiene la obligación de valorar y apoyar a nuestra festividad, como merecido reconocimiento a las manifestaciones religiosas, tradicionales, culturales, taurinas y otras; y a la masiva concurrencia de paisanos, turistas y amigos. Pero también, dentro de ese marco festivo, debemos hacer un alto y reflexionar seriamente sobre el imparable deterioro urbano de la parte central de la ciudad. 

    Más de dos décadas ya venimos perseverando en que se preste especial atención al centro histórico, pues cada vez más se está deformando su tradicional fisonomía (rostro externo de las viviendas) hasta casi convertirlo en remedo de una urbe costeña. Y lo grave, es que nadie hace algo para impedirlo, menos rescatarlo. Solo indiferencia y desamor por la tierra querida. 

    No entendemos que fuimos bendecidos al posesionarnos en un hermoso valle y un plano realmente excepcional, como muy pocos los tienen.  Un plano con una traza urbana sin parangón. Y hay que agradecer al obispo Jaime Martínez de Compañón, al geómetra José Comesana, gestor y diseñador del plano, y a Renán Sánchez Izquierdo por ampliar el casco urbano con las mismas características: calles amplias y rectas (avenida Túpac Amaru)

    El centro histórico del área urbanizada debe comprender desde la plaza de Armas hasta la plazuela La Alameda, jirones Ayacucho, Dos de Mayo, José Gálvez. Con sus dos parques principales, dos iglesias, el local municipal, casonas antiguas, locales educativos, casi todos conservando algunos rasgos primigenios. Y lo más relevante, con sus calles simétricas, que hasta los años ´70 exhibían sus casas de dos pisos, balcones y puertas de madera, piso de piedra azulina y pulida, paredes blancas y techado de teja. 

    Es cierto, la modernidad de alguna manera tenía que afectarlo, al igual que el crecimiento demográfico. Y no hicimos nada para preservar las formas tradicionales externas de las viviendas, solo los frontis. Más adelante, cuando se renovó el pavimento del jirón Dos de Mayo, tampoco demandamos cableado subterráneo para luz e internet, con faroles eléctricos en las paredes (sin postes), letreros uniformes y de un solo color, techos de eternit color teja; y mi gran anhelo: convertir al jirón Dos de Mayo en exclusivamente peatonal.

    Es una lástima que se haya dañado el diseño de los frontis (fachada) de varias casas del centro histórico; y para colmo, en el corazón de dicho centro han levantado un armatoste, esperpento o tripa de cemento, que contrasta y ofende a lo genuino. Los responsables de este descalabro son los últimos alcaldes y los que sueñan con edificios de 5 o 10 pisos, que lo hagan, pero lejos del centro de la ciudad. 

    Un centro histórico, no solo mantiene y revive nuestro pasado, simboliza arte y cultura, sino, que por su historia y belleza es un gran atractivo turístico. Los miles de visitantes así quisieron verlo, pero también ver recuperada y arborizada la colina San Isidro, canalizado el río Chico y convertida la olvidada “plazuelita” de San Cayetano (puerta de entrada a Celendín y al Niño de Pumarume), en un bonito y acogedor parque.   

      Las fotos publicadas son bastante elocuentes: el jirón principal de la ciudad de Chachapoyas, peatonal, relumbrante y sobrio. Y el nuestro…, da pena y rabia. Cajabamba, hace poco, inauguró su calle peatonal, al igual que otras ciudades. Al ver la burda deformación de nuestro centro histórico, pienso que en la tierra del sombrero y chocolate hacen falta celendinos de sangre y corazón.






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