Por José Carlos Mariátegui.
SERPENTINAS
(Publicado en Mundial: Lima, 27 de febrero de
1925).
I
Los tres días de neo-carnaval
son, en verdad, tres días únicos de educación democrática. Cada pueblo del Perú
tiene sus reinas, cada reina sus azafatas, cada azafata sus trovadores. La
realeza y sus categorías anexas se ponen al alcance del Demos. Las usanzas, los
fueros y las coronas de la aristocracia se democratizan.
Esta familiaridad
periódica con la realeza, esta profusión anual de monarquías, son, seguramente,
saludables y pedagógicas. Hacen de la monarquía un artículo de carnaval.
II
COMPARSA. El desfile pasaba por la avenida Alfonso Ugarte frente a la antigua cárcel de El Sexto. |
El nuevo estilo del
carnaval tiene, sin embargo, una desventaja. Las monarquías se vuelven una cosa
festiva; pero los carnavales se vuelven una cosa seria. Lima parece próxima a
no tomar en serio la realeza; pero a tomar, en cambio, un poco en serio el
carnaval. El carnaval empieza a adquirir la solemnidad de un rito. El humorismo
de Lima corre, en este episodio anual, el grave riesgo de ser desmentido. Vamos
a constatar, finalmente, que Lima no es una ciudad humorista, sino sólo una
ciudad un poco maliciosa. Que Lima es, tal vez, algo precoz; pero siempre muy
infantil.
III
El neo-carnaval
debería consternar a nuestros pasadistas. Los disfraces nos enseñan que el
pasado no puede resucitar sino carnavalescamente. El Pasado es una
guardarropía. No es posible restaurar el Pasado. No es posible reinventarlo. Es
posible únicamente parodiarlo. En nuestra retina, él Presente es una
instantánea: el Pasado es una caricatura.
IV
La vida no readmite el
Pasado sino en el carnaval o en la comedia. Únicamente en el carnaval
reaparecen todos los trajes del Pasado. En esta restauración festiva, precaria
no suspira ninguna nostalgia: ríe a carcajadas el Presente.
Iconoclastas no son,
por ende, los hombres; iconoclasta es la vida.
V
En el carnaval
conviven la moda del Renacimiento y la moda rococó con la moda moderna. El
carnaval, en apariencia, anula el tiempo; pero, en realidad, lo contrasta. Un
traje de cruzado, que en la Edad Media era un traje dramático, en nuestra época
es un traje cómico.
VI
El carnaval ha reforzado
su guardarropía con los disfraces de Ku-Klux-Klan (Secta racista y esotérica
norteamericana, caracterizada por sus atentados terroristas contra la raza
negra).
Esta es otra prueba de
que el Ku-Klux-Klan pertenece, inequívocamente, al Pasado. El carnaval ha
clasificado el traje ku-klux-klan como un traje cómico. Como un traje de baile
de máscaras. Indudablemente, el carnaval es revolucionario. Parodia y mimo de
un episodio de la Reacción.
VII
LIMEÑAS DE AYER. La Reina del Carnaval y sus damas de honor en el carro principal, arrojando serpentina a sus "súbditos". |
La democracia de París
se somete de buen grado, en carnaval, al reinado de una dactilógrafa o de una
modista. La autoridad de una midinette (Midinette, se llama a la modistilla que
sale de su trabajo al mediodía) resulta, en estos días, más efectiva y más
extensa que la de una princesa orleanista de la cliente de L'Action Francaise (Ver
el ensayo del autor sobre L'Action Francaise en El Alma Matinal y otras
estaciones del hombre de hoy). El Demos
es como aquel personaje de Bernard Shaw —Pigmalión— que gustaba de tratar a una
duquesa como si fuera una florista y a una florista como si fuese una duquesa.
La Revolución rusa, por ejemplo, de más de una duquesa ha hecho una kellnerin
(Camarera). A Clovis (Pseudónimo del escritor peruano Luis Varela y Orbegoso)
—reaccionario convicto—y a mí —revolucionario confeso— nos ha servido el café,
en un restaurante ruso de Roma, una de estas kellnerin.
VIII
Si un traje de la
corte de Luis XV es, en nuestro tiempo, un traje de carnaval, una idea de la
corte de Luis XV debe ser también una idea de carnaval. ¿Por qué si se admite
que han envejecido los trajes de una época, no se admite igualmente que han
envejecido sus ideas y sus instituciones? La equivalencia histórica de una
enagua de Madame Pompadour y una opinión de Luis XV me parece absoluta. (La
influencia de Oswald Spengler es extraña a este juicio).
IX
La monarquía se ha
realizado en el Perú, carnavalescamente, un siglo después de la República.
Ameno y tardío epílogo del diálogo polémico de los políticos de la revolución
de la Independencia.
X
A los nacionalistas a
ultranza les tocaría reivindicar los derechos del acuático carnaval criollo.
Les tocaría protestar contra este neo-carnaval postizo y extranjero.
Quieren probablemente
adherirse a la tesis de que el nuevo carnaval es "un progreso de nuestra
cultura".
XI
1928, carro alegóricoe en Jr. de la Unión. |
Valdelomar olvidó esta
constatación en sus diálogos máximos:* —El ático Momo se llama aquí No
Carnavalón. Los tres días de carnaval son tres días del Demos. La fiesta de
carnaval es una fiesta de la calle. Sin embargo, la figura de la Libertad
jacobina, de la Libertad del gorro frigio, no se libra de la burla
carnavalesca. Síntoma de que la Libertad no es ya una figura moderna, sino, más
bien, una figura clásica, anciana, inactual, un poco pasada de moda. Es indicio
de un próximo golpe de estado en el carnaval. Este golpe de estado derrocará a
la monarquía y proclamará, en los dominios del carnaval, la república. A partir
de entonces no se elegirá una reina sino una presidente de la república del
carnaval. Las reinas y sus cortes, con gran desolación de los trovadores
románticos, resultarán monótonas y anticuadas. El humorista carnaval enriquecerá
su técnica con las formas democráticas y republicanas, envejecidas en la política.
Ese será el último episodio de la decadencia de la democracia.
*.Nombre de una sección periodística que escribía
Valdelomar en La Prensa (1917). «Los dialogantes: Manlio y Aristipo, eran, en
realidad, Abraham Valdelomar y José Carlos Mariátegui, respectivamente». (Luis
Fabio Xammar; Valdelomar: Signo). Los diálogos en tono filosófico, se impregnan
del fino humorismo de su autor.
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MOTIVOS DE CARNAVAL
(Publicado en Mundial: Lima, 24
de Febrero de 1928).
I
No desdeñemos
gravemente los pretextos frívolos. Ningún pretexto es bastante frívolo para no
poder servir a una reflexión seria. El carnaval, por ejemplo, es una de las
mejores ocasiones de asomarse a la psicología y a la sociología limeñas.
CARNAVAL ARISTOCRÁTICO. Juegos de carnaval en el entonces exclusivo balneario chalaco de La Punta. |
El 28 de julio es la
fecha cívica en que Lima asume, con la mayor dignidad posible, su función, de
capital de la república. Pero, por esto mismo, por su énfasis de fecha
nacional, no consigue ser característicamente limeña. (Tiene, con todo, a pesar
de las ediciones extraordinarias de los diarios, un tono municipal, una reminiscencia
de cabildo). La Navidad, malograda por la importación, carece de su sentido
cristiano y europeo: efusión doméstica, decorado familiar, lumbre hogareña. Es
una navidad estival, cálida, con traje de palm beach, (Especie de tela ligera,
para la estación veraniega o playa) en la que las barbas invernales de Noel y
los pinos nórdicos hacen el efecto de los animales exóticos en un jardín de
aclimatación. Navidad callejera, con cornetas de heladero, sin frío, sin nieve,
sin intimidad y sin albura. La noche buena, la misa de gallo, los nacimientos
nos han legado una navidad volcada en las calles y las plazuelas, sin más color
tradicional que el de aguinaldo infantil. La procesión de los Milagros es,
acaso, la fiesta más castiza y significativamente limeña del año. Es uno de los
aportes de la fantasía creadora del negro a la historia limeña, si no a la
historia nacional. No tiene ese paganismo dramático que debe haber en las
procesiones sevillanas. Expresa el catolicismo colonial de una ciudad donde el
negro se asimiló al blanco, el esclavo al señor, engriéndolo y acunándolo.
Tradicional, plebeya, tiene bien asentadas sus raíces.
El carnaval limeño era
también limeño, mulato, jaranero; pero no podía subsistir en una época de
desarrollo urbano e industrial. En esta época tenía que imponerse el gusto
europeizante y modernista de los nuevos ricos, de la clase media, de categorías
sociales, en suma, que no podían dejar de avergonzarse de los gustos populares.
La ciudad aristocrática podía tolerar, señorialmente, durante el carnaval, la
ley del suburbio; la ciudad burguesa, aunque parezca paradójico, debía
forzosamente atacar, en pleno proceso de democratización, este privilegio de
la plebe. Porque el demos (El pueblo, como mayoría soberana), ni en su sentido
clásico ni en su sentido occidental, no es la plebe.
La fiesta se aburguesó
a costa de su carácter. Lo que no es popular no tiene estilo. La burguesía
carece de imaginación creadora; la clase media —que no es propiamente una clase
sino una zona de transición— mucho más. Entre nosotros, sin cuidarse de la
estación ni la latitud, reemplazaron el carnaval criollo —un poco brutal y
grosero, pero espontáneo, instintivo, veraniego— por un carnaval extranjero,
invernal, para gente acatarrada. El cambio ha asesinado la antigua alegría de
la fiesta; la alegría nueva, pálida, exigua, no logra aclimatarse. Se la
mantiene viva a fuerza de calor artificial. Apenas le falte este calor perecerá
desgarbadamente. Las fiestas populares tienen sus propias leyes biológicas.
Estas leyes exigen que las fiestas se nutran de la alegría, la pasión, el
instinto del pueblo.
II
En los desfiles del
carnaval, Lima enseña su alma melancólica, desganada y apática. La gente
circula por la calle con un poco de automatismo. Su alegría es una alegría sin
convicción, tímida, floja, medida, que se enciende a ratos para apagarse en
seguida como avergonzada de su propio ímpetu. El carnaval adquiere cierta
solemnidad municipal, cierto gesto cívico, que cohíbe en las calles el instinto
jaranero de las masas. Quienes hayan viajado por Europa, sienten en esta fiesta
la tristeza sin drama del criollo. Por sus arterias de sentimentaloide
displicente no circula sangre dionisíaca, sangre romántica.
III
La fiesta se
desenvuelve sin sorpresa, sin espontaneidad, sin improvisación. Todos los
números están previstos. Y esto es, precisamente, lo más contrario a su carácter.
En otras ciudades, el regocijo de la fiesta depende de sus inagotables posibilidades
de invención y de sorpresa. El carnaval limeño nos presenta: como un pueblo de
poca imaginación. Es, finalmente, un testimonio en contra de los que aún
esperan que prospere entre nosotros el liberalismo. No tenemos aptitud individualista.
La fórmula manchesteriana (Manchester, ciudad industrial de Inglaterra, se
distinguió en las• primeras décadas del siglo XIX, por ser un activo centro de
propaganda tendente a la ampliación del sufragio en política y al libre cambio
en economía. "Manchesteriano" llamóse al tipo clásico de la democracia
capitalista) pierde todo su sentido en este país, donde el paradójico
individualismo español degeneró en fatalismo criollo.
IV
El carnaval es,
probablemente, una fiesta en decadencia. Representa una supervivencia pagana
que conservaba intactos sus estímulos en el Medioevo cristiano. Era entonces un
instante de retorno a la alegría pagana. Desde que esta alegría regresó a las
costumbres, los días de carnaval perdieron su intensidad. No había ya impulsos
reprimidos que explosionaran delirantemente. La bacanal estaba reincorporada en
los usos de la civilización. La civilización la ha refinado. Con la música
negra ha llegado al paroxismo. El carnaval sobra. El hombre moderno empieza a
encontrarle una faz descompuesta de cadáver. Mássimo Bontempelli, que con tanta
sensibilidad suele registrar estas emociones, no cree que los hombres hayan amado
nunca el carnaval. «La atracción del carnaval —escribe— está hecha del miedo de
la muerte y del asco de la materia. La invención del carnaval es una brujería
en, que se mezclan la sensualidad obscena y lo macabro. Tiene su razón de ser
en el uso de la máscara, cuyo origen metafísico es, sin duda alguna, fálico: la
desfiguración de la cara tiende a mostrar a las muchedumbres humanas como
aglomeraciones de cabezas pesadas y avinadas de Priapos (En la mitología
griega, Príapo es el Dios del libertinaje). Los movimientos de estas muchedumbres
están animados por ese sentido de, agitación estúpida que es propio de los
amontonamientos de gusanos, en las cavidades viscerales de los cadáveres».
En Europa, el carnaval
declina. El clásico carnaval romano no sobrevive sino en los veglioni (Bailes
de máscaras).Y el de Niza no es sino un número del programa de diversiones de
los extranjeros de la Costa Azul. La sumaria requisitoria de Bontempelli
traduce, con imágenes plásticas, esta decadencia.
De La Novela y La Vida, 8va. Edición.
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