Por Héctor Manuel Silva Rabanal.
Cuentan nuestros abuelos el origen romántico del tejido de sombreros de paja toquilla. En efecto, a mediados del siglo pasado, acompañando a un arriero, llegó un joven procedente de Rioja, cuyo nombre se ha perdido en la lejanía de la Historia. Como sucede algunas veces, el destino puso al joven de nuestra historia, en la casa de una familia honesta como hospedaje, ya que entonces no existían hoteles. Esta familia tenía un hermosa hija que encontrándose con el joven surgió entre ellos un "amor a primera vista". Decididos a defender su amor hasta con su vida, el joven pidió la mano de su amada a los padres. Estos no aceptaron tal proposición, ya que el joven era desconocido y no tenía "fortuna ni oficio". Pero éstos "encaprichados" decidieron "robarse".
Los dos enamorados fueron a vivir en una pequeña choza en los alrededores de Celendín. El joven sólo sabía tejer burdos sombreros y como había traído de su tierra algunos manojos de paja toquilla, los cuales nadie quería comprar, enseñó a su mujer este oficio. La mujer como buena shilica, puso todo su arte en la confección de los primeros sombreros. El joven viajó a la costa para venderlos y obtuvo buenas ganancias. Con éstas compró más manojos de paja y él y su mujercita se dedicaron a tejer nuestros blancos sombreros. Poco a poco el negocio fue aumentando y los dos esposos pudieron comprar una linda casita.
Los vecinos pronto estuvieron de visita en la nueva casita y la joven que era muy buena les enseñó el arte de tejer sombreros. Con el talento nato de la celendina, cada cual puso su granito de arena para perfeccionar el tejido y poco a poco el "Celendín hat" se hizo famoso en todo el Perú y el mundo.
El auge cimero de esta artesanía, se logró a mediados del siglo XX, cuando don Augusto Gil inauguró un comercio con Europa y toda América. Nuestras tejedoras se esmeraron en la finura y delicadeza de estilos y los reyes de Inglaterra y Francia lucieron al "Celendín hat". Muchas fortunas se tejieron con el negocio del sombrero y muchas anécdotas se envolvieron en este quehacer.
Desgraciadamente la injusticia también está metida en esta artesanía, y la mujer sombrerera poco a poco fue sometida a una inicua explotación, la que se agravó cuando a partir de 1980 se impuso la moda del "sinsombrerismo". De tal manera que hoy son pocas mujeres y varones que tejen porque casi no les rinde ganancias para subsistir. Numerosas instituciones han querido asumir la defensa del símbolo celendino — el sombrero blanco — pero casi todas ellas no han tenido éxito en su empeño.
Hoy luego del bicentenario de la creación española de Celendín, se está abriendo una importante puerta para la exportación de productos artesanales, cuando la capital del mundo económico (USA), está dando facilidades para esta comercialización. Ojalá los responsables políticos pongan en onda internacional a Celendín y los responsables educativos y tecnológicos luchen por la competitividad del producto por su calidad y hermosura. Sombrero, chocolate, tejidos, cerámica, etc. están en la lista.
De Folclore vivo de mi pueblo.
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