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lunes, 25 de febrero de 2013

Arqueología y Paisaje: ATUÉN Y LA MORADA EN LA RUTA AMAZÓNICA CHUQUIBAMBA

Escribe Tito Zegarra Marín.

Petroglifos en Chuquibamba
En el mes de septiembre del 2004 realizamos la expedición más larga y fatigosa con destino a ese lejano y desconocido poblado de colonos denominado La Morada, ya al borde de la inmensidad de la selva. Lo hicimos siguiendo la ruta que utilizaron nuestros antepasados para penetrar a los páramos montañosos, la frondosidad de sus valles y la calidez de la ceja de selva. De ese casi ignorado villorrio ya sabíamos algo: prácticamente nuevo y único en su género, generador de esperanzas para muchas familias prestas a migrar, y poseedor a lo largo de su recorrido de una enorme riqueza natural e histórica. Hacia allí, después de algunos meses de espera, nos enrumbamos. Partimos de la ciudad de Celendín, pero fue Chuquibamba la localidad donde preparamos y nos aprovisionamos para la realización del esperado viaje.

Chuquibamba es un legendario pueblo andino de raíces prehispánicas, donde aún se percibe esa heredad cultural propia y donde las importantes reliquias arquitectónicas del pasado dan fe de esas raíces y de su inclusión a la cadena de pueblos integrantes de la cultura Chachapoyas. Son varios los sitios históricos que lo integraron, cuyos restos de edificaciones con características comunes aún perduran: La Joya, Achil, La Petaca, Diablowasi, Bóveda, Churo, Patrón Samana, Huepón, Cabildo Pata, Peña Calata, San Isidro, Runashayana y Chibul, entre otros. También hay que anotar que muy cerca a Chuquibamba, alrededor de 15 minutos a pie con dirección nororiental, en el sitio denominado Campanilla, se encuentran interesantes petroglifos esculpidos sobre enormes bloques de piedra, la mayoría de forma circular y evidentemente expresivos.

Los pueblos primitivos de Chuquibamba se acantonaron y desarrollaron estratégicamente en las cumbres de las cadenas andinas y se sabe que fueron valerosos y aptos para asumir acciones guerreras, por lo cual, deben haber participado en los duros encuentros que entablaron con las huestes incaicas, cuando éstas pisaron sus tierras tras su propósito expansionista. Precisamente, cuando ello sucede y como hemos indicado, en esas tierras, específicamente en Cochabamba, poblado cercano y perteneciente a Chuquibamba, los incas instalaron su sede principal.

Durante el coloniaje y ya convertida en encomienda y luego comunidad, Chuquibamba sufrió las consecuencias de esa etapa oscura, sin apertura y progreso, e increíblemente se enredó por siglos enteros en pleitos y juicios sobre posesión de tierras con las comunidades vecinas, algunos de ellos todavía pendientes. Actualmente, tiene la categoría de distrito adscrito a la provincia de Chachapoyas, cuya población en su gran mayoría se dedica a la pequeña agricultura y ganadería. Vive de ella y aún conserva ciertas prácticas comunales de manejo de tierras y cría de ganado heredados de la colonia. Pero lo más preocupante es que no oculta su rostro inequívoco de pobreza y lejanía (el año 2006 aún no tenía carretera). El adobe y teja predominantes en sus construcciones nos hablan de ese Pasado singular y añejo, pero también del encanto que condensan, y, que, hoy pocos pueblos conservan.

En esa legendaria localidad chuquibambina conocimos al alcalde de ese entonces: Lenin Portal Zavaleta, quien nos recibió y brindó importante apoyo; también conocimos y debemos agradecer a la familia Ocampo Zamora, cuyas muestras de cariño y apoyo fueron fundamentales para cumplir con el objetivo. Por último, allí finiquitamos lo necesario para el viaje: alquilamos acémilas y nos premunimos de pertrechos, e iniciamos la jornada rumbo a cumplir con el anhelado sueño de llegar a La Morada.

EL SITIO DE ATUÉN
La ruta que nos conduce con dirección a La Morada, partiendo de Chuquibamba, necesariamente nos permite llegar y pasar por Atuén, lugar histórico, poco conocido y tal vez lejano, pero dotado de enorme potencial natural y arqueológico y cuna de la laguna llamada La Sierpe, donde tiene su origen el reconocido río Utcubamba. En efecto, desde nuestro primer contacto con las cumbres montañosas que hacen de cabecera y caen sobre Atuén, tuvimos la certeza que en este lugar se desarrolló un importante asentamiento humano preinca integrado a la cultura Chachapoyas, y que las condiciones de biodiversidad y ecológicas eran, efectivamente, favorables.

Se encuentra ubicado a 3.420 msnm, sobre territorios de ambos costados de la laguna La Sierpe y del río que allí se inicia. Sus ondulados territorios forman parte de los ramales andinos que se desprenden, ya muy cercanos, desde la cima de la cordillera central, en dirección noreste. De clima bastante frío, provisto de mucha agua y dotado de importantes recursos naturales, a este lugar se puede llegar a pie o en acémila, en tiempo promedio de 4 horas por camino accesible a partir de Chuquibamba. También se puede ingresar por el distrito de Leymebamba siguiendo la ruta del río Utcubamba en tiempo aproximado de 6 horas.

No es difícil comprender que Atuén en la época prehispánica cumplió importante papel como centro productivo, religioso y de enlace con otros pueblos chachapoya y de la región selvática, pues a ambos lados de las montañas que los circundan existen tierras aptas para la agricultura y ganadería, restos de instalaciones de grupos aborígenes, y algunas evidencias de que los incas y su gente tuvieron especial preferencia por este lugar, donde también se asentaron y lo convirtieron en sitio ritual y de apoyo a sus proyectos expansionistas. La cercanía al centro inca de Cochabamba habría permitido mantener comunicación e influencia sobre esa pequeña llacta.

Actualmente, y después de más de 500 años que otros hombres pisaron sus tierras, se encuentra convertido en pequeño caserío adscrito al distrito de Chuquibamba, provincia de Chachapoyas. Allí viven alrededor de 25 grupos de familias en forma permanente, todas dedicadas a la agricultura y ganadería. El único servicio que cuenta es el educativo, cuya institución educativa unidocente de nivel primario estuvo, hasta ese entonces, a cargo de la profesora - directora Norkita Silva Díaz, en quien descubrimos verdadero apostolado docente, identificación plena con la comunidad y muchas muestras de amabilidad y atención con los visitantes. Nos brindó posada, cariño y aliento en nuestra difícil expedición.

RESTOS HISTÓRICOS EN ATUÉN
En ese acogedor lugar pudimos conocer en forma directa valiosos recursos naturales e ingentes restos arqueológicos de estilo chachapoya e inca. Nos llamó la atención la impresionante laguna denominada La Sierpe, el sistema de andenes en sus inmediaciones, pinturas rupestres en la parte alta y el marco ecológico exquisito y límpido que lo rodea.

Poco antes de descender al sitio central o principal de lo que hoy es Atuén, se atraviesa por el lugar denominado Cabildo Pata, donde se puede apreciar restos de importantes construcciones históricas: casas vivienda, tumbas, terrazas, caminos, muros, graderías y otros, edificados sobre la base de piedra caliza medianamente labrada, la mayoría de ellos deteriorados y descuidados. De ese lugar, fuimos informados que fue extraída la única momia que hoy forma parte de una colección de curiosidades que se encuentran en el colegio San Juan, de Chuquibamba y que correspondería a un niño preinca. Por lo demás en los alrededores de Cabildo Pata, que también muestra abandono y poca actividad productiva, da gusto observar a un grupo de simpáticas llamas y alpacas traídas del sur del país hace 10 años, fácilmente adaptadas, porque, como hace algunos siglos o en tiempo de los chachapoya, allí también fueron domesticadas y de utilidad familiar y comunal.

Estando ya en Atuén, donde gratamente pernoctamos, tuvimos la oportunidad de escalar la alta e inclinada montaña que hace de marco oriental del lugar y toma el nombre de Peña Calata (aunque de calata tiene poco), en cuyas faldas centrales existen restos de construcciones estilo chachapoya de especial valor, la mayoría de forma circular, edificados sobre la base de piedra caliza blanca y un tanto rojiza procedente de la misma montaña. Pero también encontramos algunos edificios de forma rectangular rodeados de ventanas y puertas de acceso de forma trapezoidal, con paredes en regular estado, aunque cubiertas de plantaciones y maleza (figura 19).

Casi al llegar a la cima del mencionado cerro, se yergue una imponente peña de forma perpendicular denominada Peña del Sol donde, a mediana altura, se observa vistosas pinturas rupestres de forma de arcos con puntos a cada lado, de color rojo ladrillo con fondo blanco. Presumimos que deben haber representado al Sol y la Luna. I. Schjellerup considera que son símbolos que anunciaban la entrada a la región selvática.

LAGUNA LA SIERPE      
En Atuén, a más de su rica arqueología, resalta e impresiona la llamativa laguna La Sierpe, que tiene esa nominación porque se asemeja a una colosal serpiente extendida por la parte central de la regular planicie, y suavemente bordeada de amplios humedales. A través de del recorrido de alrededor de un km de largo, la laguna se muestra apacible y bella, cuyas aguas cristalinas y frígidas, refulgen y brillan a la distancia. Es una especial laguna que tiene raíces históricas, pues hay claras evidencias de haber intervenido la mano de los antiguos pobladores para lograr represarla. Su utilidad es permanente para los moradores de la zona, y allí, como ya se ha indicado, nace el gran río Utcubamba. Sus aguas, probablemente provengan de la otra pintoresca laguna que se encuentra en la parte alta de una de las montañas que lo rodean poco antes de bordear la cordillera central, llamada Mishacocha, la cual se comunicaría a través de conexiones subterráneas. Todas las versiones que se conocen coinciden en lo señalado (figura 20).

 
La Sierpe es una vistosa y extendida laguna que muestra evidencias de tener origen artificial prehispánico. En efecto, no es difícil verificar que la mano del hombre es la gestora del compacto muro de piedra que se halla sólidamente acoplado a terrenos naturales y rocosos de ambos lados de la meseta, haciendo de dique de contención principal para el embalse del agua. Dicho dique se construyó aprovechando las condiciones físicas favorables y la existencia de alguna forma de aguas embalsadas previas, lo cual fue fundamental para la formación de esa gran laguna. De igual manera, es factible verificar restos de un sistema de canales subterráneos de conducción y salida del agua a otras fuentes, construidos de piedra ligeramente tallada.

En época de lluvias crece su caudal pero no pierde la forma caprichosa de una serpiente. Cientos de aves, especialmente patos silvestres y una especie de garza grande denominada "huachua", son los habitantes privilegiados de este hermoso recurso acuático. La Sierpe, tuvo y aún tiene fines utilitarios, y también rituales. Precisamente, con relación a lo último, la serpiente fue uno de los iconos Principales de adoración de los chachapoya, que, como se sabe, se encuentra inmortalizada en tantas expresiones líticas y jeroglíficos en toda la zona.

Por su parte la tradición oral cuenta que una aterradora serpiente surgió de la selva, de la parte baja oriental, para tragarse a la gente de Chachapoyas. La serpiente era seguida por sus crías, pero algunas de ellas se fueron quedando en el camino. Como a la serpiente no le gustaba el frío se fue a dormir al valle y, cuando estaba soñolienta las tribus de los alrededores la atacaron desde lo alto de las montañas con arcos y piedras. Después de un tiempo, solamente movía un poco la cola y la larga lengua se le salió de la boca hasta que no se movió más. La gente se fue a celebrar, pero poco después aparecieron nubes negras por la región selvática y temieron que vinieran otros dioses serpientes. El cielo se iluminó con las terribles luces de los relámpagos y el aire se llenó de electricidad mientras la tierra temblaba. La lluvia cesó al día siguiente y en el lugar que mataron a la serpiente brotó un lago donde los rayos del sol reflejaban la forma de ofidios.

PRESENCIA INCA EN ATUÉN
Los indicios de que los incas también se asentaron en este lugar se encuentran en los siguientes hechos: las dos tinas gemelas o pozas para baño ubicadas a 200 metros de la laguna aguas abajo, semejando fuentes hundidas y construidas con piedras ligeramente labradas acopladas por una forma de argamasa de arena y arcilla. La tina grande mide 2.30 m de ancho por 5.00 m de largo, y 1.40m de alto; y la tina chica mide 2.20m de ancho por 2.80m de largo, y 1.40 de alto. El agua utilizada proviene de la laguna a través de sistema de canales subterráneos que la conducen hasta el curso del río y a las propias fuentes. Por su estructura y forma se puede colegir que sirvieron para el aseo o baño personal de allegados al inca que radicaron allí o estuvieron de paso a otros pueblos.

Se debe señalar, sin embargo, que estos recintos no tienen las características ni el acabado que tienen las tinas del sitio de Cochabamba; son de menor calidad, aunque estuvieron orientadas a cumplir la misma función. Actualmente, por la abundante agua que disponen son utilizadas en el aseo personal y lavado de ropa, utensilios y otros. Los comuneros del lugar creen que el agua de las fuentes posee poderes curativos especialmente cuando el baño se toma muy de madrugada.

En la parte media de la montaña Peña Calata se registran interesantes restos de andenes, formas de terrazas y restos de muros de contención que deben haber sido construidos por influencia inca para mejorar el uso de las tierras y cultivos. El sistema de andenes, aunque no muy extendidos y en aparente mal estado, aun son observables en las partes bajas y medias de la montaña del otro extremo de la laguna. En ambos casos, ya no cumplen sus fines de cultivo de productos agrícolas alimenticios; el abundante ichu y plantaciones nativas, erosiones y deslizamientos, y el poco interés de los comuneros por conservarlas, son factores que han intervenido en su progresivo deterioro y desaparición. En las playas que circunda la laguna pareciera que hubiese existido una forma da camellones como mecanismo físico para mejorar el uso de la tierra.

También constituye testimonio de la presencia inca en Atuén los restos de los caminos reales o Cápac Ñan que partieron de allí o, atravesando el lugar, se dirigieron a la región selvática y lugares de interés; entre ellos, el camino prehispánico (uno de los más importantes) con dirección a la localidad de Raymipampa, hoy Leymebamba, que se extendía bordeando toda la cuenca del río Utcubamba, para luego continuar a las minas de sal natural de Yurumarca, ubicado al norte de la ciudad provincial de Chachapoyas. Otro camino es el que se dirige al distrito de Uchucmarca, provincia de Bolívar, bordeando la cordillera central por una de las abras de menor altura en la región y que se encuentra ubicada en el lugar denominado Las Quinuas.

CAMINO A LA SELVA Y LA MORADA
El camino de entrada a la selva a partir del hermoso sitio del Atuén, continúa por las gélidas y escarpadas montañas de la cordillera central, hasta pasar por el abra de menor altura en la zona denominada "Pasa Breve", conocida así, porque las frígidas y movidas condiciones climáticas nos obligan a traspasarlo a la brevedad. Se encuentra a una altura de 3.730 msnm, y su recorrido es de aproximadamente 120 m de largo. Luego de cruzarla, se inicia el descenso pausadamente hasta arribar al paraje natural denominado El Jardín, donde nos sorprendió encontrarnos frente a una inusual laguna, casi escondida entre grandes bosques, de color plateado brillante y abrumadoramente apacible y misteriosa, cuyas aguas van a alimentar al río Huabayacu, ya cercano a ese lugar. Se la conoce con el mismo nombre del lugar porque su estructura, entorno, color y demás propiedades enigmáticas y naturales, proyectan la imagen de un hechizado y bello jardín.

A partir de allí, se avanza bajo soportable calor, rodeados de exquisita y densa vegetación y en medio de un temido silencio que solo se rompe por ruidos y sonidos que provienen de la profundidad de las montañas, su fauna y las aguas movidas y chocantes del río que lo circunda. En esas circunstancias pudimos verificar que nuestro recorrido se hacía, de trecho en trecho, sobre las huellas de los antiguos caminos reales o Cápac Ñan, que habrían construido los antepasados para trasladarse por esa importante cuenca hacia la selva. En algunos casos, estos caminos tienen la forma de sólidos escalones de piedra fuertemente acoplada, aunque angostos y con pronunciadas subidas y bajadas, pero siempre siguiendo la ribera del río o alejándose moderadamente de él.

Esa ruta debe haber sido pues de mucha importancia utilizada por los grupos chachapoya y también los incas dentro de sus planes de ampliación de sus dominios, búsqueda de nuevas tierras para el cultivo e ingreso a la región amazónica. Pasada la conquista, colonia y casi toda la fase republicana, dicha ruta fue prácticamente olvidada y no frecuentada hasta la década de 1970 en que un aventurero, valiente y visionario poblador de la zona, don Benigno Añazco Silva, al lado de su familia, peones, ganado y herramientas, tomó la decisión de penetrar por la inexplorada cuenca del Huabayacu con fines de colonización y aprovechar la riqueza virginal.

En el año 1985, después de un largo y tormentoso viaje de cerca de 8 años, siguiendo algunas huellas del camino ancestral y desbrozando otras, la familia Añazco Silva llegó a instalarse sobre una regular, vistosa y apropiada meseta emplazada en las faldas de la montaña del lado derecho del río, muy cerca y a poca altura de él. Allí, poco tiempo después y al lado de más familiares y contados migrantes conocidos de la región, fundaría el pequeño pueblo al que denominó La Morada. Don Benigno Añazco murió en 1995 y tres de sus hijos se encargaron de continuar su proeza colonizadora: Zacarías se quedó en La Morada, David fundó el pequeño poblado de Cannán, y Fabián avanzó un poco más y organizó otra pequeña aldea de colonos, llamada Añazco Pueblo.

La ruta reabierta y reconstruida, aunque áspera y poco frecuentada permite, al recorrerla, ponerse en contacto no sólo con el sensacional manto ecológico y paisajista que rodea al río Huabayacu, que tiene su origen en la famosa laguna de Huayabamba, ubicada en las partes altas de la zona nororiental del distrito de Uchucmarca, sino con los valiosos y poco conocidos restos arqueológicos. En efecto, al avanzar por la ribera del mencionado río nos chocamos con algunos sitios de alto valor histórico, casi ignorados y poco estudiados, donde sobresalen los impresionantes mausoleos en medio de enormes peñas, tampus, jeroglíficos, pintura rupestre, restos de viviendas y otros, ubicados en los sitios conocidos como: El Tingo, Pulcarume, Incensio, Pakarumi, El Eje y Hornopampa, entre los más importantes.

También tuvimos la oportunidad de divisar una de las cumbres de las montañas que hacen de marco al río Huabayacu, a la altura del sitio denominado Orfedón, donde se encuentra la ciudadela de Cajamarquilla o también conocida como Gran Saposoa, la cual ha sido visitada y estudiada por Gene Savoy. La observamos desde las riberas del río y al parecer estábamos relativamente cerca de ella, pero por no contar con algunos recursos materiales sólo nos concretamos a identificar restos complementarios e integrantes de dicha ciudadela.

LA MORADA
Como se ha indicado, La Morada es un pueblo de colonos, prácticamente nuevo, enclavado en medio de las montañas amazónicas que caen a la selva, ya pasando territorios amazonenses, en la provincia del Huallaga (Saposoa), región de San Martín. Allí arribamos al caer la tarde del tercer día de viaje partiendo de Chuquibamba. Previamente escalamos una ligera y suave pendiente que lo separa del río Huabayacu, y no podemos negarlo, llegamos agotados y algo maltrechos, pero la pletórica belleza del paisaje recorrido, la exquisitez del escondido villorrio y la amabilidad de su gente y los pocos profesores que laboran en el lugar fueron una grata e inolvidable recompensa.

Actualmente viven en La Morada alrededor de 50 familias provenientes de los lugares de Chuquibamba, Uchucmarca, Bolívar, Leymebamba y Celendín. Todas ellas tienen la ventaja de disponer de tierras, entre 1 y 3 hectáreas, agua y clima apropiado, aptas para la producción agrícola con buenos resultados (hortícolas, frutales, cereales y algunos tubérculos), animales menores de excelente desarrollo y, en poca cantidad, ganado vacuno. Algunas familias nos decían "aquí producimos casi de todo, pero falta quien lo coma o compre". Creo que en mucho atestiguamos lo dicho, pero se siente la severa incomunicación y la carencia de auxilio material y de servicios.

La Morada, social y administrativamente se desenvuelve siguiendo pautas de carácter comunal y religioso, donde las asambleas participativas y acuerdos consensuados son fundamentales. Su población tiende a crecer por la alta tasa de reproducción familiar (5 hijos promedio por familia) y los nuevos colonos que llegan tras la codiciada tierra y esperanzas en una vida mejor. Estos últimos son sometidos a una severa calificación donde el factor religioso es fundamental. Si son aceptados reciben lotes de tierras para vivienda y uso agrícola en forma condicional a la permanencia definitiva en el lugar.

Lo preocupante es que en los últimos años, ante cierta presión migratoria, recurren a la quema y tala de bosques sin ninguna planificación y, a veces, en forma irracional como es el caso del desborde de laderas empinadas. En una reunión amplia con la comunidad y autoridades, hicimos esa observación y se dieron algunas orientaciones técnicas para disminuir el impacto de la tala indiscriminada.

Hay que destacar también que La Morada y todo su entorno físico por corresponder a zona de ceja de selva baja, se encuentran dotados de una enorme biodiversidad en flora y fauna. En la propia ruta de acceso se puede verificar la densa y crecida vegetación donde sobresalen: el cedro, tornillo, huayocón, pispa, ishpingo, vara negra, palo amarillo, barrilón, guabilla, entre otros. Y entre las especies de fauna se sabe del oso, picuro, mono, lobo de río, venado, tigrillo, choscas, tejón, carachupa, y diversidad de aves.

Entre los meses de junio y septiembre llegan a ese lejano pueblo algunas expediciones de otros países, en especial de EE.UU, para luego internarse en sectores algo accesibles de la selva con fines de estudio e investigación, aunque con resultados no siempre conocidos. También, los pocos estudiosos de la arqueología y ecología de la zona han visitado y pernoctado allí, en plan de descanso y de conseguir información para ahondar sus investigaciones. De este futurista lugar, don Benigno Añazco y uno de sus hijos, pocos años después e incansable en sus afanes colonizadores, avanzó algunos kilómetros más (alrededor de 20) con dirección oriental y bordeando siempre la cuenca del río Huabayacu, llegando a instalarse y fundar otra comunidad de colonos de nombre Cannán, muy pequeña todavía, cercana a la cuenca del mencionado río y dentro de la inmensidad amazónica.

A futuro, ojalá mediato, una de las variantes importantes de carretera de ingreso a la selva a partir de Pacasmayo y Cajamarca, será siguiendo la ruta mencionada hasta La Morada, y de allí directamente a Saposoa, de donde nos conectaremos a la carretera interoceánica del norte, que pasa por Tarapoto, Yurimaguas, Iquitos y Brasil. Cuando ello suceda, o lo que es lo mismo, cuando se reabra la ruta visionaria de nuestros antepasados, ese gran potencial económico, ecológico, histórico y turístico que posee, debe ser responsablemente aprovechado Y puesto al servicio del hombre.

Tomado de Celendín en la Cuenca del Marañón / Arqueología y Paisaje.

domingo, 24 de febrero de 2013

Personajes de la Historia Sucrense: JOSÉ DOLORES SÁNCHEZ ALIAGA


(1907 — 1987)
Por Olindo Aliaga Rojas y Gutemberg Aliaga Zegarra.
Personaje al que el pueblo le dio el calificativo de Pepe Sancho, nació en el Huauco hoy Sucre, un pueblo sin relevancias, pero hermoso por la convicción de sus hijos y por el derecho divino, el 7 de febrero de 1907, hijo natural de José Antonio Sánchez Zelada y de Dolores Aliaga, mujer experta sombrerera y modista autodidacta. Según su partida de bautismo que literalmente dice:

"En la iglesia parroquial del Huauco, el veinticuatro de febrero de mil novecientos siete, bauticé a Sánchez Aliaga José Dolores, nacido el siete de este mes, hijo natural de Antonio Sánchez y Dolores Aliaga; fueron sus padrinos Pedro y Hortensia Zegarra."
Fdo. Samuel O. Haya (Párroco)

Su padre fue un hombre de carácter, tacaño y acaudalado comerciante de sombreros de paja toquilla y piedras preciosas que conquistó los mercados de Europa y Asia, a cuyos continentes viajó atestado de los sombreros de la región y regresó cargado de gemas diamantinas.

No obstante ser hijo de un hombre rico, Pepito tuvo una niñez triste y menesterosa, fue criado por su madre y estudió parcialmente la primaria en la escuela particular y gratuita del doctor Aladino. Escalante en la ciudad de Lima a donde emigró a la edad de 12 años con la intención de labrarse un mejor porvenir.

Siendo muy joven ingresa a trabajar en el hospital Dos de Mayo, donde laboró por 11 años. La madre superiora que dirigía el hospital vio en José Dolores a un joven emprendedor, dinámico y con muchas ganas de superarse por lo que ordenó sea admitido en la escuela de enfermería de ese nosocomio, titulándose de enfermero.

En la ciudad capital afloró en el joven profesional su vocación por la música e influenciado por el Dr. Aladino Escalante decidió recibir clases de violín, matriculándose en una conocida academia de música ubicada, en el segundo piso del antiguo Mercado Central, en el centro de Lima.

En la década del 30, el escenario político del Perú estaba dominado por las dictaduras antiapristas del General Luis Miguel Sánchez Cerro y de Oscar Raimundo Benavides que desataron una colosal persecución contra los líderes y militantes del redomado partido político fundado por Haya de la Torre.

Entre los perseguidos de la bota militar se encontraba el pequeño enfermero, quien había adoptado, ardorosamente las ideas del aprismo en el año 33.

La persecución política marcó un capítulo de sobresaltos y agitaciones en la vida apacible de nuestro sencillo personaje, que logró burlar a sus perseguidores escapándose del hospital donde laboraba, disfrazado de paciente, vistiendo un camisón blanco de hospital; libre de sus acosadores se refugió en la casa de un amigo, que por razones de seguridad jamás reveló su nombre, en casa de su amigo permaneció oculto por espacio de 3 meses, durante ese tiempo de forzado exilio aprendió a hacer redecillas para la cabeza.

Aprovechando una aparente calma política salió de su escondite y con los magros ahorros de la venta de gorros elaborados durante la clandestinidad viajó de incógnito y con nombre falso a Cajamarca, alojándose en la casa de su hermana materna Cruz Escalante Aliaga.

En esa ciudad colonial, el enfermero y fotógrafo conoce a doña Efigenia Sánchez Marín, una mujer de arrogante belleza que la hacía la dama más codiciada del departamento, entonces estudiante del colegio.

Doña Efigenia fue hija del profesor Demetrio Sánchez que por su preponderante cargo en la Región de Educación, perteneció a la clase alta de esa ciudad.

Perdidamente enamorado, desafiando la férrea oposición de quien sería su suegro, Pepe Sancho optó por raptar a su enamorada llevándola al Huauco, su tierra natal, poniendo fin, con este acto a 14 años de ausencia.

En la ciudad de Sucre con su adorada Efigenia fue contratado para trabajar de enfermero en la carretera de Chusgón de la provincia de Huamachuco y Bolívar; posteriormente, apertura una tienda de abarrotes con resultados muy halagüeños.

Inquieto y arriesgado abre una fábrica de gaseosas, luego adquiere una máquina de hacer fideos, después de esas experiencias en el comercio y la industria se dedicó a la fotografía que aprendió en el Estudio Curriet de Lima a la cual entregó toda su pasión y energía.

El año de 1950 fue nombrado Sanitario de los pueblos de Sucre, José Gálvez, Jorge Chávez y Oxamarca, gracias a las gestiones del Dr. Víctor Rodríguez Chávez y del eminente sucrense don Alcibíades Horna Marín, apristas convictos y confesos, ideas que en nuestro biografiado permanecieron invariables durante toda su vida.

En el año de 1951, fue para Sucre un año de especial relevancia en la historia del pueblo, porque durante la fiesta patronal de aquel año, el distrito tuvo el privilegio de ser visitado por todos los diputados y senadores del departamento de Cajamarca, encabezado por el Secretario de Estado, escritor Nazario Chávez Aliaga. Los cajamarquinos dignatarios de la patria desarrollaron una amplia agenda de trabajo y el Senador Manuel Cacho Gálvez, dueño de la Hacienda Polloc, hizo la firme promesa de donar al Municipio, el fundo de su propiedad El Saúco. Promesa que se cristalizó por el esfuerzo tenaz de José Dolores, que con intrepidez e insistencia, logró obtener la escritura de donación a nombre de la Municipalidad. El 2 de noviembre del mismo año, Serapio Montoya, siguiendo el gesto desprendido de su colega donó el fundo de Wira Wira.

En 1958, nuevamente fue designado concejal, ocupando el cargo de Síndico de Obras Públicas, siendo el primero en avizorar la construcción de la carretera La Misionera, por cuya obra se ganó muchos aprecios; pero también fue apremiado por la injusta ira de varios vecinos que vieron afectados sus intereses.

A la edad de 80 años José Dolores cae enfermo, sus hijos lo trasladan a Lima, posteriormente es internado en el Hospital del Empleado a causa de una hemiplejía, luego le sobrevino una bronco pulmonía, falleciendo a las 5 y 30 de la tarde del día 1 de julio de 1987, sus restos fueron enterrados en el cementerio El Ángel, cuartel Santa Diana.

Pepito el hombre que no supo odiar, creyente, amigo de todos, dueño de un gracejo especial que jamás se violentó, será recordado como el fotógrafo del pueblo, el sanitario y médico de la familia sucrense, pregonando bocina en mano, la próxima vacuna anti polio o anunciando la convocatoria a cabildo abierto.

Este sucrense de carácter alegre, ocurrente y anecdótico, cuya presencia trasmitía en los niños una sombra de verdugo, tuvo la idea de vender su fotografía, para que los niños mirándola, tomen sus alimentos sin protestar; "con mi foto decía, no hay niño que se resista a comer"

El hogar de la familia Sánchez Sánchez estuvo constituido por 6 hijos todos profesionales y de notables aficiones como es el caso de Milton Odilón, quien es dueño de un importante anticuario y ha puesto el primer museo en Sucre. Por su actividad, Pepito era un hombre ubicuo, su figura gruesa y pequeña estaba tan presto aquí, como acullá, por eso no está libre del chasquido de la anécdota popular de corte irónico y zumbón.

Se dice que Pepito era un hombre abstemio, pero no porque no apetecía el licor, sino porque tenía mala borrachera, es decir era mal borracho; en cierta oportunidad se cruzó en la cantina con el jefe de la Caja y Consignaciones de Sucre y éste con algunas groserías y a empeñones le instó a que tomase un trago, que el sanitario se negó rotundamente, vencido por tal cerrazón su amigo, el jefe de la Caja lo llenó de improperios a lo que Pepito, escapándose de las manos de su amigo ebrio, respondió calmoso: "todo lo que tú quieras ... pero ese culito es mío".

En horas de la noche el jefe de la Caja hervía en fiebre y fue necesaria la presencia del topiquero Pepito, que sin demora acudió a colocarle una inyectable a su amigo, jeringa en mano, Pepito, nuevamente le refrescó la pregunta ¿y ahora de quién es ese culito? Le dijo jocundo.

Del libro Personajes de la Historia Sucrense.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Cuento: MÁS ALLA DE LA VIDA Y LA MUERTE



Escribe: César Vallejo
Jarales estadizo de julio; viento amarrado a cada peciolo manco del mucho grano que en él gravita. Lujuria muerta sobre lomas onfaloideas de la sierra estival. Espera. No ha de, ser. Otra vez cantemos. ¡Oh qué dulce sueño!

Por allí mi caballo avanzaba. A los once años de ausencia, acercábame por fin aquel día a Santiago, mi aldea natal. El pobre irracional avanzaba, y yo, desde lo más entero de mi ser hasta mis dedos trabajados, pasando quizá por las mismas riendas asidas, por las orejas atentas del cuadrúpedo y volviendo por el golpeteo de los cascos que fingían danzar en el mismo sitio, en misterioso escarceo tanteador de la ruta y lo desconocido, lloraba por mi madre que muerta dos años antes, ya no habría de aguardar ahora el retorno del hijo descarriado y andariego. La comarca toda, el tiempo bueno, el color de cosechas de la tarde de limón, y también alguna masada que por aquí reconocía mi alma, todo comenzaba a agitarme en nostálgicos éxtasis filiales, y casi podían ajárseme los labios para hozar el pezón eviterno, siempre lácteo de la madre; sí, siempre lácteo, hasta más allá de la muerte.

Con ella había pasado seguramente por allí de niño. Sí. En efecto. Pero no. No fue conmigo que ella viajó por esos campos. Yo era entonces muy pequeño. Fue con mi padre, ¡cuántos años haría de ello! Ufff... También fue en julio, cerca de la fiesta de Santiago. Padre y madre iban en sus cabalgaduras; él adelante. El camino real. De repente mi padre que acababa de esquivar un choque con repentino maguey de un meandro:

—Señora... ¡Cuidado! ...

Y mi pobre madre ya no tuvo tiempo, y fue lanzada ¡ay! del arzón a las piedras del sendero. Tornáronla en camilla al pueblo. Yo lloraba mucho por mi madre, y no me decían qué le había pasado. Sanó. La noche del alba de la fiesta, ella estaba ya alegre y reía. No estaba ya en cama, y todo era muy bonito. Yo tampoco lloraba ya por mi madre.

Pero ahora lloraba más recordándola así, enferma, postrada, cuando me quería más y me hacía más cariño y también me daba más bizcochos debajo de sus almohadones y del cajón del velador. Ahora lloraba más, acercándome a Santiago, donde ya sólo la hallaría muerta, sepulta bajo las mostazas maduras y rumorosas de un pobre cementerio.

Mi madre había fallecido hacía dos años a la sazón. La primera noticia de su muerte recibida en Lima, donde supe también que papá y mis hermanos habían emprendido viaje a una hacienda lejana de propiedad de un tío nuestro, a efecto de atenuar en lo posible el dolor por tan horrible pérdida. El fundo se hallaba en remotísima región de la montaña, al otro lado del río Marañón. De Santiago pasaría yo hacia allá, devorando inacabables senderos de escarpadas punas y de selvas ardientes y desconocidas.

Mi animal resopló de pronto. Cabillo molido vino en abundancia sobre ligero vientecillo, cegándome casi. Una parva de cebada. Y después perspectivóse Santiago, en su escabrosa meseta, con sus tejados retintos al sol ya horizontal. Y todavía, hacia el lado de oriente, sobre la linde de un promontorio amarillo brasil, se veía el panteón retallado a esa hora por la sexta tintura postmeridiana; y yo ya no podía más, y atroz congoja arrecióme sin consuelo.

A la aldea llegué con la noche. Doblé la última esquina, y, al entrar a la calle en que estaba mi casa, alcancé a ver a una persona sentada a solas en el poyo de la puerta. Estaba sola. Muy sola. Tanto, que, ahogando el duelo místico de mi alma, me dio miedo. También sería por la paz casi inerte con que, engomada por la media fuerza de la penumbra, adosábase su silueta al encalado paramento del muro. Particular revuelo de nervios secó mis lagrimales. Avancé. Saltó del poyo mi hermano mayor, Ángel, y recibióme desvalido entre sus brazos. Pocos días hacía que había venido de la hacienda por causa de negocios.

Aquella noche, luego de una mesa frugal, hicimos vela hasta el alba. Visité las habitaciones, corredores y cuadras de la casa; y Ángel, aún cuando hacía visibles esfuerzos para desviar este afán mío por recorrer el amado y viejo caserón, parecía también gustar de semejante suplicio de quien va por los dominios alucinantes del pasado más mero de la vida.

Por sus pocos días de tránsito en Santiago, Ángel habitaba ahora solo en casa, donde, según él, todo yacía tal como quedara a la muerte de mamá. Referíame también cómo fueron los días de salud que precedieron a la mortal dolencia, y cómo su agonía. ¡Cuántas veces entonces el abrazo fraterno escarbó nuestras entrañas y removió nuevas gotas de ternura congelada y de lloro!

— ¡Ah, esta despensa, donde le pedía pan a mamá, lloriqueando de engaños! —Y abrí una pequeña puerta de sencillos paneles desvencijados.

Como en todas las rústicas construcciones de la sierra peruana, en las que a cada puerta únese casi siempre un poyo, cabe el umbral de la que acababa yo de franquear, hallábase recostado uno, el mismo inmemorial de mi niñez, sin duda, rellenado y enlucido incontables veces. Abierta la humilde portezuela, en él nos sentamos, y allí también pusimos la linterna ojitriste que portábamos. La lumbre de ésta fue a golpear de lleno el rostro de Ángel, que extenuábase de momento en momento, conforme transcurría la noche y reverdecíamos más la herida, hasta parecerme a veces casi transparente. Al advertirle así en tal instante, le acaricié y colmé de ósculos sus barbadas y severas mejillas que volvieron a empapaparse de lágrimas.

Una centella, de esas que vienen de lejos, ya sin trueno, en época de verano en la sierra, le vació las entrañas a la noche. Volví restregándome los párpados a Ángel. Y ni él ni la linterna, ni el poyo, ni nada estaba allí. Tampoco oí ya nada. Sentíme como en una tumba...

Después volví a ver a mi hermano, la linterna, el poyo. Pero creí notarle ahora a Ángel el semblante como refrescado, apacible y —quizás me equivocaba— diríase restablecido de su aflicción y flaqueza anteriores. Tal vez, repito, esto era error de visión de mi parte, ya que tal cambio no se puede ni siquiera concebir.

—Me parece verla todavía —continué sollozando— no sabiendo la pobrecita qué hacer para la dádiva y arguyéndome: — ¡Ya te cogí, mentiroso; quieres decir qué lloras cuando estás riendo a escondidas!. ¡Y me besaba a mí más que a todos ustedes, como que yo era el último también!

Al término de la velada de dolor, Ángel parecióme de nuevo muy quebrantado, y, como antes de la centella, asombrosamente descarnado. Sin duda, pues, había yo sufrido una desviación en la vista, motivada por el golpetazo de luz del meteoro, al encontrar antes en su fisonomía un alivio y una lozanía que, naturalmente, no podía haber ocurrido.

Aún no asomaba la aurora del día siguiente, cuando monté y partí para la hacienda, despidiéndome de Ángel que quedaba todavía unos días más, por los asuntos que habían motivado su arribo a Santiago.

Finada la primera jornada del camino, acontecióme algo inaudito. En la posada hallábase reclinado en un poyo descansando, y he aquí que una anciana del bohío, de pronto mirándome asustada, preguntóme lastimera:

- — ¿Qué le ha pasado, señor, en la cara? ¡Parece que la tiene usted ensangrentada, Dios mío!

Salté del asiento. Y al espejo advertíme en efecto el rostro encharcado de pequeñas manchas de sangre reseca. Tuve un fuerte escalofrío, y quise correr de mí mismo. ¿Sangre? ¿De dónde? Yo había juntado el rostro al de Ángel que lloraba... Pero ... No. No. ¿De dónde era esa sangre? Comprenderáse el terror y la alarma que anudaron en mi pecho mil presentimientos. Nada es comparable con aquella sacudida de mi corazón. No habrán palabras tampoco para expresarla ahora ni nunca. Y hoy mismo, en el cuarto solitario donde escribo está la sangre añeja aquella y mi cara en ella untada y la vieja del tambo y la jornada y mi hermano que llora y a quien no besó mi madre muerta y...

Al trazar las líneas anteriores he huido disparado a mi balcón, jadeante y sudando frío. Tal es de espantoso y apabullante el recuerdo de esa escarlata misteriosa...

¡Oh noche de pesadilla en esa inolvidable choza, en que la imagen de mi madre muerta alternó, entre forcejeos de extraños hilos, sin punta, que se rompían luego de sólo ser vistos, con la de Ángel, que lloraba rubíes vivos, por siempre jamás!

Seguí ruta. Y por fin, tras de una semana de trote por la cordillera y por tierras calientes de montaña, luego de atravesar el Marañón, una mañana entré en parajes de la hacienda.

El nublado espacio reverberaba a saltos con lontanos truenos y solanas fugaces.

Desmonté junto al bramadero del portón de la casa que da al camino. Algunos perros ladraron en la calma apacible y triste de la fuliginosa montaña. ¡Después de cuánto tiempo tornaba yo ahora a esa mansión solitaria, enclavada en las quiebras más profundas de las selvas!

Una voz que llamaba y contenía desde adentro a los mastines, entre el alerta gárrulo de las aves domésticas alborotadas, pareció ser olfateada extrañamente por el fatigado y tembloroso solípedo que estornudó repetidas veces, enristró casi horizontalmente las orejas hacia adelante, y, encabritándose, probó a quitarme los frenos de la mano en son de escape. La enorme portada estaba cerrada. Diríase que tóquela de manera casi maquinal. Luego aquella misma voz siguió vibrando muros adentro; y llegó instante en que, al desplegarse, con medroso restallido, las gigantescas hojas del portón, ese timbre bucal vino a pararse en mis propios veintiséis años totales y me dejó de punta a la Eternidad. Las puertas hiciéronse a ambos lados.

¡Meditad brevemente sobre suceso increíble, rompedor de las leyes de la vida y la muerte, superador de toda posibilidad; palabra de esperanza y de fe entre el absurdo y el infinito, innegable desconexión de lugar y de tiempo; nebulosa que hace llorar de inarmónicas armonías incognoscibles!

¡Mi madre apareció a recibirme!

— ¡Hijo mío! —exclamó estupefacta—. ¿Tú vivo? ¿Has resucitado? ¿Qué es lo que veo, Señor de los Cielos?

¡Mi madre! ¡Mi madre en alma y cuerpo! ¡Viva! Y con tanta vida, que hoy pienso que sentí ante su presencia entonces, asomar por las ventanillas de mi nariz, de súbito, dos desolados granizos de decrepitud que luego fueron a caer y pesar en mi corazón hasta curvarme senilmente, como si, a fuerza de un fantástico trueque de destino, acabase mi madre de nacer y yo viniese, en cambio desde tiempos tan viejos, que me daban una emoción paternal respecto de ella.

Sí. Mi madre estaba allí. Vestida de negro unánime. Viva. Ya no muerta. ¿Era posible? No. No era posible. De ninguna manera. No era mi madre esa señora. No podía serlo. Y luego ¿qué había dicho al verme? ¿Me creía, pues, muerto?

— ¡Hijo de mi alma! —rompió a llorar mi madre y corrió a estrecharme contra su seno, con ese frenesí y ese llanto de dicha con que siempre me amparó en todas mis llegadas y mis despedidas.

Yo habíame puesto como piedra. La vi echarme sus brazos adorados al cuello, besarme ávidamente y como queriendo devorarme y sollozar sus mimos y sus caricias que ya nunca volverán a llover en mis entrañas. Tomóme luego bruscamente el impasible rostro a dos manos, miróme así, cara a cara, acabándome a preguntas. Yo, después de algunos segundos, me puse también a llorar, pero sin cambiar de expresión ni de actitud: mis lágrimas parecían agua pura que vertían dos pupilas de estatua.

Por fin enfoqué todas las dispersadas luces de mi espíritu. Retiréme algunos pasos atrás. E hice entonces comparecer ¡oh, Dios mío! a esa maternidad a la que no quería recibir mi corazón y la desconocía y le tenía miedo; la hice comparecer ante no sé qué cuanto sacratísimo, desconocido para mí hasta ese momento, y di un grito mudo y de dos filos en toda su presencia, con el mismo compás del martillo que se acerca y aleja del yunque, con que lanza el hijo su primer quejido, al ser arrancado del vientre de la madre, y con el que parece indicarle que ahí va vivo por el mundo y darle al mismo tiempo, una guía y una señal para reconocerse entrambos por los siglos de los siglos. Y gemí fuera de mí mismo:

— ¡Nunca! ¡Nunca! Mi madre murió hace tiempo. No puede ser...

Ella incorporóse espantada ante mis palabras y como dudando de si yo era yo. Volvió a estrecharme entre sus brazos, y ambos seguimos llorando llanto que jamás lloró ni llorará ser vivo alguno.

—Sí —le repetía—. Mi madre murió ya. Mi hermano Ángel también lo sabe.

Y aquí las manchas de sangre que advirtiera en mi rostro, pasaron por mi mente como signos de otro mundo.

— ¡Pero hijo de mi corazón! —susurraba casi sin fuerzas ella—. ¿Tú eres mi hijo muerto y al que yo misma vi en su ataúd? Sí. ¡Eres tú, tú mismo! ¡Creo en Dios! ¡Ven a mis brazos! Pero ¿qué? ... ¿No ves que soy tu madre? ¡Mírame! ¡Mírame! ¡Pálpame, hijo mío! ¿Acaso no lo crees?

Contémplela otra vez. Palpé su adorable cabecita encanecida. Y nada. Yo no creía nada.

—Sí, te veo —le respondí— te palpo. Pero no creo. No puede suceder tanto imposible.

¡Y me reí con todas mis fuerzas!

De libro Cuentos Peruanos.

Witotadas: CARNAVALES 2013

Es fácil comprobar, quedarse sin Internet por más cinco días nos produce algo parecido al Síndrome de abstinencia, que sólo producen la falta de drogas o el alcohol. Díganmelo a mí. Una fuerte tormenta eléctrica, acompañado de su respectivo rayo que cayó por las inmediaciones, malogró algunas antenas que nos comunica con el mundo. Y eso que aún el mío no se arregla, pues estoy “robando” un IP diferente, pero no soportaba más, así que tuve que delinquir, no quedaba otra, sino el Síndrome de Abstinencia se podría acentuar y mi salud mental corría riesgos que no podría superarlos fácilmente.

Por qué será que los pueblos chicos son hermosos en exceso en su naturaleza, en su paisaje, en lo telúrico, y ¿algo? odiosos con sus personas, de ahí el dicho, “Pueblo chico infierno grande”. Sucre es soberbio desde su primera piedra, pasando por su Quintilla (abandonada), sus Apus protectores, su maravillosa campiña, sus casi desaparecidos sauces llorones…tal vez toda su naturaleza esté encerrada en ese bello, con algo de divinidad, nombre del Huauco. Y si le sumamos lo místico del Patrón San Isidro, el pueblo sencillamente se convierte en encantador. Es en la naturaleza de las personas, de estos pueblos, donde encontramos las pasiones más diversas…de ahí lo de “…infierno grande”.

En las ciudades grandes nos conocemos con el vecino de la cuadra y los saludamos porque así nos enseñaron nuestros padres o los viejos profesores; a los vecinos que viven a tres cuadras, nos conocemos, pero nuestro saludo es un poco frío; al de las diez cuadras, sabemos (ambos) que vivimos por ahí. A los de más allá…ni hablar.

Encontrar un amigo que no “susurre a media voz” a tus espaldas en los pueblos pequeños, es una tarea de titanes. Mi buen amigo “Josheritas” me decía hace poco, “Negro…si la gente no lee, siempre va a ser así…”. Al menos los que tenemos “pecados de juventud” somos blancos de verdaderos dardos ponzoñosos. Como decía un genio de la música, “…al menos hablan mal…me preocuparía cuando no hablen nada”. Hay de todo y para todos, nadie se escapa, ni el más santo. Si ponen algunos juegos para los niños, como toboganes, sube y baja, columpios…una semana dura la alegría de los pequeños, una noche oscura aprovecharon algunos facinerosos para llevárselos. Los ancianos y solteros (as) no pueden pasar la acequia para subir a ponerle su velita a San Antonio, porque algunos de éstos se llevaron la madera que servía de puente. Si le ayudas a la señora, joven ella, a llevar su bolsa pesada de papas hasta su domicilio, ya eres su nuevo marchante. Si te compras una moto, peor si es un carro, ya estás metido en el narcotráfico…

Dentro de todos, al que más cuidado hay que tenerle y temerle, es al cobarde que agrede a una mujer, ni respirar por el lugar donde estuvo, podría ser peligroso (será contagioso?...por las dudas evito hasta de darle la mano), escondiéndose en el caparazón de la estupidez. Imagínense, si no tiene reparos en ofender a una dama, o en el fondo será que no pueden ser anatómicamente como ellas, podría ser también frustración, quién sabe lo que pasa por la cabeza de éstos.

Hay de aquellos que no les gusta el éxito del paisano, siempre tratan de convencernos, cuando no están presentes, obviamente, de que éstos han llegado a él por medios sucios y, cuando están frente a ellos se desviven en atenciones presentándoles proyectos para que los apoyen. Como aquel Hamez Sánchez que quiere que lo apoyen en todo un proyecto de miles de dólares para una pinacoteca, bonito por cierto, y el benefactor, Edmundo Tinapá, al querer brindarle su “modesto” aporte, no se realizó. El primero, habla hasta por los codos porque no lo apoyó…qué tal cuajo. Ni Don Nazario Chávez se salva de la maledicencia de las personas, porque lo primero que te comentan acerca de este insigne hombre de la intelectualidad peruana, son sus errores…

En los pueblos pequeños sólo con la muerte nos alejamos de todo esto, por supuesto que no pienso en ella todavía. Le diré a la Parca, como mi encantadora prima Marcionila, “…no has querido llevarme, pues ahora te aguantas…”. Pasaba el Chiquiruna (personaje del pueblo que era tuerto) por la puerta de un velorio, se detuvo en la puerta y oyó los lamentos y llantos de los deudos. En los lamentos lo recordaban como un hombre de bien en todos los sentidos. Ha manera de despedida don Chiquiruna en voz alta dijo, “…seguramente cuando me muera van a decir qué lindos y seductores ojos que he tenido….”. Con la muerte desaparecen algunos “pecadillos” y nuestros acusadores son menos duros.

Conozco un amigo, de los verdaderos, de años, desde que llegué a Sucre. Estudié a su lado en el colegio…nos hemos tomado cientos de tragos, conversamos hasta la saciedad cuando nos encontramos o por el celular, por suerte lo conozco tanto que cuando oigo hablar de que también entra a la “cochinada” por andar o ser mi amigo, es una patraña más grande que el desierto de Sahara, pero tuvo el valor de un verdadero amigo de, ni negarlo ni afirmarlo, “…para qué mi querido Witoto, es echarle perlas a los chanchos…”. Nuestra amistad creció más. Encontrarlos es sumamente difícil, sí los hay, no me cabe duda…ahí están, con más virtudes que defectos, dispuestos a seguir caminando por esta vida espinosa juntos hasta que alguien parta primero.

Es esa variopinta de personalidades lo que hace de un pueblo pequeño la delicia para los que a la buena de Dios escribimos. En el vecino pueblo, hace unos años decían que el burgomaestre había llegado al sillón municipal porque no tuvo escrúpulos de ninguna índole, “pues hasta su pequeño hijo sacrificó para poder llegar…”, al comienzo pensé que seguramente había sacrificado una buena educación o alguna operación que necesitaba el menor, no, afirmaron que había “asesinado” a su bebé para llegar a la alcaldía. Díganme, no es para volverse también un poco criminales con la mirada apuntadas a éstos.
                                                                                                                                Wito…

martes, 19 de febrero de 2013

Informe económico: ESTADO DE CUENTA ENERO 2013

La Asociación Movimiento de Unidad Sucrense MUS, cumpliendo con los estatutos de la institución, y conservando siempre la transparencia en la información de sus actividades económicas a la comunidad sucrense en general, presenta el  “Estado Económico MUS” elaborados por la Tesorera Sra. Magali Deza Rodríguez; esta información corresponde al mes de enero 2013.


Informe económico: ESTADO DE CUENTA AÑO 2012

La Asociación Movimiento de Unidad Sucrense MUS, cumpliendo con los estatutos de la institución, y conservando siempre la transparencia en la información de sus actividades económicas a la comunidad sucrense en general, presenta el  “Estado de Cuenta MUS” elaborados por la  Tesorera Sra. Tavita Sánchez Zegarra; esta información corresponde al año 2012.

sábado, 16 de febrero de 2013

Cuento: EL AMIGO BRAULIO



Por Manuel Gonzalez Prada
1848-1918

I

En ese tiempo era yo interno de San Carlos. Frisaba en los diez y ocho años y tenía compuestos algunos centenares de versos, sin que se me hubiera ocurrido publicar ninguno ni confesar a nadie mis aficiones poéticas. Disfrutaba una especie de voluptuosidad en creerme un gran poeta inédito.

Repentinamente nacieron en mí los deseos de ver en letras de molde algunos versos míos. Por entonces se publicaba en Lima un semanario ilustrado que gozaba de mucha popularidad y era leído y comentado los lunes entre los aficionados del colegio: se llamaba El Lima Ilustrado.

Después de leer veinte veces mi colección de poemas, comparar su mérito y rechazar hoy por malísimo lo que ayer había creído muy bueno, concluí por elegir uno, copiarlo en fino papel y con la mejor de mis letras.

Temblando como reo que se dirige al patíbulo, me encaminé un domingo por la mañana a la imprenta de El Lima Ilustrado. Más de una vez quise regresarme; pero una fuerza secreta me impelía.

Con el sombrero en la mano y haciendo mil reverencias penetré en una habitación llena de chivaletes, galeras, cajas, tipos de imprenta.

—¿El Señor Director? —pregunté queriendo mostrar serenidad, pero temblando.
—Soy yo, joven.

Me dio la respuesta un coloso de cabellera crespa, color aceitunado, mirada inteligente y, modales desembarazados y francos. En mangas de camisa, con un mandil azul, cubierto de sudor y manchado de tinta, se ocupába en colar fajas y pegar direcciones.

—Me han encargado le entregue a usted una composición en verso.
—Pasemos al escritorio.

Ahí se cala las gafas, me quita el papel de las manos y sin sentarse ni acordarse de convidarme asiento, se pone a leer con la mayor atención.

Era la primera vez que ojos profanos se fijaban en mis lucubraciones poéticas. Los que no han manejado una pluma no alcanzan a concebir lo que siente un hombre al ver violada, por decirlo así, la virginidad de su pensamiento. Yo seguía, yo espiaba la fisonomía del director para ir adivinando el efecto que le causaban mis versos: unas veces me parecía que se entusiasmaba, otras que me censuraba acremente.

—Y ¿quién es el autor? —me dijo, concluida la lectura.

Me puse a tartamudear, a querer decir algún nombre supuesto, a murmurar palabras ininteligibles, hasta que concluí por enmudecer y tomarme como una granada.

—¿Cómo se llama usted, joven?
—Roque Roca.
—Pues bien: yo publicaré la composición en el próximo número y pondré el nombre de usted, porque usted es el autor: se lo conozco en la cara, ¿Verdad?

No pude negarlo, mucho más cuando el buen coloso me daba una palmada en el hombro, me convidó asiento y se puso a conversar conmigo como si hubiéramos sido amigos de muchos años.

Al salir de la imprenta, yo habría deseado poseer los millones de Rothschild para elevar una estatua de oro al director de El Lima Ilustrado.

II

Cuando el semanario salió a luz con mis versos, produjo en San Carlos el efecto de una bomba. ¡Poetam habemus!, gritó un muchacho que se acordaba de no haber podido aprender latín. En el comedor, en los patios, en el dormitorio y hasta en la capilla escuchaba yo alguna vocecilla tenaz y burlona que entonaba a gritos o me repetía por lo bajo una estrofa, un verso, un hemistiquio, un adjetivo de mi composición.

La insolencia de un condiscípulo mío llegó a tanto que al pedirle el profesor de literatura un ejemplo de versos pareados, indicó los siguientes:

El poeta Roque Roca
Echa flores por la boca.

Con decir que el mismo profesor lanzó una carcajada y me dirigió una pulla, basta para comprender el maravilloso efecto de los dos pareados: a la media hora los sabía de memoria todo el colegio y andaban escritos con lápiz negro en las paredes blancas y con polvos blancos en las pizarras negras. No faltaban variantes, como:

El poeta Roque Roca
Echa coles por la boca;

El poeta Roque Roca
Echa sapos por la boca.

Un bardo anónimo, no muy versado en la colocación de los acentos, escribió:

El poeta Roque Roca
Es un inconmensurable alcornoque.

Agotada la paciencia, recurrí a las trompadas; mas como el remedio empeoraba el mal, acabé por decidir que el partido más cuerdo era no hacerles caso y no volver a publicar una sola línea.

Sólo encontré una voz amiga. Había un muchacho a quien llamábamos el Metafórico, por su manera extraña y alegórica de expresarse. El Metafórico me llamó a un lado y me dijo con la mejor buena fe:

—Mira, no les hagas caso y sigue montando en el Pegaso: el ruiseñor no responde a los asnos; poeta-aurora, desprecia a los hombres-coces.

Las palabras me consolaron, aunque venían de un chiflado. ¡Qué voz no suena dulce y agradablemente cuando se duele de nuestras desgracias y nos sostiene en nuestras horas de flaqueza!

Yo contaba con un amigo de corazón: Braulio Pérez. Juntos habíamos entrado al colegio, seguíamos las mismas asignaturas y durante cinco años habíamos estudiado en compañía. En cierta ocasión, una enfermedad le retrasó en sus cursos: yo velé dos o tres meses para que no perdiera el año. ¿Quién sino él estaría conmigo? Como ni palabra me había dicho sobre mis versos ni salido a mi defensa, su conducta me pareció extraña y le hablé con la mayor franqueza.

—¿Qué dices de lo que pasa?
—Hombre —me contestó— ¿por qué publicar los versos sin consultarte con algún amigo?
—De veras.
—Tú sabes que yo ...
—Cierto.
—Estoy hasta resentido de tu reserva conmigo.
—Lo hice de pura vergüenza.
—Si alguna vez vuelves a publicar algo .
—¿Publicar?, antes me degüellan.

Mantuve mi resolución un mes, y la habría mantenido mil años, si el director de El Lima Ilustrado no se hubiera aparecido en el colegio a decirme que se hallaba escaso de originales en verso y que me exigía mi colaboración semanal. Quise excusarme, pero el hombre —lisonjero— me comprometió a enviarle cada miércoles una composición en verso.

Ocurrí al amigo Braulio, le conté lo sucedido y le enseñé todo mi cuaderno de versos para que me escogiera los menos malos; pero no logramos quedar de acuerdo: todas mis inspiraciones le parecían flojas, vulgares, indignas de ver la luz pública en un semanario donde colaboraban los primeros literatos de Lima. Imposible sacarle de la frase: "Todas están malas". A escondidas del amigo Braulio, copié los versos que me parecieron mejores y se los remití al director de El Lima Ilustrado.

La tormenta se renovó con mi segunda publicación; pero fue amainando con la tercera y cuarta: a la quinta, las burlas habían disminuido, y sólo de cuando en cuando algún majadero me endilgaba los pareados o me dirigía una pulla de mal gusto.

El único implacable era el amigo Braulio, convertido en mi Aristarco severo, todo por amistad, como solía repetírmelo. Apenas recibía el número de El Lima Ilustrado, se instalaba en un rincón solitario y lápiz en mano, se ensañaba en la crítica de mis versos: uno era cojo, el otro patilargo; éste carecía de acentos, aquél los tenía de más. En cuanto al fondo, peor que la forma.

—Mira —me lanzó en una de esas expansiones íntimas que sólo se concibe en la juventud—; mira, el hombre no sólo se deshonra con robar y matar, sino también con escribir malos versos. A ladrones o asesinos nos pueden obligar las circunstancias; pero ¿qué nos obliga a ser poetas ridículos?

III

Hacía dos meses que publicaba yo mis versos, cuando en el mismo semanario apareció un nuevo colaborador que firmaba sus composiciones con el seudónimo de Genaro Latino. Mi amigo Braulio empezó a comparar mis versos con los de Genaro Latino.

—Cuando escribas así, tendrás derecho a publicar —me dijo sin el menor reparo.

Fui constantemente inmolado en aras de mi rival poética: él era Homero, Virgilio y Dante; yo, un coplero de mala muerte. Cuando mi nombre desapareció de El Lima Ilustrado para ceder el sitio al de Genaro Latino, muchos de mis condiscípulos me reconocieron el mérito de haber admitido mi nulidad y sabido retirarme a tiempo. Sin embargo, algunos insinuaron que el director del semanario me había negado la hospitalidad.

Todos creían envenenarme las bilis con leerme los versos de mi rival, figurándose que la envidia me devoraba el corazón. Braulio mismo me atacaba ya de frente, y se le atribuía la paternidad de este nuevo pareado:

Ante Genaro Latino,
Roque Roca es un pollino.

Un día, Braulio, triunfante y blandiendo un papel, se instala sobre una silla, pide la atención de los oyentes y empieza a leer una silva de Genaro Latino, publicada en el último número de El Lima Ilustrado. De pronto, cambia de color, se muerde los labios, estruja el periódico y le guarda en el bolsillo.

—¿Por qué no sigue leyendo? —le pregunta una voz estentórea—. Era el Metafórico.
— ¡Que siga, que siga! —exclamaron algunos.
—Yo seguiré —dijo el Metafórico.

Se encaramó en la silla que el amigo Braulio acababa de abandonar y leyó:

Nota de la Dirección.— Como hay personas que se atribuyen la paternidad de obras ajenas, avisamos al público (a riesgo de herir la modestia del autor) que los versos publicados en El Lima Ilustrado con el seudónimo de Genaro Latino son escritos por nuestro antiguo colaborador el joven estudiante de jurisprudencia don Roque Roca.

El amigo Braulio no volvió a dirigirme la palabra.

Del libro Cuentos Peruanos.
 

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