Escribe: Luzmán Salas Salas
Julio Garrido Malaver
es uno de los poetas más hondos y sinceros del Perú actual, sin duda una de las
voces más íntimas de la lírica peruana contemporánea. Antenor Orrego considera a
César Vallejo y a Julio Garrido Malaver como los dos más grandes poetas que se
han producido en el Perú.
Dentro de la
narrativa, ocupa un elevado sitial de merecido prestigio en las letras
peruanas.
Nació en Celendín
(Cajamarca) el año de 1909. Fue premiado en 1929 por su «Canto a la Raza», en
el concurso literario promovido por el Colegio Nacional de «San Ramón» de
Cajamarca, al celebrarse el centenario de dicho plantel. Fue coronado Poeta de
la Primavera en 1937, en Chile, por su «Canto a la Reina Primaveral», y ganó
los Juegos Florales Universitarios en 1940, en Lima, en los géneros de poesía y
novela, con su «Canto a la Primavera en varios momentos» y «La Guacha»,
respectivamente. Actualmente pasea su gloria y exhibe sus lauros en la ciudad
de Trujillo.
Después de «La Guacha»
y «El Frontón», Julio Garrido Malaver cumple un importante ciclo novelístico a
través de la Editorial Universo, dentro de la Serie Novela Contemporánea, con
las siguientes obras: «El otro paraíso», «El camino que no llegó», «Para ser
libres», «Los buitres», «Ellos fueron mis hermanos», «Imágenes salvadas», etc.
Por razones de espacio
de estas páginas, nos limitaremos a presentar concisamente algunos rasgos
característicos de la gran novela «El otro paraíso».
EL ARGUMENTO
«El otro paraíso»
narra la peripecia de Rubén Carmona y su esposa Gabriela, símbolos de los
pobres campesinos del Perú, que en busca de mejores condiciones de vida logran
en Opabán, hacienda de don Justo Camacho, una efímera bonanza económica gracias
al esforzado trabajo y a la fecundidad de la tierra. En Opabán crecen Gustavo y
Estela, hijos de Rubén y Graciela. La vida familiar y comunal transcurre por un
tiempo con la paz arcádica que les brinda la tierra pródiga de aquellos
lugares. Surge el romance de Gustavo Carmona con María Esperanza, y de Antonio
Serván con Estela. Cuando apenas se iniciaba el amor y la felicidad de estos jóvenes,
y cuando ya se anunciaban las abundantes cosechas y las alegres moliendas, don
Justo Camacho, movido por la ambición y la prepotencia, despide a Rubén Carmona
y los suyos; es decir, los expulsa intempestivamente de Opabán, pretextando el
incendio de los campos ocasionado involuntariamente por el joven Gustavo
Carmona. El recóndito sentimiento de amor a la tierra y la resistencia a
abandonarla, es vencida ante la implacable decisión del gamonal y la humildad
de los Carmona. Se inicia el éxodo cargado de pena y de nostalgia. Los animales
de la caravana renuncian a dejar su querencia y en incontrolada estampida vuelven
a Opabán. Inesperadamente, María Esperanza deja la cabalgadura, besa apasionadamente
a Gustavo y emprende vertiginosamente el retorno a Opabán para entregarse a los
brazos de Antonio Serván.
EL ORIGEN DEL TITULO
«El mayor de los
cuatro niños preguntó a su madre, señalando con su débil bracito extendido en
dirección del valle:
- ¿Qué es eso, Mamá?
- ¡El Otro Paraíso,
hijito! Respondió la Madre, radiante! ¡Y sus ojos se llenaron de lágrimas...!
RASGOS Y VALORES DE LA OBRA
«El otro paraíso» se
inicia con la ancha esperanza de Rubén Carmona de encontrar nuevas tierras para
sus ansias de progreso:
«Y para don Rubén
Carmona, cuando ya nada esperaba, se abrió el camino de la felicidad en la
oferta que de fecundas tierras de cultivo le hiciera don Justo Camacho».
La obra entrega como
mensaje las peripecias del pobre; así lo dice Gabriela, la esposa de Rubén
Carmona:
«Tú lo has dicho,
muchas veces, Rubén, aún no hay espacio en el mundo para los pobres; y el pobre
tendrá que morir de tanto serlo; (...)»
No falta en esta
novela la leyenda pintoresca que acrecienta el colorido del relato, como por
ejemplo la leyenda del pájaro ¿Quién, Quién?; o aquellos sueños que traducen
las más acendradas ilusiones de los Carmona.
Paisaje, naturaleza,
cuadros sociales, fracasos y resurgimientos, retratos de personas, pintura
sociológica, acciones comunales, peripecias familiares, lances de amor, lucha
contra la pobreza, etc., aparecen perfilados con talento poético y selecto
lenguaje estético que a veces suena a bella proclama. Las bellas descripciones
son dignas de citarse:
«Nubes de palomas se
desplegaban, como bandadas de milagro, por todas partes. Y la gran musicalería
de los loros empenachaba las peñas y los árboles frondosos y altos, mientras
por todas partes balbuceaban los sembríos...»
Garrido Malaver
aparece como un narrador omnisciente que no sólo conoce con precisión la
sicología, personalidad y comportamiento de sus personajes, sino las arduas
faenas humanas ligadas a la tierra y los cultivos, resultante de las múltiples
experiencias vividas por el autor a lo largo de su fecunda existencia.
Resaltan en la obra
las cuitas amorosas de los jóvenes Gustavo Carmona y María Esperanza Gazpar,
intrigadas por las pretensiones de Antonio Serván que también pretende el amor
de María Esperanza y que fugazmente une su existencia a Estela Carmona, hermana
de Gustavo. Pero más puede el amor a la tierra que al hombre; desertando del
éxodo, María Esperanza abandona sorpresivamente a Gustavo y vuelve al valle de
Opabán.
Es una novela de
estilo sencillo, con escenas tiernas y amorosas gobernadas por un vigoroso
sentimiento de adhesión a la tierra. Reiteradamente adquiere relieve esta
atadura irrenunciable de los Carmona.
«El otro paraíso» es
una novela de la tierra, desde la tierra y sobre la tierra, como razón
existencial del campesino; pues, sin la tierra la vida no tiene sentido para el
poblador rural.
La sobriedad y el tono
apacible de esta obra, la vida serena del campo, se ven ligeramente alterados
por las intrigas amorosas de dos jóvenes parejas, cuyos sentimientos y actitudes
permiten revelar aún más los lazos que atan a la tierra. El éxodo de Rubén
Carmona y los suyos ante la indolencia y ambición del gamonal Justo Camacho
resulta conmovedor y lacerante, capaz de motivar la condena unánime de los
lectores, digno de ser calificado como una epopeya humana y social, aunque sin
la rebeldía o combatividad de otras novelas del mismo corte. Apenas se insinúa
la protesta verbal o el gesto de disconformidad, sin llegar al enfrentamiento
luctuoso o al episodio sangriento. Los Carmona aceptan sumisamente el despojo y
el destierro; la injusticia es recibida con resignación, tal vez aliviada por
nuevas esperanzas de rehacer la vida campesina en algún lugar del mundo. Como
alguien ha dicho, «El otro paraíso» es, en cierto modo «el itinerario de la
pobreza, que iluminada por la esperanza y el trabajo, fulgura en canto plural
de amor a la tierra y a la vida».
El capítulo final de
la obra, el éxodo, es una peregrinación que adquiere extraordinaria riqueza
humana y social. El desenlace plasma un simbolismo sin precedentes; es una
especie de reivindicación del arraigado e irrenunciable sentimiento humano y
animal, reconditez del ser campesino: el amor a la tierra, el retorno a la querencia.
La estampida animal en desbocada huida de regreso a Opabán se asocia
simbólicamente a la sorprendente negativa de la bella María Esperanza:
-¡Yo no puedo irme!
¡No puedo!
Y sin haber proferido
una palabra más, echó a correr camino adentro. (...) Y tras de la hermosa María
Esperanza también corrieron los dos últimos perros, viejos ya, el Cholo y la
Paccha, haciéndole compañía jubilosa con sus gangosos ladridos...
El último párrafo de
la novela, que refiere el reencuentro de María Esperanza con Antonio Serván, su
empedernido pretendiente, es un auténtico e irónico colofón romántico:
Y en Opabán, bajo los
frondosos y olorosos chirimoyos en flor de la orilla del río, sin ningún
concierto y sin que ninguno de los dos lo hubieran deseado o esperaban, cada
cual yendo en su dirección y su camino, de improviso, se encontraron, frente a
frente, María Esperanza Gazpar y Antonio Serván. Se miraron. Sonrieron. Se
abrazaron. Y se besaron con calor y ansiedad de siglos...
La obra deja un sabor
amargo por la ambición y la injusticia del gamonal, pero en medio del dolor
florece la esperanza -tan grande como es la esperanza del pobre- de alcanzar
algún día otro paraíso.
De la revista El Labrador, mayo 2009.
Conocí Opaban en 1967, cuando tenía 10 años, con mi madre Lucrecia Peláez Bazán y mis hermanos Edmundo (10), Miguel (7) y Dany (4).
ResponderBorrarAcompañaba a mi madre, como siempre su hermana María Peláez Bazán.
Repetimos esos viajes cada año, durante las vacaciones escolares.
Año tras año visitamos, efectivamente, el Paraíso. Allí había nacido mi madre y allí se pasean hoy entre los árboles, la pampa, ríos, cataratas y peñas de sus hermosos parajes, inolvidables recuerdos de nuestra infancia.
Una y mil lágrimas por aquella etapa de nuestras vidas y por todo cuanto atesora la memoria de aquella maravillosa tierra de Opaban.
Fernando Bayona Peláez (63). OCT 2020.